Las buenas razones no son las que provocan el asentimiento sino la contradicción: no las que confirman nuestras certezas, sino las que las cuestionan; no las que nos confortan sino las que nos provocan o incomodan, o incluso las que nos escandalizan. “Putos” en Qatar, se colgó en un tweet. Que vocablo. Es nuestro. Está instalado. Se ha naturalizado. Se lo oye a menudo en nuestros campos de fútbol. Pertenece a esa embriagadora teatralidad de un deporte que comparte cama a diario con el fascismo festivo, alegre, de una violencia física y emocional furibunda. “Putos/Putas: Putes al Mundial”, se colgó otro más tarde.
El portavoz del Comité Organizador del Mundial de Qatar 2022, Nasser Al-Khater, expresó en una entrevista a la CNN: “que el país recibirá a los aficionados de la comunidad LGTBI, y que permitirá su asistencia a los partidos”, pero solicitó “que no haya demostraciones públicas de afecto”. Un ofrecimiento envenenado. Una invitación condicionada a que una parte de su razón de “ser” se quedara en casa. Una forma de ir sin ir. De estar sin “estar”. De ser sin “ser”. El hombre no quiere ruidos. Desea un colectivo sumiso, escondido. En un par de palabras les robó la identidad. Los convirtió en “putos”. En ese “puto”nuestro, ese que te desfigura, te disuelve y te gira el rostro hacia la niebla existencial. Su intención es invitar envases huecos. Envases de “putos” vacíos, como matrioskas rusas, inhabitadas, con sus emociones y sus sentimientos recogidos, bien ocultos.
La pulsión identitaria define de alguna forma como somos, y ese “somos” alcanza profundos niveles de aceptación y de abstracción conceptual. Algo que se les escapa a las autoridades qataríes. Arquitectos de realidades diseñadas de prejuicios, de inseguridades, de estructuras sociales rígidas, inmovilistas, dictatoriales.
La tolerancia es un concepto unívoco, una aproximación lucida a la vida, que cuestiona el sufrimiento, y donde predominan los conceptos de lo sublime, lo luminoso y lo poético. La tolerancia habla de lo absoluto, lo sagrado, sin necesidad de que todo tenga un sentido de trascendencia o inmortalidad.
“Las muestras de afecto en Qatar están prohibidas”, repitió varias veces Al-Khater en la entrevista. A que se refiere. A agarrarse de la manito, a darse un besito furtivo, una caricia. Se nota mucha improvisación. La gente tiene miedo. Se debería elaborar un protocolo. Uno necesita respuestas. Uno se juega los cuartos en este Mundial. Vas acojonado. Es que mañana hay un gol de Messi, uno se desata, abrazas a tu mejor amigo, le das un beso, y a continuación te caen cinco años de cana por exhibicionismo homosexual. La pena mínima por mojar la cama. No hay derecho. Uno está desprotegido.
A este Mundial se debe ir sin sexo. Hay que dejarlo en casa. Ir inmaculado. Sin mácula. Sin mancha. Es decir sin sexo de por medio. Con un rosario entre los dedos, una cortina en la cabeza, y mucha paciencia.
Viktor Frank, el famoso psiquiatra vienés que sobrevivió a cuatro campos de concentración y fundó la psicoterapia centrada en la voluntad del sentido, denominada logoterapia y análisis existencial, acuñó un termino muy interesante: optimismo trágico. Es lo que se desprende de este Mundial. A todos nos ha recordado, visceralmente, la intensa fragilidad de la vida. La Confederación Sindical Internacional calcula en 2.800 los fallecidos en la construcción de los estadios; y ahora al colectivo LGTBI se le pide dejar de “ser” para poder seguir “siendo”, escondidos en la trastienda de un desierto de infectos escorpiones de turbante blanco. Toda una vida atravesando el páramo de la pesadumbre, suerte de alegoría de la esperanza de un renovado ser humano capaz de iluminar un nuevo futuro. Un posible refugio contra la intemperie del mundo.
(*) Ex jugador de Vélez, y campeón del Mundo Tokio 1979.