Como consecuencia de una cruel enfermedad, se apagó a los 61 años la vida de la escritora Almudena Grandes.
Su prosa firme e incisiva puso a contraluz todas aquellas cuestiones que la mala conciencia de quienes sembraron el terror en España durante décadas pretendieron borrar de la memoria colectiva.
En efecto, los cuentos y las novelas de Almudena Grandes le dan voz a las víctimas del oscurantismo clerical/militar impuesto por el régimen franquista, las mujeres represaliadas durante la postguerra Civil española enclaustradas en conventos y los miles de hombres enviados a prisión y condenados a trabajos forzados.
Nacida el 7 de mayo de 1960 en Madrid estudió Geografía e historia en la Universidad complutense, ejerció el periodismo y sus crónicas eran publicadas con frecuencia en el diario El País.
Las novelas de Almudena Grandes indagan las claves de años difíciles de la social y política ibérica sin complacencias.
Definida explícitamente como de izquierdas y anticlerical, rasgó con su prosa los velos de la hipocresía y las imposturas.
En una entrevista que le realizaron señaló con agudeza su rechazo a las actitudes indolentes frente al empobrecimiento de las clases populares y el contraste con el obsceno consumismo. Afirmaba que las políticas gubernamentales estaban convirtiendo a la población española en un pueblo de “borricos y de horteras”.
Reconocía como influencias por sus lecturas a Benito Pérez Galdós, Daniel Defoe; Homero y Cervantes, también las películas del director Luis Buñuel, principalmente Viridiana.
La novela Besos en el pan pone sobre el tapete las relaciones intergeneracionales, los conflictos sobre las perspectivas vitales y la necesidad de no perder la convicción de luchar contra la miseria y la pobreza con dignidad, sin servilismo.
Entre los libros que nos legó María Almudena Grandes Hernández podemos mencionar: Las edades de Lulú, El corazón helado, Te llamaré Viernes, Los aires difíciles, Castillos de cartón.
La literatura de Almudena Grandes persistirá en la conciencias libres que rechazan todo despotismo y dogmatismo.
Carlos A. Solero