Elizabeth Jelin vive en Buenos Aires pero esos días estaba de viaje en el Sur. Con los mates listos empezamos nuestra charla vía zoom sobre el crecimiento de los feminismos a lo largo del tiempo, la urgencia de seguir luchando para que los cuidados sean compartidos y reconocidos por el Estado y la necesidad de analizar a las familias para poder transformarlas.
Desde que comenzó su carrera de investigación como socióloga, a Jelin le interesó trabajar sobre las familias porque entendía que, en la lucha por un mundo más igualitario, era esa institución a la que había que mirar y analizar. Este año, Clacso editó una antología con todos sus trabajos. Se llama Las tramas del tiempo. Familia, género, memorias, derechos y movimientos sociales. Esta obra, compilada por la antropóloga Ludmila Da Silva Catela, la socióloga Marcela Cerrutti y el sociólogo Sebastián Pereyra, remarca el carácter original, comprometido y estimulante de la obra de Jelin y pone en evidencia ese modo tan personal que tiene de pensar la articulación entre biografía e historia, de definir al género como un conjunto de interrogantes de carácter transversal para las ciencias sociales y de ubicar el punto de vista de los actores como un foco privilegiado para entender el mundo social.
En tus trabajos sobre las mujeres de Salvador de Bahía (Brasil) de los años 70 ya hablabas de la necesidad de reconocer el trabajo doméstico y reproductivo, ¿qué resonancias tenía esa discusión en América Latina en aquellos años y cómo está ese debate en la actualidad?
--Esos años fueron años de una nueva ola feminista en el mundo, y en América Latina también, fueron momentos preparatorios para la primera Conferencia Internacional de la Mujer en México en 1975 de Naciones Unidas. Había mucho fermento alrededor de los derechos de las mujeres y en ese entonces hubo un debate teórico bastante grande sobre qué era el trabajo doméstico, sobre todo dentro del marxismo: Si la producción era producción de mercancías en el capitalismo, ¿qué se producía en la casa? fuerza de trabajo, trabajadores que después van a vender su fuerza de trabajo. Todo ese debate fue importante y en América Latina, la pionera fue una argentina que vivía en Cuba, Isabel Larguía. Junto a John Dumoulin, su pareja, escribieron a fines de los 60 y principios de los 70 para visibilizar el trabajo que era invisible: todo lo que se hace en las casas, en lo doméstico, las tareas relacionadas con la reproducción pero también con la producción. En esos años, nosotras proponíamos que el trabajo doméstico no estuviera a cargo exclusivamente de las mujeres. Hoy en día se habla de trabajos de cuidado y se están pidiendo políticas sociales o públicas; acá tenemos en el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidades, un grupo que trabaja sobre cuidados y ya tienen elaborado un proyecto de ley. Esto ya existe en Costa Rica y en Uruguay, y tiene como base pensar que el cuidado de la gente no es una responsabilidad de las mujeres sino que es una responsabilidad colectiva y en consecuencia, es el Estado el que tiene que normar cómo encarar estas tareas. Yo veo bastante continuidad entre aquellos debates de hace casi 50 años y las demandas sociales de hoy. Como feministas sabemos que nada se consigue de inmediato y que todo es lento y lleva mucho trabajo.
¿Cómo ha cambiado en todos estos años la relación entre la maternidad y el trabajo? Vos contás en el libro tu experiencia personal de cuando dabas clases e investigabas en Estados Unidos y estabas embarazada.
--La anécdota personal se convierte en un tema social cuando son miles las anécdotas: lo personal es político y lo político es personal. La conciliación entre trabajo y familia es un tema de políticas públicas. Si bien llevamos años de lucha por la igualdad, la organización social de la vida cotidiana no ha cambiado tanto: seguimos siendo las mujeres las que estamos a cargo de las tareas del hogar, tengamos trabajo remunerado o no, porque trabajo tenemos siempre.
Entre mate y mate, Elizabeth volvió sobre la multiplicación de los trabajos durante la pandemia y el confinamiento: “La sobrecarga de la tarea doméstica y del cuidado de les hijes tiene sobre las mujeres una fuerza que era inesperada. Se han mostrado artículos de diarios en los que se ve a varones diciendo que no se daban cuenta cuánto trabajo significaba llevar adelante el hogar”. Aunque estas situaciones hayan quedado en evidencia durante la pandemia, lo que falta es una propuesta de paridad en la responsabilidad y en el trabajo, dice Jelin.
La investigadora sostiene que hay allí una tensión muy fuerte sobre qué hacer: se diseñan políticas que ayuden a las mujeres en esas circunstancias o se busca una transformación estructural en las relaciones de género. “Yo creo que ese dilema entre una táctica de ayuda y una estrategia de transformación ha estado muy clara. No hay una salida única, personalmente pienso que excepto la gestación y los primeros cuidados del bebé, no hay nada que esté marcado por género en la crianza de les hijes o en el cuidado de las viejitas, viejitos y les enfermes, no hay nada genético en esto. Tenemos que aplicar esta deconstrucción a la vida cotidiana y no sólo a los cambios de DNI, creo que ahí hay un desafío enorme”, dice Jelin. Para poner un ejemplo concreto, cuenta que ella está en una de las asesorías del Directorio del Conicet, y una de las cuestiones para reconocer a las mujeres que van a ingresar a investigación o pedir una beca, si han tenido hijes, es reconocerles un año por hije como justificativo de una disminución en la productividad.
La carrera académica es muy cruel, cuando tenés hijes no podés sentarte a investigar durante 8, 9 o 10 horas.
--Hay olas, hubo una muy productivista de contar porotos: cuántos papers escribiste y blablabla. Estamos tratando de cambiar esa cuestión productivista. Cuando yo empecé mi carrera académica no se contaban los papers, no había clasificaciones, eso entró después y ahora estamos tratando de reformar esto, que valga más la pena escribir un paper bueno que 5 mediocres. Yo estuve juntando datos en relación con la pandemia. Hay informes internacionales sobre el efecto de la pandemia en la producción de mujeres científicas y varones: la proporción de papers presentados por mujeres a revistas científicas bajó considerablemente, y subió la de los varones. Las mujeres científicas en época de pandemia produjeron menos y las presentaciones a pedidos a subsidios bajó considerablemente. Las mujeres no tenían cabeza para ponerse a pensar proyectos y esto significa que dentro de 5 años no van a tener productos para mostrar, de modo que las diferencias de género en relación con las tareas de cuidado y las domésticas sigue siendo muy profunda aun en sectores privilegiados como el mundo científico.
¿Y en Europa o Estados Unidos esto es igual?
--Hay muchos países donde, con el aumento de la participación laboral de las mujeres, bajó la tasa de natalidad drásticamente. O sea, una manera que encontraron de tratar de resolver la desigualdad es no tener hijes o postergar ese momento hasta pasados los 40, establecerte en la carrera y a los 40 empezar a pensar en tener hijes. Hoy en día, en Europa y Estados Unidos se comenzó a emplear migrantes indocumentadas como trabajadoras domésticas. En las ciencias sociales lo llamamos las cadenas globales de cuidados: hay una migración de personas generalmente indocumentadas a países centrales para tareas de cuidado y dejan el déficit de cuidado en los países periféricos donde las mujeres se van a trabajar y quedan sus hijes a cargo de abuelas o de todo otro sistema informal familiar de cuidado que sobrecarga tareas en las mujeres que se quedan. Se puede mirar la geopolítica mundial a través de las trabajadoras de cuidado.
Por otro lado, sabemos muy bien que en los países centrales hay déficit de enfermeras. Hay migración de enfermeras, por ejemplo, de la India a países de habla inglesa y la India no tiene un superávit de enfermeras, lo que significa es que se trasladan los déficits y se profundizan las desigualdades.
Hay uno de tus artículos que se llama Familias, un modelo para desarmar, ¿por qué tu interés tan particular sobre esta institución?
Un colectivo fotográfico organizó una muestra sobre familias y la llamó un modelo para desarmar y como yo vengo trabajando en los temas de las familias desde siempre, me interesó esta muestra que era sobre fotógrafos y fotógrafas jóvenes que miraban hacia los padres, madres y abuelas y los desarmaban. Creo que la familia para desarmar es la de papá, mamá y les dos hijes, o sea el modelo de familia heterosexual, estable, con descendencia pero no demasiada. Tenemos un modelito muy establecido pero que cada vez cubre menos cantidad de población porque cada vez hay más maneras de vivir que no son mamá, papá y les dos hijes. No hay un único modelo de familia, los vínculos son múltiples.
A lo largo de 50 años, una manera en la cual los movimientos feministas y las activistas confrontaron la opresión de las mujeres era pensar que la familia nuclear, heterosexual, vinculada al hogar, era una institución burguesa (que lo es), ligada a una forma de organización de la producción que oprime a las mujeres y para salir de eso, olvidamos a la familia y luchamos por igualdad en el mundo de la política y del trabajo. Gran parte del movimiento feminista se volcó a esos temas. Sin embargo, yo tenía la convicción y el dato que todas vivíamos en familia y entonces había que mirarla, estudiarla para ver de qué manera se podía transformar. El tema de las familias es un tema de investigación en la economía porque el consumo está ligado a la organización doméstica, de modo que en cuanto se entra al tema del consumo se ingresa a la organización de las familias. Está ligado al mercado de trabajo, a la educación: en cualquier ámbito que vamos a buscar igualdad de género hay un sustrato de la vida cotidiana y si no miramos ese sustrato y no lo transformamos, todo lo demás son transformaciones que en último caso ponen más presión sobre las mujeres. Por eso me interesó centrarme en el trabajo doméstico y del cuidado; pensaba que no podía haber transformaciones si no se transformaba esa institución tan reaccionaria, sexista, opresiva y conservadora. Y lo que la pandemia mostró es que cuando no hay escuelas, cuando no hay Estado, todo cae sobre las mujeres y cuando no tenés casa o cuando la casa no alcanza, es la organización comunitaria de las mujeres lo que resuelve la vida: en ollas comunes, en cuidar a les viejites, a les niñes. Cuando todo lo demás fallaba, lo que salvó la situación fue la organización informal de mujeres.