La editorial española Anagrama tiene ya más de medio siglo de vida. Su nacimiento y desarrollo se cuentan en el flamante volumen Los papeles de Jorge Herralde: Una historia de Anagrama 1968-2000, editado por Jordi Gracia. Tras haberse sumergido en el enorme archivo de la editorial y, entre los documentos, especialmente las cartas del propio Herralde, fundador y editor, Gracia emerge con un relato sobre el conjunto de las actividades de Anagrama, la época y contexto histórico, y una selección de cartas: del editor a autores, colegas, periodistas, agencias y agentes literarios; y de terceros a este. Todas traducidas y en su idioma original: Patricia Highsmith, Richard Ford, Paul Auster, Tom Wolfe, entre mucha gente más. Surge, así, algo como el “diario del editor”, su “historia íntima”, en palabras de Gracia.

Los títulos de Anagrama se conocieron en América Latina desde fines de la década de 1980 y comienzos de 1990, especialmente con los volúmenes de llamativo color amarillo: la colección “Panorama de narrativas”, y con la multicolorida colección de bolsillo, los “Compactos”.

Celebrado y mítico editor, Herralde es autor, entre otros, de los libros Opiniones mohicanas, Para Roberto Bolaño, El optimismo de la voluntad, donde juega con la figura del catálogo como ciudad (“autores faros”, “escritores callejones”, “Avenida colección”; “una ciudad bien conectada, con tráfico fluido, diversión garantizada, una pizca de liturgia solemne y su wild side al acecho”), y Por orden alfabético, donde recuerda la definición de Roberto Calasso, un concepto que opera a la vez en tanto exigencia, del catálogo como Forma: “todos los libros están, deben estar, conectados entre sí, de una manera más o menos evidente o secreta, pero indiscutible”.

Me interesa comentar algunos “hitos” de Anagrama. Al cumplirse diez años de la editorial, en 1979, ya habían publicado 400 títulos, con esfuerzo y sorteando (y sufriendo en varios casos) la censura. ¿Qué recuerdo general tiene de esa época?

-Fue una época extraordinariamente estimulante, con muchos percances debido a la censura y con graves apuros financieros, pero también sentía algo muy parecido a la felicidad: publicar a mis autores preferidos, a menudo desconocidos, y comprobar la progresiva complicidad de los lectores. Y, además, haber sobrevivido como editor, el mejor oficio del mundo o al menos el único posible para mí.

Anagrama se convirtió en la bestia negra de la censura, con nueve títulos secuestrados lo que puso en grave peligro la continuidad de la editorial debido al estrangulamiento financiero. Pero lo peor estaba por llegar: después de la pesadilla franquista, las primeras elecciones las ganó Adolfo Suárez, con lo que tantísimos que lucharon por un cambio radical se sintieron defraudados por tan “insípida” democracia. Y con el drástico desengaño dejaron de leer también drásticamente, libros políticos. Anagrama estuvo un par de años al borde del cierre, mientras que varias revistas muy combativas desaparecían. Como escribió Samuel Beckett: “Bon qu’à ça”.

JORGE HERRALDE CON RICARDO PIGLIA Y ALAN PAULS EN BUENOS AIRES, 2004

Usted comentó tiempo después, en una carta a Vargas Llosa de 2014, la importancia de ¿Qué es la literatura? para “comprender” o “entender” muchas cosas, cuando contaba con veintidós años. ¿Considera que esta obra mantiene alguna actualidad?

-Para muchos lectores de mi generación, Sartre fue una figura imprescindible, un estandarte de la contestación, un intelectual de referencia fundamental. Y, desde luego, lo fue para mí. Sin conocerlo personalmente, le envié una carta en la que le comentaba la importancia que había tenido para que yo tomara la decisión de ser editor. Una carta que amablemente me respondió, lo que para mí fue milagroso. Sin querer entrar en consideraciones “arqueológicas”, Qué es la literatura fue, en su día, una obra muy pertinente y, en mi caso, decisiva.

Respecto al cambio del tenor de las publicaciones durante las dos décadas siguientes de la editorial (1980 y 1990), Jordi Gracia define que es “la gran ficción narrativa, y no el combativo y didáctico sermón” (por el ensayo político e histórico) lo “que cambiará el destino de Herralde como editor”. ¿Cómo fue detectar y asumir esos cambios en los aires políticos, intelectuales y culturales, donde la lectura pasa “de Lenin a Patricia Highsmith”, como se menciona más de una vez?

-En la primera década de Anagrama tuvo un carácter subrayadamente político, aunque también apareció en ella una colección muy literaria, “Serie Informal”, en la que figuraban autores como Sklovski, Breton, Duchamp, Kafka, Stendhal, Sade, los primeros títulos de Tom Wolf y Bukowski o los Sonetos de Shakespeare. Una colección que me entusiasmaba, pero los tiempos no les fueron propicios. Asimismo, apareció en los 70 la primera colección española dedicada al cine (del que yo era un apasionado, como tantos amigos) y en ella se publicaron 17 títulos dedicados a figuras imprescindibles desde Rohmer, Godard, Buñuel, Warhol o Groucho Marx. Pero la política lo devoraba todo, también en Anagrama. Se acogían toda clase de insurrectos contra el franquismo, el capitalismo, los bien pensantes, etcétera. Y también la contracultura y el underground, los libros pioneros sobre feminismo y homosexualidad en la colección “La educación sentimental”. Enseguida, desde el desencanto, estuvo claro que los lectores no estaban ávidos de “ideologías” tras un largo periodo de saturación. Y estos cambios, más que “detectarlos” me parecieron obvios, otro air du temps extraordinariamente estimulante.

La irrupción de la narrativa en Anagrama parece estar asociada a lo más vital, las zonas de experiencias nuevas, más salvajes.

-En 1977 empezó la colección “Contraseñas” que pronto fue etiquetada como narrativa salvaje, literatura forajida, con autores como Bukowski, Copi, Hunter Thompson, Tom Wolfe o Brautigan, que poco tenían que ver con la narrativa al uso. Una colección que rápidamente consiguió fieles lectores y que tuvo un largo recorrido. Pero ya en la primera década de los ochenta, en 1981, apareció “Panorama de narrativas” que, aunque con autores a menudo desconocidos como Jane Bowles, Grace Paley, Joseph Roth, Thomas Bernhard, J. Rodolfo Wilcock, Patricia Highsmith (autores de los primeros títulos de la colección) empezó a tener un club de fans que con el triunfo estrepitoso de la Highsmith y La conjura de los necios de John Kennedy Toole, empezó a consolidar la editorial. Poco después, en 1983, la colección “Narrativas hispánicas”, dedicada a la literatura española y latinoamericana, fue extremadamente gratificante. En ese mismo año, se creó un premio de novela anual que ha descubierto o potenciado a tantos escritores. Poco después aparecieron nuevas colecciones como “Crónicas” (1987), “Compactos” (1989) y “Biblioteca de la memoria” (1991). Todas ellas supusieron la consolidación de Anagrama y la desaparición siempre provisional de las grandes angustias.

¿De “los 70”, entonces, no quedó nada?

-La única de las colecciones de los años 70 que sobrevivió fue “Argumentos”, la menos estrictamente política, que ahora acaba de alcanzar los 566 números. Y también se creó el premio de ensayo anual en 1973 que sigue concediendo, quizá el más longevo de la historia de la edición. En ambos premiso es considerable el número de escritores latinoamericanos que los han ganado o han sido finalistas.

¿La historia de Anagrama, en este volumen, confirma que el catálogo de una editorial equivale a una “novela-río” del editor, e incluso a su “autobiografía”?

-Efectivamente, se ha afirmado en ocasiones que el catálogo de una editorial es como la novela-río o la autobiografía del editor, pero, aparcando estos caracoleos quizá no totalmente inexactos, el catálogo es la biografía inapelable de cada editorial. Los catálogos no mienten.

Del libro se desprende que, Herralde, como lector, tiene un podio donde están Gombrowicz, Hunter Thompson y Tom Wolfe. ¿Estos se mantienen actualmente en el “ranking?” ¿Y hay escrituras de autoras y autores de generaciones posteriores que lo hayan impresionado (o apasionado) de modo similar?

-El podio está mucho más poblado. No pueden faltar en él Nabokov, Faulkner, Capote, la Generación Beat, el British Dream Team, Patricia Highsmith, los italianos Magris, Calasso, Tabucchi y Baricco, los franceses Perec, Modiano, Carrère y Houellebecq, los alemanes Enzensberger, Sebald y el polaco Kapuściński. En España, Carmen Martín Gaite, Rafael Chirbes y Luis Goytisolo (y en la zona junior habría que añadir a Marta Sanz y Sara Mesa). En el ámbito latinoamericano, Pitol, Piglia y Bolaño (con el meteoro Carlos Busqued) y también como representantes de la zona junior, Mariana Enriquez y Alejandro Zambra. En el “antro” despendolado: el argentino Copi y el chileno Lemebel. Y Borges, claro, un ídolo de juventud que nunca pude incorporar al catálogo por la simple razón que ya estaba publicado.

Le quiero pedir alguna breve semblanza, algún recuerdo de amistades y relaciones literarias de gente que ya no está, como Héctor Yánover.

-Conocí a Héctor Yánover, gran personaje, en mi primer viaje a Buenos Aires, en el muy trompicado año de 1973 en el que regresó Perón, acompañado de Isabelita y el mago Rega. Lo visité en su legendaria librería Norte, cosa que repetí en cada nuevo viaje a Buenos Aires estando él al frente y, tras su fallecimiento, su hija Débora. En aquel primer viaje, ejerció de gran cicerone, me descubrió y describió Buenos Aires y muchos de los entresijos editoriales. E incluso hablamos de la posibilidad de que una editorial con la que él colaboraba distribuyera a Anagrama, cosa que no prosperó. Más adelante lo vi en varias ocasiones en Barcelona y Madrid y seguí disfrutando de su sabiduría y sentido del humor. Y, naturalmente, también leí sus estupendas Memorias de un librero, que me regaló.

¿Y si le pregunto por Sergio Pitol?

-Conocí a Sergio Pitol en Barcelona en los primerísimos 70 y nos hicimos de inmediato muy amigos. Luego lo visité en París y en Praga, donde ofició de embajador de México, y con Lali pasamos una semana entera disfrutando de un anfitrión inmejorable en mi casi ciudad favorita. Después siguieron innumerables encuentros en Barcelona y en México, cuando ejerció también de embajador, en este caso de Anagrama en su país. En México conocimos a sus amigos más próximos: Carlos Monsiváis, Vicente Rojo, Neus Expresate, Tito Monterroso, Margo Glantz, etc. Tuve la satisfacción de publicar gran parte de su obra, consiguió nuestro Premio de novela con El desfile del amor y así empezó su consagración indiscutible, refrendada, más adelante, con los más importantes premios en lengua castellana: el Juan Rulfo y el Cervantes. Sergio fue quizá mi mejor amigo, una relación por usar sus propias palabras: “bendecida por las risas”.

¿Y Roberto Bolaño? Fue una aparición fulgurante a partir de cierto momento.

-Roberto Bolaño fue una de las mayores y mejores sorpresas de mi experiencia editorial. Un personaje atrapado hasta el tuétano por la literatura, primero como poeta y después como extraordinario novelista. En Anagrama publicamos gran parte de su obra comenzando por una excelente novela breve, Estrella distante, hasta sus dos últimos éxitos Los detectives salvajes y 2666, con los que se consagró como uno de los grandes escritores latinoamericanos y fue equiparado a los (dos) mayores autores del boom. Tuvimos, hasta su inesperada muerte, una relación muy estimulante y sin fisuras.

CON LOS EDITORES DANIEL DIVINSKY Y ALBERTO DIAZ

Pensando ahora en autores argentinos, le pregunto por Ricardo Piglia. Un autor que según tengo entendido fue tardíamente descubierto en España.

-Ricardo Piglia fue durante muchos años, incomprensiblemente, un escritor desconocido en España. Encontré, casi por casualidad, en la librería La Central de Barcelona, un libro suyo de cuentos publicado en México y el flechazo fue inmediato. Pregunté a Schavelzon, su agente, qué libros tenían los derechos disponibles en España y me dijo que eran todos menos uno (ejem). Empecé por Plata quemada y Formas breves. Poco después, conocí a Piglia en Buenos Aires y empezó nuestra relación. Recuperamos sus libros anteriores y publicamos todos los que fue escribiendo, entre ellos sus cinco novelas, la Antología personal de sus ensayos, los Cuentos completos o los legendarios y tan esperados Diarios de Emilio Renzi. Escribí en su día que, para mí, Piglia es el escritor más subrayable, seguido por Juan Villoro. Y así Piglia, ya considerado durante años como un grandísimo escritor en Argentina, también obtuvo muchos lectores en España y una progresiva admiración coronada por valiosos premios, entre ellos el Formentor donde, por indicación suya, leí, entristecido, su discurso de agradecimiento: la ELA daba ya señales alarmantes. Como regalo final, podemos ver en YouTube sus cuatro clases Borges por Piglia, de una extrema inteligencia.

Para finalizar: Juan Forn.

-Conocí a Juan Forn en el curso de uno de mis viajes a Buenos Aires donde me habían invitado a un encuentro editorial. A lo largo de los días estuve investigando, informándome de la literatura argentina reciente y de posibles autores para incorporar al catálogo de Anagrama. Coincidí muy pronto con un joven y ya muy sabio Juan Forn y en un almuerzo estuvimos estudiando la posibilidad de hacer una antología de la más destacada literatura argentina. Allí, en un restaurante junto al río, armamos (el gran armador fue Forn, claro) el libro, Una antología de la nueva ficción argentina, compilada y prologada por Juan Forn, con autores en su mayoría desconocidos en España: Abelardo Castillo, Isidoro Blaisten, Ricardo Piglia, Fogwill, Tununa Mercado, Alberto Laiseca, Rodolfo Rabanal, Ana María Shua, César Aira, Cecilia Absatz, Guillermo Sacconanno, Sylvia lparraguirre, Alan Pauls y Rodrigo Fresán, además del propio Juan Forn. Bravo por Juan Forn. Cuando, tristemente, falleció, Mariana Enriquez declaró: “Juan Forn me cambió la vida”.