Salvando el período de 4 años que incluyó los últimos dos de Mauricio Macri y los primeros dos de Alberto Fernández, la Unión Industrial Argentina (UIA) estuvo dominada en sus intereses y posiciones generales por un puñado de grandes empresas, con el pulso finamente controlado por Techint. Aquella idea de algunos industriales, grandes y pymes, de una gremial empresaria industrial con el poder repartido y el modelo de crecimiento en el eje, hoy suena a quimera. El miércoles, en las primeras horas de la mañana, ocurrió un hecho curioso, pero que muestra la lógica imperante.
En el marco de los primeros paneles de la 27 Conferencia Industrial de la entidad que preside Daniel Funes de Rioja, el canciller Santiago Cafiero debía mantener una conversación con el titular de Aceitera General Deheza (AGD), Miguel Acevedo. Al cierre de esa primera jornada, el plato fuerte sería una charla entre Luis Betnaza, de Techint, y el presidente del Banco Central (BCRA), Miguel Pesce. Pero un cambio de último momento, sin demasiada explicación, puso a Acevedo –presidente saliente de la UIA y uno de los que facilitó esquemas de poder más horizontales- en el diálogo con Pesce y a Betnaza, mano derecha de Paolo Rocca, en el mano a mano con Cafiero.
En el espadeo con el canciller, el hombre de la “T” esgrimió antiguas estrategias para decir lo que quería decir, que fue lo que fomentó la alteración del programa de la UIA: a grandes rasgos, que el enemigo comercial de la industria local es China y que el país debe virar a una geopolítica de los negocios menos distributiva y más volcada a Occidente. También deslizó allí pocas simpatías hacia el Mercosur. “Fue a proteger el negocio”, sintetizó ante Página I12 un industrial bonaerense que conoce la interna industrial. Es que el gran enemigo de los negocios de Rocca, sobre todo en materia de tubos sin costura, es el Gigante Asiático, que vende y más barato. De hecho, hubo un caso más o menos reciente en Argentina que reflejó esa historia. La provincia de Córdoba licitó hace unos años un tendido de gas que tenía de competidores a los chinos y a Techint. Por esas paradojas, fue una dirigente de Cambiemos que graficó lo crudo de la disputada: “la verdad, a mí no me simpatiza nada Paolo, pero antes que los chinos…”, dijo por entonces Elisa Carrió, que encabezaba una comisión de obras importante en Diputados. Y llamó a comprar los caños de Rocca.
La posición de Betnaza y Techint se cuestiona desde los industriales, que entienden que en un mundo convulsionado por lo comercial y por el IVA que le puso la pandemia a la crisis geopolítica, la UIA debe pugnar por un modelo de comercio equilibrado, sin elegir socios y discutiendo opciones mejores o peores.
Los que resisten a esos manejos están, hoy, literalmente en una trinchera y con una bayoneta, contra un ejército consolidado y con caja de resonancia para sus pedidos. No es el primer caso, de los hechos recientes, que mostró el desfasaje de la agenda industrial: hace unos días, Funes de Rioja dio una charla, en su rol de titular de la UIA, en la Unión Industrial de Córdoba (UIC). La cuna del liberalismo de la que salió la Fundación Mediterránea y en la que reinan las alimenticias y agropecuarias. El eje central de su discurso fue la Ley de Etiquetado Frontal de alimentos, un tema que le interesa exclusivamente a algunas empresas proveedoras de la mesa chica, que ya está votado y que intentan corregir en la reglamentación. “No son discursos para un presidente de la UIA”, se quejaron los detractores, que además antes de que asumiera en UIA, pidieron que Funes renunciara a su cargo en la Copal, la Coordinadora de Productores de Alimentos que aglutina a las fábricas.
Estos emergentes dividen la discusión de la UIA entre dos posiciones: los que pulsean por poder y los que quieren recuperación. En los pasillos de Parque Norte, en los que se desarrolló la reunión, el tema fue el cambiario, la deuda y el cepo, porque todos coinciden en que el crecimiento económico requiere de inversiones, que no pueden hacerse sin tener garantizados los dólares para importar insumos. Lo dijo -de una forma tan accidentada y rudimentaria que sonó a reprimenda ante el jefe de Gabinete, Juan Manzur- el algodonero y titular de la Federación de Textiles FITA, Luis Tendlarz. Los textiles, salvados por el Gobierno de la crisis casi terminal en la que los puso el modelo de Macri, precisan divisas para acompañar con oferta una demanda que pocas veces vieron en los últimos años, pero marcaron la cancha. Fueron, también, los que aún con respaldo, batieron récord de alza de precios.
La realidad paralela a las disputas políticas de los gigantes refleja, además, una preocupación de los industriales que hoy crecen fuerte y parejo: cómo se desenvolverá la interna por el modelo económico en el Frente de Todos. Lo que pocos dicen y muchos piensan es que el Gobierno de Alberto Fernández es la última oportunidad para la industria de sentar las bases, y que si la alternativa es Cambiemos, existe un problema de base que es la concepción de lo que son las fábricas. Esto no se marca en la perfección de la conducción de Todos, a la que le critican cosas importantes como la inflación y la demora en cerrar con el FMI, pero sí muestra lo fresco del recuerdo de la política de ignorar a las fábricas del período inmediatamente anterior.