Si Boca llegara a ganarle a Talleres de Córdoba la final de la Copa Argentina podría completar un buen cierre de año: conseguir dos de los cinco torneos que disputó a lo largo de 2021 redondearía una temporada interesante para cualquier equipo de la Argentina. Pero el mundo xeneize tiene otras unidades de medida. Mucho más desde que la Copa Libertadores de América se ha transformado en una obsesión, el altar delante del cual todos los sacrificios son tolerables. Para Boca, la gloria y el fracaso tienen unicamente escala continental. Por fuera de ello, los títulos locales tienen el injusto tamaño de un alegría pasajera. Y a veces, ni siquiera eso.
Esa cultura triunfalista se ha acentuado en los últimos años en los que Boca da la impresión de jugar en contra de sí mismo. Los ciclos se cumplen cada vez más rápido y nadie soporta un par de malos resultados o flojas actuaciones. Miguel Angel Russo logró el campeonato 2019/2020 y la Copa Diego Maradona 2020/2021. Pero debió irse tras la turbia eliminación a manos de Atlético Mineiro en los octavos de final de la Copa Libertadores de este año y un mal arranque en el actual torneo de la Liga Profesional.
Sebastián Battaglia asumió su reemplazo en la 7ª fecha. Y ya tambalea. La derrota ante River en el superclásico de la 14ª fecha, la rotación exagerada e innecesaria que impuso en las últimos partidos y los presuntos actos de indisciplina cometidos por los colombianos Edwin Cardona y Sebastián Villa y el peruano Carlos Zambrano en la previa del partido con Newell's parecen haberle limado un crédito que nunca pareció demasiado amplio. Tanto que es posible que ni siquiera un triunfo ante Talleres pueda sostenerlo en su cargo.
Es muy dificil, casi imposible, abrazarse a los grandes objetivos cuando todo está sometido al más cruel resultadismo. Y en Boca, ese mal está llevado hasta el infinito. Desde que Juan Román Riquelme se hizo cargo del manejo del fútbol, un ambiente tenso y desconfiado rodea el día a día del plantel y de los cuerpos técnicos. Potenciado (y esto también hay que decirlo) por sectores de la política interna y del periodismo que operan a favor de los expresidentes Mauricio Macri y Daniel Angelici. Y que suponen que mejor les irá a ellos cuanto peor se hable de Boca en algunos medios y en las redes sociales. Y cuanto más rápido se instalen escenarios reales o ficticios de caos y crisis.
Sin una idea de juego clara y surcado por divisiones de todo tipo de los jugadores entre si y con el cuerpo técnico, Boca afrontará este miércoles ante Talleres su última final de 2021. Cualquier otro equipo la viviría como un acontecimiento feliz. Pero Boca no se lo permite. Envuelto en su cultura autodestructiva, la Copa Argentina (en verdad cualquier título local) sólo parece el espacio que separa una crisis que se conjuga en tiempo presente de otra que está al alcance de una mano. Apenas a la vuelta de la próxima derrota.