¿Seran los últimos? Son, sin duda, novedades: la editorial CR, ha sabido hacerme llegar tres libros de su producción; el primero, La Edad del Mar que se anuncia firmado por Patricio Raffo y Marcelo Cutró, directores de la editorial. La solapa advierte que fue escrito en la mutua profundización del enigma y la memoria. Textos cortos, sin rima ni métrica que comienzan en la parte alta pero no siempre terminan a la misma altura. “Decir lo que nunca se termina de decir”, dice en la página 50 ¿Cutró? ¿Raffo? ¿La memoria?. “Hay cosas que cambian con la luz”. Esta es la clase de cosas que aparecen, con delicadeza, enigma y memoria. ¿Es el mar un camino en el que se embeben los cuerpos de sal para siempre? ¡Oh, embeber un cuerpo de sal… y para siempre!
El segundo de los libros CR es de la monumental Erika Aristides quien, durante diez bellos años, coprodujo Ciclotimia, un inolvidable encuentro semanal de arte de poesía, cortos, música, pintura y danza. En la contratapa, Marcelo Scalona advierte que diez años atrás oyó los primeros poemas de Aristides, y explica que la poesía de Erika tiene dos vertientes, un registro callejero, salvaje, social, vinculado con la injusticia y la marginalidad, del sur profundo de Rosario y, el tono del -como pedía Blanchot- desastre. Un mundo donde “Tablada habla todos los idiomas/no le falta nada/sólo vos que no llegás” y la propia presencia, pasión corporizada “mi cuerpo arqueándose, pidiéndote/los brazos, los labios en mi cuello/ Cuando te ponés al mando/de mi todo/ un río mudo se balancea/en las profundidades de mi estómago.
Pero si los dos primeros libros me resultan oportunos, pertinentes y hasta esperables, el tercero realmente me maravilla. Se trata de La última Mirada, nouvelle de Manuel Duarte Bravo. El autor nació y vive en Ecuador, en la provincia de Los Rios, en la ciudad de Babahoyo, y es un reconocido periodista, gestor y organizador de al menos cinco Encuentros Internacionales de Escritores cuyas semillas aún siguen floreciendo. Duarte Bravo lleva publicados algo más de una decena de libros y éste, con sus ochenta páginas, retoma la universal necesidad de pintar la aldea para reconocer allí al universo. Narración de dos orillas, la historia tiene un polo en Ecuador pero otro en la vieja Alemania. Nostalgia, evocación, crítica social, política y poesía aparecen en todo lo ancho de estas ochenta páginas donde Manuel, siguiendo el pulsar de su pluma minuciosa, consigue urdir todas estas cuerdas para que, al unísono, en canon o contrapunto, podamos acceder a esta melodía a veces disonante para, además, conjurar el pasado, porque “los recuerdos esclavizan tanto como las decepciones” . Y aún más: hay el recuerdo antiguo de la india con cabello a las caderas que aparecía ciertas noches en los barrancos del río Chilintomo, el jinete fantasmal con su fogoso corcel atravesando el río desbordado con su sombrero negro bajo la luz de la luna, el viejo buen guarumo, desaparecido por las bananeras, que daba refugio a un fantasma luminoso que se desplazaba, misterioso, entre el follaje; hay narraciones sobre la navegación hacia Jujan, Milagro o Babahoyo. Me dirán que no hay huasipungo, no hay páramo, no hay montañas: ¿Qué hubiera sido de la gente de lo alto si no hubiera podido venir a negociar sus productos a Los Rios, paraíso de la agricultura? Estas y otras cuestiones son las que se tratan en este La última mirada de Manuel duarte Bravo, en un Babahoyo de evocación. Desde Rosario.