¿Tengo un cuerpo o soy un cuerpo? “Cuerpo soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa; y alma es solo una palabra para designar algo del cuerpo. El cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un único sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor. Instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón, hermano mío, a la que llamas ‘espíritu’, un pequeño instrumento y un pequeño juguete de tu gran razón. Dices ‘yo’ y estás orgulloso de esta palabra. Pero esa cosa más grande aún, a la que tú no quieres aceptar -tu cuerpo y su gran razón- ésa no dice yo, ¡hace yo!”. Así habló Zaratustra.

“Hacer yo” es subjetivarse a partir del cuerpo que nos fue dado pero que el ciclo vital, el entorno y cada individualidad va constituyendo en sí misma. “Después de los treinta años cada uno es responsable hasta de su propio rostro”, dice Jean Paul Sartre. Y si dijese “no soy un cuerpo, yo tengo un cuerpo”, ¿dónde estaría ese yo?, ¿en qué consistiría? ¿sobre qué espacialidad o virtualidad se sostendría?

Se podría contestar desde el alma. No obstante, nadie puede demostrar que el alma existe, aunque tampoco que no. Pero se puede demostrar que el cuerpo existe. Y se puede concluir que soy un cuerpo que cuando dice basta deja de ser. Mucha sangre costó no admitir esto, que obviamente sigue en discusión. Mucho poder y dinero acumulan las instituciones que prometen vida eterna a través de un alma imperecedera. Son vendedores de palacios fastuosos construidos en un Marrakech imaginario.

¿Y eso a lo que llamamos alma, espíritu, racionalidad, sensibilidad, psiquis? No se trata de identidades diferentes del cuerpo, sino de manifestaciones y atributos del cuerpo. Y, ¿habla? Sí, varios idiomas. Se expresa conscientemente cuando emite signos, sonidos, acciones o gestos intensionales; e inconscientemente si sufre fiebre o dolor o hemorragias u otros síntomas no intensionales. También se manifiesta mediante el silencio que -en ocasiones- es más contundente que un león rugiente.

¿Se puede escribir en el cuerpo? ¡Y cómo! El cuerpo es el soporte de capas y capas de escritura desde afuera hacía adentro y desde adentro hacia afuera. Caligrafiamos el cuerpo de manera consciente mediante maquillaje, cirugías, cortes de pelo y tatuajes entre otros artilugios; y de modo inconsciente mediante arrugas, estrías, encanecimiento, caída del cabello, contracturas, alteraciones fisiológicas o transformaciones óseas. El cuerpo se escribe a sí mismo y es escrito por quien lo posee, y lo agrede o lo adorna o lo altera. Ejemplos obvios son el painted body y el tatuaje.

Existen registros de cuerpos tatuados en el periodo neolítico. Pero durante el medioevo la iglesia católica -represora serial de las decisiones de las personas sobre sus propios cuerpos- prohibió y castigó el tatuaje. Sólo culturas no occidentales o grupos segregados como piratas, gitanos y presidiarios se tatuaban de modo consuetudinario. Con los viajes transoceánicos de comienzos de la modernidad el tatuaje se expandió por el mundo, pero no se puso de moda hasta los últimos decenios.

Quien se tatúa se masifica y singulariza al mismo tiempo. Pretende un trazado personal que se diferencie de los demás, pero lo hace obedeciendo a una tendencia generaliza y aceptada socialmente. Modos contradictorios de particularizarse y reafirmarse a partir de esa superficie de deseos que es un cuerpo. ¿Los motivos para tatuarse? Estéticos, religiosos, afectivos, mafiosos, amorosos, sexuales, rituales y tantos otros. El tatuaje es manifestación y comunicación. Incluso el más recóndito o secreto comunica algo. Tiene sentido para quien lo lleva en su piel y suele tener consecuencias.

En la película japonesa Tatuaje venden a una joven a una casa de geishas. Le tatúan una araña gigante en su espalda. Una hembra devoradora de machos. La araña se apodera de la subjetividad de la cautiva convirtiéndola en viuda negra. Se venga en cada hombre de quienes la prostituyeron: los destroza.

También los católicos (como la geisha mantis) devoran cuerpo macho, pero considerado divino. Se dice que en el siglo XIII brotó sangre de una ostia. El hecho fue condicionante de una festividad religiosa en honor del cuerpo de Cristo. Hasta Tomás de Aquino -tan despectivo con el cuerpo de las mujeres- compuso himnos laudatorios para la celebración de Corpus Cristi.

Hay jerarquías corporales. Cuerpos que merecen ser venerados, otros admirados otros discriminados, despreciados, descartados. No hay argumentos para las soma-fobias, son arbitrarias. Gorduras, delgadeces, colores de piel, identidad y orientación sexual, etnias, nacionalidades, mujeres, diferentes. Esas fobias son mutantes, según los gustos patriarcales y de mercado impuestos a los cuerpos. En el cine mudo las bellezas femeninas eran gordas, unos decenios después debían ser esqueléticas. El ideal corporal de mujer paso a ser el cuerpo de la modelo Twiggy (ramita). Por otra parte, existen exclusiones que perduran a través de los siglos: pieles oscuras, discapacitados, inmigrantes, pobres, no binarios. “Cuídate de los negros y de los de los raros” reza en latín un cártel encontrado intacto en las ruinas de Pompeya.

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Mi piel es un papiro escrito por el tiempo. Si unos ojos la recorren pueden ver sus marcas. Pasear entre los cuadros de una exposición existencial. El libro de la vida de cada persona está escrito en su cuerpo, incluida la espiritualidad cuyo único sostén es el cuerpo vivo. Envolver un cuerpo con criptografías e historias de vida impresas puede devenir juego sexual. Ofrecerse al intercambio y la modificación caligráfica, entregarse a la metamorfosis efímera, si es pintado, o duradera, si es tatuado. Las marcas en el cuerpo exteriorizan que has vivido, que hasta el amor, el odio, la muerte y el placer se graban en la piel. Peter Greenaway, en Escrito en la piel, muestra el erotismo de las pieles caligrafiadas y la excitación sexual de escribirlas, de pintarlas con significantes. Olerlas-leerlas-tocarlas. Greenaway entrelaza el placer de la piel cartografiada con el placer libidinoso de la narrativa. Vemos en la pantalla la luminosa alianza entre cuerpo y fantasía. Dos componentes necesarios -si bien no suficientes- para lograr los mejores orgasmos, porque más tarde o más temprano, ¿no es eso lo que quiere el cuerpo?