Parece mentira escuchar a alguien como Franco Torchia decir con su amorosidad y mordacidad habituales que ha hecho del hartazgo un modo de vida. No se conforma y se satura rápido, dice, presentando como karma una característica que lo ha llevado a encarar todos sus proyectos creativos con una premisa que no se negocia: oposición absoluta al consignismo, la pancarta y los mantras luchones.
Ya sea como ángel y demonio heredero de Roberto Galán en Cupido -el programa de Much Music pionero de matcheo artesanal de principios de este siglo-, como una voz disonante de Intratables, como creador y conductor del ciclo pionero No se puede vivir del amor -que en febrero empezará a transitar su primera década de existencia en Radio Ciudad- y como pluma habitual de este suplemento, Torchia, cuando parece que va, vuelve, o directamente resbala por la tangente: “No me gustan los slogans. Si los tomo, es para cuestionarlos, extenderlos. ¿Qué es hablar de diversidad sexual hoy? Sé que mientras más me voy de tema, más lo estoy abordando”.
Nunca usa las palabras que se esperan; puede responder con otra pregunta, un guiño, una poesía. Este desvío es su modo de hablar, de pensar, y de escapar del abroquelamiento de los sentidos, pero también es una salida de emergencia para evitar que lo abroquelen a él: “Hasta el día de hoy suelo ser definido como ‘periodista y activista’ y, si bien no tengo ningún problema con esas definiciones, me pregunto por qué eso no les sucede a periodistas especializados en otros temas. A ningún periodista especializado en fútbol lo presentan también como futbolista. Y a ninguna periodista especializada en economía se la presenta automáticamente como economista si no lo es. Creo que hay de por sí una especie de subvaluación o minorización”
CREER O REVENTAR
“Cuando Alejandro Tantanian este año me llamó para hacer la ópera Theodora, yo me la pasé diciendo ‘no lo puedo creer’”, se refiere a la pieza que montaron en el Teatro Colón que cruzaba el oratorio de Handel, de 1749, con textos de la teóloga queer rosarina Marcella Althaus-Reid, que fue atacada y acusada de espectáculo blasfemo por la Conferencia Episcopal. “Hasta que el mismísimo Tantanian me prohibió terminantemente seguir diciendo esa frase. Así que no puedo decir más ‘no lo puedo creer’… pero me cuesta. Y no se trata de falsa modestia, sino de cosas que tienen que ver con mi historia personal. Una historia que muchas veces en mi vida me ha llevado a quedar incrédulo ante un reconocimiento. Recibir el Premio Carlos Jáuregui es muy emocionante. Lo vivo como una distinción al periodismo de diversidad sexual de este país y no puedo no ponerlo en diálogo con otras experiencias, como este mismo suplemento”, dice Franco sobre el premio que también fue entregado a otras figuras comprometidas con los Derechos Humanos como Estela de Carlotto, Nelly Minyersky e Ilse Fuskova.
En febrero comienza el décimo año de aire de tu programa No se puede vivir del amor. Fue diario durante casi nueve años y este año decidiste que fuera semanal. ¿Por qué?
-Estar al aire todos los días le había valido el mote de “único programa diario de diversidad sexual del mundo”, que suena muy rimbombante pero que en un momento determinado, cuando lo empezamos a hacer, advertimos que era efectivamente así. Más allá de que ya no tengamos una frecuencia diaria, sí compartimos contenidos todos los días. Repasando la historia del ciclo, creo que hubo momentos y experiencias del programa que en rigor las personas las escucharon cuando quisieron, no necesariamente a las doce de la noche. Es decir: siempre fue bastante on-demandeado. Decidimos potenciar su naturaleza podcastera. Es un programa lleno de momentos entrañables y valiosos. Se me ocurre hablar de Daniel Lemes, cuando vino a contarnos por ejemplo que Alberto Migré fue su pareja durante tanto tiempo. Muchas mujeres trans se acercaban a la puerta de la radio de madrugada a buscar trabajo, contar sus historias, y eso me dejaba entre perplejo y aún más comprometido. Práxedes Candelmo, por ejemplo, vino en 2014 a nuestro ciclo. Estaba recién graduada de enfermera, con altísimo promedio y no conseguía trabajo. Venía de ser muy ultrajada en una admisión en el Hospital Rawson en donde la habían obligado a desnudarse. Desde el programa la ayudamos conseguir trabajo en el Hospital Argerich.
¿Cómo se fue transformando el universo de lxs oyentes y cómo, el de la línea editorial?
-Cuando empezó yo no tenía la misma cantidad de información que tengo hoy. Lo usé mucho al programa como espacio formador, de mí y de quienes nos escuchan. Cuando es necesario no dudo en producir entrevistas de esas que duran 45 minutos, es decir, un asesinato radial en sí mismo. Hoy ya no lo es tanto porque el consumo de podcast ha modificado bastante eso pero en cualquier manual radiofónico dice que una entrevista tan larga es criminal. Hoy, hay mucho más, hay muchos proyectos de archivos históricos, por citar un caso muy obvio, vimos crecer al Archivo de la Memoria Trans, que hoy está en un estado de florecimiento muy emocionante. Pero hace 10 años no era así. Me preocupaba construir archivos que tal vez no fueran escuchados en ese momento pero sí que sirvieran para una suerte de posteridad. Siempre me interesó la mirada profundista y problematizadora, de la que en algún punto puedo decir que uno de los grandes modelos fue SOY. En muchos momentos en los que me veo obligado a hacer algo meramente informativo o más de agenda obvia, me aburro. Prefiero investigar a fondo, abrir nuevos interrogantes. Eso me acompañó desde un primer momento y por eso siento que hay mucho de nuestro propósito original bastante cumplido. Tenemos archivo diseminado, dando vueltas.
Cuando No se puede vivir del amor empezó, quizás, no se discutía tanto esto, pero hoy usar definiciones como “un programa sobre diversidad sexual” es meterse en fuegos cruzados… Muchas personas prefieren hablar de “disidencias sexuales”, por ejemplo. De hecho son tensiones y discusiones que aparecen también en este suplemento…
-Decir que es un programa de diversidad sexual siempre fue una enunciación operativa, porque… ¿qué es la diversidad sexual hoy? La estamos ampliando cada vez más. Y trato de extralimitar eso lo más posible, tomo diagonales, y sé que mientras más me voy de tema, más estoy abordando el tema. Me interesó desde cero trampear al periodismo tradicional, piratear la agenda clásica. Soy muy inconformista y tengo una capacidad bastante rápida de hartazgo y saturación. Diría que abordar la diversidad sexual para mí es ir detrás de quienes desertan. Las identidades terminan muchas veces siendo un ejército. También son ejércitos los temas “que importan” y “las agendas clásicas”.
Hacer diversidad sexual meta-periodísticamente hablando siempre es estar haciendo algo que por supuesto no ingresa al centro de lo cubrible. Siempre me interesó ir detrás de lo que no se cubre. Pero no por esa especie de justicia periodística según la cual estamos mostrando aquello que no se ve... sino por la intención de romper los temarios. Y tratar de poner de relieve que aquello que late detrás de las “grandes noticias” debería ser realmente agudizado. No me gustan los slogans. Si los tomo, es para cuestionarlos, extenderlos. Trabajamos con una materia muy proclive al consignismo. Hasta dónde el periodismo de la diversidad sexual se cruza o no con los activismos es una pregunta muy latente. Y hasta dónde somos guionados o no por los activismos, también.
Hasta el día de hoy suelo ser definido como “periodista y activista” y, si bien no tengo ningún problema con esas definiciones, me pregunto por qué eso no les sucede a periodistas especializados en otros temas. A ningún periodista especializado en fútbol lo presentan también como futbolista. Y a ninguna periodista especializada en economía se la presenta automáticamente como economista si no lo es. Creo que hay de por sí una especie de subvaluación o minorización. Como si se dijera: este periodista-activista está ahí pataleando, tratando de comunicar todo esto que finalmente no sé si es tan importante.
Y agregaría: “Y tampoco sé si lo que hace es exactamente periodismo”
-Quizás hoy esté pasando algo similar con el ambientalismo y quienes hacen periodismo sobre el tema. Pero insisto: el 85 por ciento de las causas de la diversidad son causas que me movilizan. Sin embargo, en muchas cosas no me siento activista. Sí soy más activista de un periodismo que sea lo más insurgente posible que de una diversidad que sólo demande leyes. Me parece importante cuestionar al activismo cuando sólo pasa por demandar leyes y cuestionar una visión de la historia del activismo como una historia de los derechos civiles. Por eso no sólo me interesa lo que está por fuera del temario de las agendas duras, sino también lo que está por fuera de las agendas duras de la propia diversidad. Por eso digo que si me preguntan yo hoy ya no puedo decir qué es exactamente la diversidad sexual. Muchos hemos pasado a hablar en mayor medida de “disidencias” pero eso tampoco es sencillo. “Disidencia” es una palabra fuertísima, con connotaciones muy poderosas… y no siempre las vemos. Muchas veces llamamos “disidencia” a algo cuya potencia de cambio está muy licuada.
¿A qué te referís, por ejemplo?
-Me pasó este año mientras veía la sanción en el Congreso de la ley de cupo laboral travesti y trans. ¿Cuánto tiempo habrá hablando el suplemento Soy del cupo laboral travesti trans? ¿Y No se puede vivir del amor? Siglos. Y yo veía a la Cámara de Diputados ultra-cis no solamente hablar en nombre de, sino mostrarse muy vehemente a la hora de hablar del acceso al empleo para la población trans… y como periodista sentí cierta bronca. Por supuesto que lo importante era que la ley saliera y salió. Pero hablo de algo más fino, de una ajenidad que de repente sentís. La sensación de que en el discurso había algo de usurpación.
Ese sentimiento también quizás da cuenta de que la ultra-especialización te puede ir encerrando…
-Y sí… de repente también te encontrás con alguien que está en cero. En la radio me pasa mucho. Da un poco de fiaca volver sobre los temas de cero, contar todo una y otra vez. Trato de sortearlo, de no volver a foja cero todo el tiempo, pero a veces no queda otra. A esa sensación de foja cero la hemos tenido por ejemplo en el año 2019. Un año record en el peor de los sentidos ya que hubo muchísimos casos de violencia contra personas lgbti. Como si hubiéramos vuelto a un estado primitivo, estábamos constantemente denunciando estos casos de violencia. Pasás por muchos estados cubriendo estos temas.
Y hasta podría decir que esto tiene consecuencias profesionales en mí. Tal vez, de no haberme dedicado al programa tanto como me dedico, de no haber cubierto tanto estos temas, me hubiesen pasado otras cosas en el sentido profesional que no me pasaron. No lo digo en tren de víctima para nada, sino para señalar otra capa de sentido de algo que pasa con estos temas y no con otros. En Argentina ser un periodistas varón, cis, especializado en deportes es casi como un carnet habilitante para intervenir en cualquier en cualquier superficie… Esto es impensable en otras áreas. Dedicarte a lo que me dedico te circunscribe cada vez más. Podrás ser un especialista más o menos respetado, querido o de temer. Pero seguro vas a ser visto como un sinónimo de insistencia.
Es curioso porque de un lado está este extractivismo de los temas de géneros que mencionabas recién con esa escena en el Congreso pero eso no se traduce en que a les especialistas en temas de géneros, como también decís, se les convoque para preguntarles qué opinan de otros asuntos…
-Y, sin embrago, somos los más capacitados para hablar del FMI o, más específicamente, de las identidades endeudas de la Argentina en este momento. Sabemos cómo es nacer y morir endeudades. Quienes trabajamos en esto vemos el nexo con mucha rapidez pero el resto de la industria periodística no lo hace. La industria periodística convoca para hablar, por, ejemplo de la deuda con el FMI a quienes tienen un conocimiento muy técnico, en términos económicos, o muy político, en el sentido partidario. Esto me subleva y al mismo tiempo me entusiasma porque da cuenta de cuánto falta problematizar todo esto. En estos años, me formé muchísimo. Soy de una vieja escuela, en cierta medida, un puto del siglo XX que sigue creyendo que formarse es importante. Y por eso debe ser que no me enrosco en las discusiones que puedan surgir por ejemplo de un hilo de twitter. Porque no puedo olvidarme: estoy discutiendo con un hilo de Twitter…
¿Pero no te parece que ahí hay un punto débil? Lo digo por las habilidades de comunicación, del manejo de lenguajes contemporáneos, que están demostrando las nuevas derechas. Me refiero a cierto desprecio que los progresismos a veces muestran por, por ejemplo, lo que pasa en las redes y el ciberactivismo, que puede terminar siendo un punto ciego…
-Sí y no. El otro día vi un video de un youTuber neofascista, argentino, muy popular, con millones de suscriptores y todo lo que eso implica, que utilizaba muchos ejemplos de este tipo, es decir, hilos de Twitter y posteos de personas lgbti comprometidas. Este youTuber de manera muy provocadora y, hay que decirlo, con cierta razón, los defenestraba por el simplismo de los postulados. Tenemos que desarrollar un nivel de inteligencia y de activación digital que sea más eficaz porque las contrapartes están demasiado atentas y ahí hay inteligencia. Por su puesto esto convive con mucha brutalidad, pero no podemos dejar de reconocer que hay una sagacidad del otro lado. Y sí, deberíamos preocuparnos. Hay que salir a contestar y combatir en una superficie especialmente difícil, cada vez más gobernada por esos sectores. Hay algo que este tiempo histórico nos está llamando a hacer y eso tiene que ver sin duda con el desarrollo de nuevas capacidad de comunicación. Las consignas nos quedaron viejas y están siendo ineficaces para la coyuntura.
Es como si de un lado hubiera quedado nada más que la corrección política y del otro, el humor, la irreverencia. ¿Te parece que son hoy las derechas las que se quedaron con la capacidad de provocar?
-Acá sí diría que activismo y periodismo se reconcilian para pensar cómo vamos a imbricar una esfera con otra. O deberían. Las herramientas utilizadas hasta ahora caducaron. Te doy un ejemplo. Un día antes de la última marcha del orgullo, se veía en las redes que la Federación LGBT de la Argentina decía que además del escenario de Plaza de Mayo, el oficial, el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad había puesto otro más, en el que otras organizaciones hicieron sus propias convocatorias. Me pregunto: ¿la discusión va a seguir siendo quiénes ponen el escenario?
Hay una falta de percepción respecto de lo que está ocurriendo. La respuesta no puede seguir siendo la contienda interna. Son discusiones microscópicas. Mientras los sectores neoreaccionarios avanzan. Hoy tienen su foco en amputar las posibilidades de desarrollo de las infancias trans. No proponen cosas como: a la lesbiana paredón, al puto fosa. Pero cuando articulan un discurso que podríamos llamar antidiversidad van por lo que se puede sintetizar como Con Mis Hijos No Te Metas, que sabemos que es un movimiento internacional. La negativa a la implementación de una ley como la de Educación Sexual Integral tiene que ver con esto.
Cuando digo coartar el desarrollo de las infancias trans me refiero no solo a les niñes trans en concreto sino a algo más amplio que tiene que ver con coartar las dimensiones lúdicas de eso que se supone que somos todos. Son discursos situados, una vez más, alrededor de la familia como una estructura mesiánica, cuando hemos comprobado que la familia es una institución asesina de cualquier expresión vinculada a la diversidad. Este mapa nos impone originalidad, nos obliga a restructurarnos y a pensar en herramientas discursivas nuevas.