En la Francia de la primera mitad del siglo XIX, Eugène-François Vidocq redefinió el rol del investigador que busca resolver un crimen. Su historia fue peculiar, no solamente porque sentó las bases de la criminalística moderna, sino porque además pasó la primera mitad de su vida como un delincuente. Por si fuera poco, sus andanzas inspiraron a varios escritores de su tiempo. En Francia, sería el modelo de Balzac, Hugo y Dumas. Y, al otro lado del Atlántico, Poe crearía el relato policial en base al convicto que se convirtió en agente de la ley.
Aventuras de un joven desertor
Eugène-François Vidocq nació en Arras, el 24 de julio de 1775. Hijo de un panadero, su vida de delincuente comenzó a los 13 años, cuando robó la platería de su hogar. La policía lo detuvo y su padre dejó que pasara dos semanas en una celda como escarmiento. Poco después estalló la Revolución Francesa. A los 16 años, Vidocq se enroló en el Ejército. Buena parte de los datos que se conocen de él tienen como fuente principal su autobiografía de 1828, lo cual alimenta la mitología a su alrededor. De acuerdo a ese relato, era un buen espadachín y en el lapso de seis meses entabló quince duelos, en los cuales, según él, mató a dos rivales.
Cuando estalló la guerra con Austria, Vidocq participó de la batalla de Valmy (aquella en la cual Goethe marcó el comienzo de una nueva era en Europa). A fines de 1792 lo ascendieron a cabo, y allí comenzaron sus problemas. Desafió a duelo a un oficial superior, que se negó. Entonces, el cabo Vidocq lo golpeó y huyó ante el riesgo de una condena a muerte.
Pese a su condición de desertor, se las arregló para pelear en otro regimiento. Lo reconocieron como desertor, pero lo readmitieron. Sin embargo, renunció y volvió a Arras, donde pasó a tener fama de mujeriego. Tenía 19 años cuando se casó con Anne Marie Louise Chevalier ante la sospecha de que estaba embarazada. No había embarazo, y al tiempo descubrió que ella lo engañaba. Volvió al Ejército.
Para 1795, ya frecuentaba a delincuentes y comenzó a ganarse la vida con fraudes. Al tiempo se unió al “Ejército Errante”, un grupo de forajidos que se dedicaba a robar en los caminos, vestidos con uniformes. Muchos eran desertores. Su vida amorosa era intensa: sedujo a una viuda rica en Bruselas y en París conoció a Francine Longuet, que poco después lo dejó por un soldado. Vidocq los golpeó a ambos y fue a prisión por primera vez en su vida.
El prófugo
Lo habían condenado a tres meses en la Torre de Saint-Pierre, en Lille. Su condena se extendió. Ocurrió que se hizo amigo de los presos, entre ellos un hombre condenado a seis años por robo. A los pocos días de haber entablado relación, llegó un decreto de indulto para ese preso. Apenas fue liberado, se descubrió que el documento era falsificado. El responsable era Vidocq.
Allí comenzó una serie de fugas, para las que contó con la ayuda de Francine. En una de sus fugas la dejó por otra mujer y cuando lo detuvieron lo acusaron de haber querido matar a su amante y cómplice, si bien Francine admitió que las heridas de cuchillo eran autonfligidas. Ella también fue a prisión por haberlo ayudado a escapar. A fines de 1796, Vidocq recibió ocho años de condena por el documento de indulto que había fraguado en la cárcel de Lille.
Un año más tarde fracasó en un intento de fuga, pero pudo huir en febrero de 1798, cuando lo trasladaban a Brest. Huyó vestido de marinero. Días más tarde, lo detuvieron al no tener papeles, pero no lo reconocieron como fugitivo. Dijo llamarse Auguste Duval y lo llevaron a un hospital de prisión, de donde escapó vestido de monja. Después vino una etapa de corsario, su arresto en 1799, cuando lo identificaron y una nueva fuga al año siguiente.
Vidocq regresó a Arras, donde había muerto su padre. Cuando lo reconocieron, se hizo pasar por austríaco. Formó pareja con una viuda, hizo vida de hombre de negocios y llevó a su madre a vivir con él. Pero su pasado lo perseguía: lo arrestaron y supo que había sido condenado a muerte en ausencia. Apeló y pasó cinco meses en prisión, mientras la viuda lo abandonaba y reaparecía Anne Marie, su esposa, para pedirle el divorcio. Se escapó en noviembre de 1805.
Se le perdió el rastro por los siguientes cuatro años. Se sabe, de acuerdo a sus memorias, que entabló una nueva relación amorosa y que presenció en París la ejecución de un viejo cómplice, un hecho que fue una bisagra para él. Comenzó a trabajar como comerciante y a sufrir el acoso de Anne Marie, que se dedicó a chantajearlo.
Cambio de hábito
El 1º de julio de 1809, Vidocq volvió a prisión. En ese momento cambió su vida. Decidió convertirse en informante de la policía. Cuatro días antes de cumplir 34 años fue enviado a la prisión de Bicêtre. A los tres meses ya estaba en la cárcel de La Force. En ambos penales recabó información sobre identidades falsas de los presos y crímenes sin resolver. Su pareja, Annette, era el enlace con la policía.
A instancia del jefe de policía de París, Vidocq fue liberado en marzo de 1811. Se fraguó una fuga para evitar sospechas entre los presos. En la calle actuó como espía, bajo el disfraz de un convicto que se había escapado. Pudo conocer de primera mano los robos que se planeaban e identificar a quienes los cometían. Cuando despertaba sospechas, cambiaba de identidad.
Para fines de 1811, ya había organizado la llamada Brigada de Seguridad, un grupo de agentes civiles que logró rango oficial en octubre de 1812 con el nacimiento formal de la Sûreté Nationale (“Seguridad Nacional”), el antecedente directo de la moderna policía francesa. Entre los hombres que reclutaba había ex convictos como él. Inicialmente eran ocho hombres, y una década después llegaron a ser veinte.
En los años siguientes, la Sûreté se dedicó a infiltrar a sus hombres en el mundo del hampa. Hacían rondas nocturnas, colaboraban con la policía, frecuentaban los lugares a los que solían ir los delincuentes buscados. Vidocq entrenó a sus agentes en materia de disfraces y espionaje. La cantidad de delitos bajó de manera sostenida en la década siguiente.
A su vez, Vidocq trabajó ocasionalmente como investigador privado y su nueva reputación le permitió tener, en 1817, el indulto real de Luis XVIII, con lo que terminó la causa por falsificación. Casado con Jeanne-Victoire Guérin, Vidocq ya era un hombre respetable y tuvo entre sus amigos de la época a Honoré de Balzac. El escritor lo tomó como modelo para algunos personajes de La comedia humana, su monumental ciclo de novelas.
Años turbulentos como funcionario
En 1824, con diferencia de meses, Vidocq perdió primero a su esposa y luego a su madre. Para entonces ya había cambios en la estructura policial que lo incomodaron. Los efectivos quedaron a las órdenes de un jesuita celoso de la religiosidad. Vidocq chocó con la nueva estructura, en el marco del reaccionario reinado de Carlos X, que no le aceptaba cosas como pasar el tiempo en burdeles, lugares que, aseguraba, eran buenas fuentes de información. Renunció a la Sûreté en 1827.
Un año más tarde, y con la ayuda de un escritor fantasma, publicó sus memorias. Era un hombre rico y fundó una fábrica de papel junto a su prima, con quien se casó. Reclutó a ex convictos, lo cual causó un escándalo. La empresa quebró en 1831. Entonces, cayó el rey y, con él, la cúpula de la policía. Vidocq, que había asesorado con éxito en la investigación de un robo, volvió a estar al frente de la Sûreté.
Fue entonces cuando sus hombres protagonizaron el episodio que le sirvió a Víctor Hugo como telón de fondo para Los Miserables. El general Jean Lamarque murió de cólera en 1832 y en su funeral comenzó una revuelta contra el rey Luis Felipe. Los agentes de la Sûreté participaron de la represión. Muchos estudiosos de la gran novela de Hugo ven a Jean Valjean, el hombre preso por robar un pedazo de pan, moldeado en base al Vidocq joven; mientras que el implacable agente de policía Javert sería el Vidocq funcionario público.
El primer detective privado
Con la excusa de la mala salud de su esposa, Vidocq dejó la Sûreté por segunda vez a fines de 1832, en medio de críticas por sus métodos y la denuncia de que había fraguado el robo cuya investigación lo había devuelto a su cargo. Su salida determinó, además, la disolución de esa fuerza.
1833 vio el nacimiento de la Oficina de Información, la agencia privada de Vidocq. Resultó ser la primera organización detectivesca privada de la que haya noticias. No fue otra cosa que la privatización de la Sûreté, ya que reclutó convictos, como en los viejos tiempos. Se especializó en perseguir a estafadores. Hacia 1837 ya tenía choques con la policía, que cuestionaba su accionar y afirmaba que se superponía a los oficiales del Estado. Ese año lo detuvieron y le requisaron un archivo de 3500 documentos. Quedó libre en febrero de 1838.
El ocaso
Cuatro años más tarde, la policía lo arrestó por una investigación en un caso de desfalco. Le cuestionaron sus prácticas y se ventilaron los casos de su agencia. Le dieron un año de cárcel, pero apeló y lo absolvieron en un segundo juicio. Sus finanzas habían quedado dañadas y ni siquiera halló un comprador para la agencia. Dedicó los años siguientes a escribir libros que refutaban las acusaciones en su contra. Poco después de enviudar, volvió a la acción. Cayó el rey Luis Felipe y Vidocq ofreció sus servicios al nuevo gobierno. Pasó a vigilar a opositores, como Luis Bonaparte, el sobrino de Napoleón, que se convirtió en presidente de la Segunda República y desistió de contar con Vidocq.
En los años siguientes aceptó algunos casos de vez en cuando y otro amigo escritor como Balzac habría modelado un personaje en base a Vidocq: Alexandre Dumas (padre) escribió El conde de Montecristo, cuyo protagonista, Edmundo Dantes, parece haberse inspirado en el primer jefe de la Sûreté. Pero la gran referencia literaria es en inglés, de 1841. "Los crímenes de la calle Morgue", de Edgar Allan Poe, ambientado en París, fundó la literatura policial y su detective Dupin tiene mucho de Vidocq. Poe escribiría otros dos cuentos con Dupin de protagonista: "El misterio de Marie Rogêt" y "La carta robada".
Dumas dejó el registro de un caso que muestra cómo Vidocq fue un precursor en materia de balística. En 1822, el detective opinó que un conde acusado de haber matado a su esposa porque lo engañaba no tenía el perfil de un asesino. Revisó las pistolas del noble, comprobó que no tenían uso reciente y logro que se extrajera la bala asesina del cuerpo de la muerta: no era del calibre de las armas del conde. Al comparar con una pistola del amante de la condesa, halló al culpable.
Eugène-François Vidocq, padre de la criminalística moderna, que sentó las bases de la investigación detectivesca, sobrevivió a un ataque de cólera en 1854 y murió el 11 de mayo de 1857.