Un acto en honor a la verdad y la justicia se concretará este lunes cuando la plazoleta que atraviesa el terreno donde estuvo emplazada la emblemática cárcel de Caseros quede señalizada como sitio de memoria, con los apellidos de Schiavoni y Toledo, dos jóvenes militantes setentistas, quienes murieron mientras estaban detenidos en ese penal. Hoy, sobre el predio donde funcionó la Unidad Penal N° 1 --demolida en 2007--, funciona el Archivo General de la Nación. La plazoleta que lo cruza llevará sus nombres.
Jorge Toledo falleció el 29 de junio, en 1982. Eduardo Schiavoni dos años antes, el 10 de julio del '80. Sus muertes fueron caratuladas de “suicidio” por el servicio penitenciario. Pero las condiciones de esas muertes manifiestan las condiciones extremas en las que sobrevivían lo detenidos. Entre 1979 y 1982, Caseros estuvo destinada a los presos políticos y se orquestó allí un siniestro método de tortura: el lugar, inaugurado por el régimen en abril del ‘79, contenía la matriz del sistema represivo de la dictadura en la Argentina: en esas dos torres de veintidós pisos con entradas de mármol y aparente asepsia, no entraba la luz del sol. Entre otras formas de hostigamiento, había parlantes en los pabellones para atormentarlos con marchas militares. Faltaba atención médica, y la comida era “peor que mala” dicen quienes lo conocieron por dentro. De la vida en ese campo de concentración dio cuenta PáginaI12 en el momento de su demolición.
“Era común el decaimiento físico y anímico entre los presos --recuerda José Kondratzky, quien estuvo allí luego de pasar por Coronda, y hasta su libertad en julio de 82--, pero con estos compañeros hubo desatención médica, premeditada”. "Estamos hablando de suicidios inducidos”, asevera Liliana Ortíz, expresa política de Devoto quien forma parte del grupo de vecinos que promueve esta señalización, junto a los organismos oficiales.
El acto, que comenzará a las 15 horas, está organizado por el Ministerio del Interior, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y el Archivo General de la Nación, representado en la comisión organizadora por su directora, Samanta Casareto; junto al Grupo de Vecinxs por la Memoria de Parque Patricios, y a los expresos políticos de Caseros, entre ellos quienes habían llegado allí desde el penal de Coronda.
Fueron “los corondinos” quienes iniciaron la gestión para que los nombres de Jorge Toledo y Eduardo Schiavoni perviva en el acceso al Archivo General de la Nación, cuando la lucha por los Derechos Humanos en la Argentina logró la demolición del penal. Fue durante el gobierno de Néstor Kirchner, ya que en 2003 comienza el proceso de demolición, pero los vecinos piden “que no se haga implosionar”. Se creía que las casas cercanas, iba a verse afectadas, los hospitales --como el Muñiz o el Garrahan--, podrían sufrir el impacto en sus instrumentos de precisión, y ventanales. Se decidió entonces una demolición mecánica. “Yo lo vi achicarse, fue impresionante” confirma Sara Faierman, bibliotecaria vocacional, y activista en el grupo de vecinos.
“Hubo un trabajo de siete meses desde que se decidió este acto, pero es gracias a ellos, los expresos, que persistieron a lo largo de los años --señala Sara--, que ahora podamos hacerlo”. La idea original tiene un derrotero iniciado luego de la apertura democrática, cuando los ex presos de Coronda se propusieron un trabajo testimonial plasmado en un libro que ya lleva tres ediciones: Recuerdos de Coronda. “Y cuando comenzó la demolición nos propusimos que al pasaje Rondeau, que cruza el predio, se lo nombre Toledo y Schiavoni”, detalla José. Repasa las gestiones ante Gabriela Alegre, al frente de la Secretaria de Derechos Humanos de la Ciudad, en ese momento. Y cómo hoy se llega a la aprobación “gracias a la activa participación de Samanta (Casareto)”, señala.
José, que ya no es “Mandrake”, fue uno de los que junto a “Mojarra Ruíz, al Furia Borgen, a Camote Saro, y a Chirola González” –como dice--, planificó el homenaje a estos dos compañeros fallecidos en el penal. “Asesinados”, puntualiza Sara. “Porque ‘suicidio’, era un eufemismo que solo buscaba tapar las acciones del terrorismo de Estado”, agrega. El plan desde el cual se organizaba la detención y el hostigamiento a los militantes populares, tuvo en Caseros uno de sus exponentes más siniestros. Y fue cuestionado desde su planificación en 1963. “Pero el gobierno democrático de ese momento -- Arturo Illia-- no la autorizó, porque no cumplía requisitos internacionales”, advierte Lili.
En 1969, con Onganía en el poder, comienza la construcción de esos 85.000 metros cuadrados donde no entraba la luz del sol. Las celdas además, tenían una cuarta pared de rejas, la que daba al pasillo y no permitía intimidad: siempre podían verlos. Los patios eran lugares cerrados, donde las charlas podían llegar a ser “ensordecedoras”, recuerda José. “Lo peor era que no tenía luz del sol, el edificio mismo te aplastaba”, recuerda. José representa a la última camada de presos políticos liberados desde Caseros: “Salí de acá y en la misma calle Pichincha tomé el colectivo a mi casa” cuenta.
Dejar huella de esos acontecimientos mueve esta señalización, en la serie que delimita una cartografía de la memoria en diferentes lugares del país. “Queremos poner luz sobre algo que no puede ser olvidado. Porque esto era un laboratorio de exterminio --analiza Lili--, y nos decían, a los que ya estábamos en las cárceles, que solo íbamos a salir muertos, o locos, eso querían, y buscaban todas la formas de hacerlo posible”. Lili vivía en Bahía Blanca. Estuvo detenida en Devoto, también sus tres hermanas --una cuarta esta exiliada--. Ahora vive en Parque Patricios. Conoció a Sara en el grupo de vecinos que trabajan por la memoria del barrio. “Durante siete meses trabajamos en esto –agrega Sara--, y como primera acción armamos un tríptico, salimos a distribuirlo, y tuvimos respuestas de lo más variadas”.
Así, junto a Alicia Schiavoni, hermana de Eduardo, lxs vecinxs del barrio, ex presas y presos políticos, y los organismos involucrados, se procederá este lunes a señalizar el sitio. “Como inicio de la semana de los Derechos Humanos –concluye Samanta Casareto--, y en el compromiso de este gobierno de llevar adelante políticas de reparación, en función de la consigna de memoria, verdad y justicia”.
Caseros, en la memoria histórica
"Esa noche nos dieron una comida especial, carne con papas y una salsa, y por los parlantes, toda la noche sonó la marcha fúnebre, así fue la noche de la muerte de Toledo". La descripción estremece, es de Hugo Soriani. Puede verse, junto a otros testimonios, en la película "Caseros, en la cárcel" --dirigida por Julio Raffo--, que registra las reflexiones de un grupo de expresos antes de que la cárcel fuera demolida. Entre ellos sobrevive el recuerdo de Eduardo Schiavoni y de Jorge Toledo. Eduardo murió a los 34, Jorge tenía 29. En la película, quienes convivieron con Jorge Toledo, manifiestan la solidaridad entre los detenidos, y al mismo tiempo, el nivel del hostigamiento represivo. El fragmento seleccionado reproduce las voces de Pedro Ávalos, Ernesto Villanueva, Pascual Reyes, Néstor Rojas, Julio Mogordoy, Hugo Soriani y Hernán Invernizzi.