Hay algo muy simbólico en el hecho de que Sigo mintiendo –la primera obra escrita y dirigida por Mariana Chaud, que estrenó hace 17 años y desde esta semana puede volver a verse en el Teatro Sarmiento– esté contada de adelante hacia atrás, con recursos medio elementales como el de los actores desplegando algunas de sus acciones en reversa, como si estuvieran en rewind. En principio, porque en ese gesto se condensan y exponen de forma muy genuina las primeras búsquedas de una directora que en 2003 estaba dando sus primeros pasos y acudía a “procedimientos re-teatrosos”, como los define ella en el presente. Para las nuevas generaciones de creadores y espectadores teatrales, que obviamente no vieron la obra en su primera versión, la experiencia de este Sigo mintiendo reloaded no tiene entonces solamente valor documental, sino que también contiene, si se quiere, una suerte de enseñanza que alivia: también Mariana Chaud –hoy una de las directoras insoslayables de la escena, que con los años desarrolló un lenguaje singular a partir de la creación de universos delirantes, de situaciones que rompen lo cotidiano con alguna ocurrencia extraordinaria– empezó así, echando mano a algunos trucos que había aprendido en los talleres de actuación.
Pero hay algo más: eso que los actores de Mariana hacen en Sigo mintiendo –ir hacia atrás, volver sobre los propios pasos– es en cierta forma lo que ella estuvo haciendo durante todo esta segunda mitad del año. Convocada por Vivi Tellas a formar parte del programa “Artista en residencia”, que invita a un creador teatral por año a volver a montar algunas de sus obras pasadas y finalmente, a crear una nueva, Mariana también pudo hacer rewind de su propia carrera como creadora. La retrospectiva comenzó en agosto con Ubú Patagónico, estrenada originalmente en 2014 en el marco del ciclo Invocaciones, curado por Mercedes Halfon y producido por Carolina Martín Ferro. En el marco de aquel ciclo, se invitaba a distintos artistas a pensar nuevas obras a partir de las resonancias de algunos dramaturgos y directores fundamentales del siglo XX. De forma muy acertada, las chicas le encargaron a Mariana la creación de un espectáculo inspirado en Alfred Jarry: ¿quién mejor que ella, la directora que va constantemente del humor disparatado a la reflexión, la creadora de mundos que siempre mixturan cotidianeidad y fantasía, para dialogar con el creador de la patafísica? El resultado fue una “adaptación entre mil comillas” de Ubú Rey, pero que también remitía a otros textos del autor (Los días y las noches, Gestas y opiniones del Doctor Faustroll, patafísico) y dialogaba con la obra de la propia Chaud.
A esa obra le siguieron, a mediados de septiembre y fines de octubre, Elhecho y Budín inglés, estrenadas en 2005 y 2006 respectivamente. En su primera versión, Elhecho contaba la historia de un sacerdote decidido a dejar los hábitos para comprobar científicamente la existencia de Dios, en una carrera un poco maníaca hacia el conocimiento que le había destruido cualquier posibilidad de distinguir el bien del mal. En ese afán desenfrenado torturaba, violaba e incurría en todo tipo de maldades, rodeado de algunos personajes que parecían salidos de Los locos Addams y un helecho, testigo privilegiado y en parte narrador de los sucesos. En la reversión de este año, a más de quince del estreno original, Mariana decidió quebrar el pacto ficcional original y sumar algunas aclaraciones de los actores sobre eso que sucedía en escena y sobre la época en que se había estrenado la pieza. “La empezamos a ensayar, veníamos bien, pero a los dos o tres ensayos paré todo y dije ‘no, esto no tiene sentido, hay que meter mano acá’, y ahí habilité a los chicos a meter comentarios sobre el momento en que hacíamos las funciones, sobre sus compañeros, sobre el trabajo de cada uno: fue apareciendo de todo”, cuenta Mariana. “Lo que pasó es que nos dimos cuenta de que la obra era muy del texto, la temática me parecía un poco descolgada y vieja, estaba esa crítica a la iglesia, el gore desatado con efectos especiales re-truchos, cosas que en su momento sentía que funcionaban y ahora pedían otra cosa, había que romperlas”.
Budín inglés, en cambio, se sostenía tal cual había sido pensada en su momento. Estrenada en el marco del ciclo “Biodrama” (también creado por Tellas), la obra mezclaba realidad y ficción en un procedimiento bastante particular. Muchos de los textos que aparecían en la obra habían sido tomados de entrevistas a personas reales: Marilís Serra, Adela Rozas, Mara Pescio y Mariano Llinás le habían contado a Mariana Chaud sobre su vínculo con los libros y con la literatura, habían compartido sus mejores historias como lectores. Pero la situación que contenía todos esos parlamentos, en cambio, era ficcional. Una pareja de treintañeros –en el momento del primer estreno, y de largos cuarenta en la actualidad– está en pleno proceso de separación y emprende la venta del departamento que fue su nido de amor. Mientras tanto, las respectivas madres de él y de ella gestionan cada detalle del vínculo y luchan por su supervivencia. “Cuando volví a ver el video de la obra me di cuenta de que podía ponerla a funcionar tal como estaba”, dice Mariana. Sin embargo, algunas cosas cambiaron: “El efecto más gracioso es que esos dos chicos mameros que tenían treintipocos ya en ese momentos eran unos grandulones para estar tan sobreprotegidos por sus madres, pero ahora que tienen cuarenta se vuelve más ridículo aún”.
Finalmente, esta semana se estrenó Sigo mintiendo, la primera obra en la que Mariana se lanzó a escribir y dirigir, después de varios trabajos como actriz o creados en conjunto. Paradójicamente, su retrospectiva se cierra con su primer trabajo. Mencionar que desde esos días en que empezó a ensayar Sigo mintiendo hasta hoy corrió mucha agua bajo el puente es un lugar común inevitable. Mariana se divierte cuando se acuerda de que muchos de los actores que había convocado para ese primer proyecto de su autoría y dirección se bajaron porque no estaban demasiado seguros de que la cosa fuese a llegar a buen puerto. “Yo no tenía nada de experiencia y evidentemente tampoco generaba mucha confianza”, se ríe. Mientras ensayaba con los que sí habían elegido seguirla en su aventura, algo cambió un poco el rumbo de las cosas: Mariana ganó la primera edición del premio S, galardón inventado por un mecenas por ese entonces anónimo en el mundo del teatro, que desde 2003 siguió eligiendo cada año a uno o dos teatristas jóvenes para apoyar sus nuevas creaciones en el circuito independiente. “Ese premio nos dio tranquilidad a todos. No tanto por lo económico, quiero decir, la obra la hubiéramos estrenado igual de una forma o de otra, pero para mí fue clave saber que alguien confiaba en mí”.
Algo que llamará la atención a quienes hayan visto las tres obras anteriores de la retrospectiva y vayan a ver Sigo mintiendo es que muchos de los actores se repiten de proyecto en proyecto, desde esos primeros años hasta hoy. Santiago Gobernori, Marcos Ferrante, Laura López Moyano, Marina Bellati, Lalo Rotavería, Walter Jakob y Nicolás Levín (que comparten generación con Mariana) son algunos de los nombres que, si uno recorre los programas de mano de estos y otros trabajos de la autora, verá aparecer con recurrencia. Ese mismo gesto de insistencia se repite también en los rubros técnicos: Matías Sendón, por ejemplo, está en las luces desde hace muchísimos años, Luciana Acuña es quien acompaña a Mariana en el trabajo de movimiento de cada obra que lo requiere, y así podrían seguir mencionándose a muchas otras personas. Esa persistencia para elegirse una y otra vez no tiene, dice la directora, mucha explicación más allá del deseo de trabajar junto a la gente que la conoce bien y a quien ella conoce bien, lo que significa saber bien cómo sacarle el jugo a cada uno de esos compañeros de ruta. “Sin ser explícitamente una compañía, funcionamos un poco con esa lógica, apostamos de alguna forma a una continuidad en el trabajo porque disfrutamos mucho de esos procesos compartidos. Y sobre todo porque nos tenemos mucha confianza”, explica Mariana.
¿Cómo definirías tu trabajo de dirección con ese “elenco estable”?
-Yo soy muy de la escuela de rescatar lo mejor de cada uno. Mi trabajo de dirección en cierto punto se parece al de una fan: afinar el oído, escuchar, detectar lo que más me gusta. Y, de eso que me gusta, pedir más. Cuantos más generoso es un actor, más fácil se vuelve mi trabajo. Cuanto más se exponen, más tela tengo para cortar y para elegir. Y, en ese sentido, conocernos tanto siempre es una ventaja.
Hay, también, otro elemento que conecta todas las obras de esta retrospectiva –y otras obras de Mariana, más allá de esta selección casi metonímica de su trayectoria–. Ese elemento es el humor; un humor que se enciende a partir de la vulnerabilidad de los personajes, que siempre están un poco al borde del ridículo. O desde el equívoco. O a veces también desde algún gesto que de repente rompe con el verosímil que se venía construyendo. “Hacer reír es, para mí, casi una condena”, confiesa Mariana. “A mí me encanta, pero también soy un poco esclava de eso, a veces trato de medirme para no sacrificarlo todo por un chiste. Y otras, bueno, me dejo caer en la tentación”.
La risa es, para Mariana, una suerte de antídoto que siempre aparece para descontracturar y sobre todo para ofrecer una nueva perspectiva de las cosas. Incluso en sus obras más “serias” como La fiebre, donde Julieta Zylberberg interpreta a una mujer al borde del colapso mental, hay lugar para cierta comicidad. En la obra (que volvió por unas pocas funciones al Teatro Nun), uno no sabe bien de qué se ríe pero, en medio del derrumbe de ese personaje frágil, absolutamente roto, se encuentra a sí mismo riéndose.
APTO TODO PÚBLICO
Son muy pocos los directores teatrales que tienen la oportunidad de volver a poner en escena obras del pasado, y Mariana es consciente de ese extraño privilegio que le ha tocado en suerte: revivir un proyecto pasado con la conciencia del presente, algo así como volver con un ex después de mucho tiempo sin verse con la madurez que otorgó el paso de los años. La experiencia, dice, abrió preguntas en muchos frentes y trajo movimiento interno. “La verdad, no me esperaba que fuera tan movilizante”, dice. “Obvio que una sabe que se va a poner a bucear en obras del pasado y que todo eso va a generar cosas, pero es más fuerte de lo que me imaginé: te lleva a pensar en tu manera de trabajar, en los grupos que creás, te lleva a preguntarte cómo se recupera algo que estuvo ahí, que existió y tuvo mucho sentido en un momento particular. Yo me veo muy diferente también a la que era cuando hice cada una de esas obras por primera vez, y el trabajo en la retrospectiva en parte consistió en tratar de conectar con esa que fui”.
El ejercicio de mirar al pasado no tiene que ver solamente con pensar la propia obra en un repaso narcisista por la carrera construida sino entenderse mejor para crear las obras que vienen con una conciencia más plena de lo hecho. Al menos así le gusta entender el proceso a ella: “Creo que esta experiencia es de mucho aprendizaje para el futuro también. Yo soy muy de hacer, hacer, hacer y no parar mucho a reflexionar, me sofoca esa idea. Y con la retrospectiva pude pensar ciertas cosas desde ese lugar de hacer. Ahora me siento con algunas herramientas nuevas para lo que sigue”.
Lo que sigue son por lo menos tres proyectos con estreno en 2022 que la tendrán trabajando de forma constante durante el año que viene. Por un lado, en codirección con Gustavo Tarrío, Chaud montará en el Teatro Nacional Cervantes su primer espectáculo infantil (aunque, bueno, ella prefiere llamarlo “teatro ATP”). En Familia tipo y la nube maligna, que ya tiene elenco confirmado –Verónica Gerez, Tatiana Emede, los Sutottos Andrés Caminos y Gadiel Sztrik y Nicolás Levín– la protagonista será una nena que escucha cuentos de terror para irse a dormir. En cada uno de esos relatos enmarcados que se irán abriendo a lo largo del espectáculo, además de los elementos del terror habrá otro hilo conductor: la pregunta por qué o quiénes conforman una familia hoy. “Mi experiencia más cercana con el teatro ATP fue ¡Jettatore!, la hacíamos en La Boca, al aire libre, de día, y tenía un público re-familiar. Pero esta obra es más francamente dirigida a los chicos, obviamente con la premisa de que los adultos también se diviertan. Creo que el gran desafío para nosotros es regular el miedo, porque un poquito es divertido, y nos interesa trabajar también sobre cómo se causa esa emoción, pero obvio que la idea no es que los chicos se vayan en pánico”.
También se le viene la dirección de Las moiras, obra escrita por Tamara Tenenbaum, que será la primera de un díptico en homenaje a Der Dybbuk, el texto más famoso del teatro yiddish. Con un elenco que todavía se está confirmando, el proyecto será producido por Compañía Teatro Futuro, la estructura de creación y producción que integran Mariano Tenconi Blanco, Ian Shifres y Carolina Castro.
Por último está la creación de una obra nueva para el Teatro Sarmiento, que los artistas en residencia crean una vez finalizada su retrospectiva (así nació, por ejemplo, Petróleo, que las Piel de Lava estrenaron después de volver a montar sus cuatro obras anteriores). Pequeña Pamela todavía tiene muchas preguntas abiertas, pero ya hay algunas definiciones. Por empezar, algunos nombres confirmados que forman parte del elenco estable de Mariana: Santiago Gobernori, Nico Levín y Marcos Ferrante.
El disparador creativo del espectáculo es el cruce con la obra del artista plástico Nahuel Vecino, con quien Mariana tenía ganas de trabajar hace rato. “Queríamos hacer algo juntos y yo de entrada le dije a Nahuel ‘no hagamos una obra donde vos te ocupás de la escenografía y yo del resto: pongámonos a mezclar lenguaje desde el principio’. Para mí era importante plantear una colaboración desde ahí, un ida y vuelta”. Esa contaminación de lenguajes obsesiona a Mariana de un tiempo a esta parte. En Ubú Patagónico, por ejemplo, el artista plástico Gabriel Baggio creó los elementos escénicos que fueron clave durante el proceso creativo y Pablo Dacal, a cargo de la música, se puso a buscar partituras del propio Jarry y las trabajó con sonidos más locales para crear sonidos que terminaron siendo fundamentales en la obra. Ese interés por echar mano a lo que tienen para ofrecer otras disciplinas para ella tiene una explicación contundente: “Hay algo de crear teatro con la gente de teatro todo el tiempo que para mí se agota un poco, y me parece que está bueno entrar en diálogo con otras disciplinas. Está bueno abrir espacio y tomar de otros lugares, de la música, de lo visual. Y me parece que no hay tanta escuela de eso y que es súper rico, porque abre el imaginario y te suma niveles de posibilidad”.
En cuanto a lo temático, la obra será una suerte de “tragedia medio clásica”, donde la mitología griega va a cruzarse con el mundo de la cumbia y el conurbano. “Creo que Pequeña Pamela habla un poco del desamor, de la estupidez y de la violencia de los varones hacia las mujeres. Espero no ponerme demasiado solemne, pero también poder tratar todo eso sin liviandad”. Es al menos llamativo que, después de una retrospectiva en la que optó por reponer algunas de sus obras más delirantes y humorísticas, la directora haya decidido cerrar su residencia en el Sarmiento con una obra que, a priori, no parece ser una invitación a la carcajada. “Creo que igual va a tener humor, eh, a pesar de que es una tragedia en su esquema y en la historia. Es un re-desafío, vamos a ver cómo se va armando. Pero, vuelvo sobre lo mismo: haber hecho todo este trabajo de volver para atrás en el tiempo, que no es para nada gratuito, tiene que servir también para pensar sobre los propios procesos, para conocerse mejor y para tomar nuevos riesgos”.
Volver sobre los pasos que dio hace casi dos décadas y encontrarse con la directora que fue en sus comienzos también le permitió repasar todo lo que aprendió en estos años de oficio en el teatro. Por suerte, dice, hay muchas lecciones que ya incorporó, materias que ya tiene aprendidas. Las que le hicieron más liviana la tarea de dirigir, obviamente, no pasan tanto por lo técnico sino por haber conseguido lidiar de una manera más amable con el factor humano: ahí reside la gran sabiduría capitalizada. “Hay muchas cosas que antes me atormentaban un montón y que ahora puedo tomarme de otra forma, con un poco más de gracia. Ahora ya sé, por ejemplo, que antes del estreno todo el mundo te odia”, se ríe. “Yo eso lo sufría horrores, no lo soportaba. Y ahora puedo decir ‘bueno, están en esa fase, ya va a pasar’. No me tomo todo tan a pecho. Aprendí también que la comunicación es medio central, que hay que tratar de encontrar siempre una manera de decir las cosas. Y que, a veces, insistir en un camino que no está funcionando no sirve de nada. Si algo no va, dejémoslo reposar. En una de esas más tarde encontramos la forma”.
Sigo mintiendo se puede ver de jueves a domingo a las 20, en el Teatro Sarmiento, Av. Sarmiento 2715. La fiebre es los sábados 11 y 18 a las 22.30, en Nun Teatro Bar, Juan Ramírez de Velasco 419.