En un contexto en el que Europa vuelve a poner restricciones por la nueva ola de coronavirus ligado a la cepa Omicron, es necesario volver sobre algunos cambios repentinos que trajo aparejado la pandemia. En lo económico, se transformaron la moneda, el comercio y el trabajo: se pasó de una economía del efectivo a una economía de las billeteras virtuales, de una economía del comercio físico a una economía del e-commerce a través de plataformas como Mercado Libre o las distintas app de delivery, y se pasó del trabajo de oficina al teletrabajo. 

Sin dudas esos tres cambios implican desafíos enormes para Argentina. Frente a esas tendencias irreversibles, el Gobierno parece estar padeciendo, en vez de proponer un discurso pospandémico que pueda involucrar la posibilidad de reequilibrar poblacionalmente nuestro país y mejorar la condición de vida de sus habitantes.

A distancia

La restricción a la circulación de personas dio lugar a la aparición a gran escala del teletrabajo, que tuvo un fuerte impacto en las formas de trabajar de las organizaciones públicas y privadas. La ley de teletrabajo votada en Argentina durante 2020 buscó darle un cauce a la realidad que vivieron numerosas empresas que dejaron de pagar alquiler de sus oficinas céntricas para buscar alternativas más flexibles y menos costosas, como el coworking, el alquiler temporal de oficina para reuniones específicas y las redes sociales como forma de comunicarse. 

¿Será esa una nueva tendencia en el trabajo de clase media? Hasta la pandemia, el teletrabajo ocurría en empresas de servicios con pocos gremios, como finanzas, servicios empresariales y profesionales y en el caso de trabajadores de altos ingresos. Esta tendencia parece haberse reforzado en varias empresas de servicios y es probable que le sigan las partes administrativas de las empresas industriales, profundizando la tendencia de outsourcing a nivel global. Algunos estudios en la actualidad calculan que entre 5 por ciento y 15 por ciento de los trabajadores pueden potencialmente teletrabajar y en consecuencia mudarse y salir del AMBA.

La recepción del teletrabajo por parte de los trabajadores fue dispar, pero a la hora de regresar a la oficina se han visto muchas resistencias, incluso en debate con los sindicatos, que quedaron en una posición incómoda. La oficina, como forma generalizada de trabajar en las grandes ciudades, está en crisis. Si bien en la fábrica los horarios de trabajo tienen sentido por la cadencia de las máquinas, las 8 horas en la oficina ahora aparecen como un número arbitrario que los patrones han inventado copiando lo que ocurría en la fábrica, pero sin otra lógica aparente que la dominación.

Algunos trabajadores pueden hacer sus tareas en 5 horas, otros en 7 y a otros no les alcanzan las 8 horas. Esa disparidad en los tiempos de trabajo es lo que seguramente genera que varios se hayan encontrado encantados con el teletrabajo, además de ahorrarse las horas de viaje de ida y vuelta.

El lado B del teletrabajo es la posibilidad de que se transforme en una nueva forma de flexibilización, algo que la ley de teletrabajo trata de impedir incorporando numerosas pautas como el derecho a la desconexión, derecho a la infraestructura laboral, la protección de datos de los trabajadores y la implementación de acuerdo a las especificidades de cada sector en el marco del convenio colectivo de trabajo, lo que generó rispideces con las cámaras empresarias.

Queda claro que el teletrabajo les puede resultar muy conveniente a las empresas por el ahorro de alquileres y distintos costos fijos asociados, como los servicios de limpieza y de secretaría (cada vez más suplido por las redes sociales y los intercambios personales entre personal de jerarquía), además de poner en jaque el “poder territorial” de los gremios en las oficinas. 

Por lo tanto, el peligro latente es que las empresas aprovechen la ocasión para reducir costos en empleados, en alianza con la comodidad de muchos profesionales y oficinistas que pueden mejorar su condición de vida al evitar viajes diarios desgastantes y aprovechar mejor su vida hogareña. Otras posibles víctimas del teletrabajo podrían ser los cuadros medios que coordinan sus equipos de trabajo desde “el despacho”, dado que es posible un futuro de estructura más horizontal para los oficinistas.

Impactos

Por lo tanto, de generalizarse el formato de teletrabajo, es muy probable que esa nueva regulación del trabajo tenga enormes impactos sociales negativos, tanto en un incremento del desempleo urbano como en una polarización aún mayor de los ingresos. Pero también es una ocasión para cambiar la forma de vida de la población, al rebalancear su distribución en el territorio, lo que puede hacer repuntar la vida económica y social de los barrios. 

Esas tendencias difíciles de contrarrestar deberán ser objeto de una política pública orientada a mejorar las condiciones materiales del hábitat, en especial los ambientes para teletrabajar, los sistemas de educación y de cuidado barriales y los servicios de conexión digital en las pequeñas ciudades para darle cauce a un reequilibrio poblacional. También se requieren políticas para revertir la tendencia a la despoblación de las ciudades chicas, generar economías de aglomeración y polos económicos alternativos al AMBA en el marco de una planificación urbana.

La oportunidad que se ofrece para realizar la tan mentada descentralización del Estado es también enorme. Que los ministerios vacíos de Plaza de Mayo puedan tener oficinas conexas en ciudades claves del conurbano y del Interior, aprovechando para relocalizar sus trabajadores, es una tarea urgente que contribuiría a mejorar la atención de la población y adaptarse a los nuevos tiempos.

El confinamiento puso de relieve las problemáticas ligadas a la urbanización. Las virtudes de las economías de aglomeración que se producen con la acumulación de trabajadores en un determinado lugar, como la mayor demanda para el comercio, mayor escala de producción fabril y economía de red en los servicios públicos, tienen el riesgo de pasar de un punto a partir del cual se producen enormes pérdidas de productividad social. Esto es así por el tiempo que se pasa en los transportes públicos y el cansancio que produce el viaje, el hacinamiento, los problemas ambientales y obviamente la posibilidad de una rápida expansión de una enfermedad contagiosa.

Todos esos problemas afectan principalmente en un país como Argentina, que tiene una particular hipertrofia poblacional dada porque el 33 por ciento de la población vive en la megalópolis, mientras que 10 por ciento de los brasileños lo hacen en San Pablo, 15 por ciento de los franceses en París, 13 por ciento de los ingleses en Londres,  5 por ciento de los estadounidenses en Nueva York y 20 por ciento de los coreanos del sur en Seúl. 

Dentro de esa hipertrofia hay una particular hiperconcentración de los poderes públicos y privados en 10 manzanas alrededor de la Plaza de Mayo, el famoso “microcentro”, que hoy luce vacío. Ese fenómeno de un barrio vaciado por la pandemia y el teletrabajo tampoco es algo que se consigue en Europa, y las soluciones que se proponen apuntan principalmente a convertirlo en un barrio como cualquier otro. Pero también habla mucho de cómo se reequilibró poblacionalmente la ciudad de Buenos Aires en horarios laborales, dándole nueva vida a los 100 barrios porteños.

Estos elementos deben ser atendidos con políticas concretas en base a una planificación, que además serviría para que el Gobierno constituya un discurso de pospandemia que pueda alimentar una épica del cual carece, apuntando a uno de los problemas estructurales del país. Así como Néstor Kirchner discutía discursivamente con la crisis del 2001 hablando de crecimiento y distribución del ingreso, es necesario que el Gobierno deje de utilizar la pandemia como una excusa y piense en una Argentina más federal y más armónica en términos territoriales.

*Coordinador del Departamento de Economía Política del CCC