"¿Hiciste hombros?", pregunta Juana a su hijo apenas vuelve del gimnasio, mientras le saca la remera para tocar con devoción totémica su torso inflado. El tono de su voz connota algo más que un interés materno por saber qué hace David en ese sótano iluminado con luces de tubo y un par de ventanas que desdibujan el exterior: ese chico de 17 años es, antes su hijo, el portador de un cuerpo que ella intenta moldar a fuerza de obligarlo a hacer fierros y una dieta estricta que incluye algún que otro anabólico. David, entonces, como una idealización materna atrapada en un adolescente aquejado por las dificultades para encajar en el coqueto colegio privado al que asiste, y la irrupción de un deseo sexual confuso y difuso, sin un depositario claro. David, también, como encarnación del interés de Felipe Gómez Aparicio “por las historias de familias disfuncionales, las relaciones entre adolescentes, padres y madres”, como dice ante Página/12. Un interés que se tradujo en su ópera prima El perfecto David, que luego de su estreno mundial en el Festival de Tribeca llegará este jueves a la cartelera porteña.

“Estaba buscando algún proyecto en esa línea de disfuncionalidad, hasta que apareció un guionista amigo, Leandro Custo, con un borrador sobre una madre queriendo hacer del cuerpo de su hijo una obra. Me gustó porque es una metáfora de la búsqueda de la perfección de los hijos que tienen casi todos los padres, aunque acá hay un punto de vista más 'original', por decirlo de alguna manera. Ahí empezamos a trabajar para encontrar el tono, ver dónde están ubicados los personajes y el contexto social, que al principio estaba desdibujado. También hay algunas cuestiones personales de cuando era chico y jugué al rugby por una imposición familiar. No es que no me gustara, pero tampoco me preguntaron si quería o no. No había nadie en mi familia que no lo hiciera, entonces era normal”, cuenta el realizador sobre la génesis de esta película protagonizada por el joven fisicoculturista Mauricio Di Yorio y una aterradora Umbra Colombo, los dos pilares principales sobre los que se erige esta historia acerca de un adolescente empujado hasta los límites físicos y espirituales por la voluntad materna.

-Mencionabas que al principio estaba desdibujado el contexto social. ¿Por qué los ubicaste en una clase social alta?

-No me imaginaba en otra clase social el mundo de una artista plástica con ese nivel de obsesión y la posibilidad de hacer una muestra como la que hace. Tiene que ver con la realidad de los personajes: viven en una casa grande, David va a un colegio privado y se relaciona con gente de ese tipo, pero desde un lugar de extrañeza. No es como una persona de clase alta normal de, por decir algo, San Isidro. No me parecía realista que fuera una artista de barrio porque no existe en la realidad alguien con esos anhelos de locura. Podría haberlo hecho, pero alejaba la película de la frialdad que quería. Además, me parecía interesante contar una historia sobre esa clase social en la Argentina. A veces parece que está todo bien, pero es algo para el afuera porque, en realidad, adentro pasan un montón de cosas malas.

 

-¿Cómo definirías la relación entre David y Juana? Cuesta no pensar en un vínculo hasta cierto punto incestuoso.

-Hay algo incestuoso, pero tiene más que ver con la relación de una artista con su obra: si una obra para una artista es como un hijo, hay algo con eso ahí. A él lo trata como un objeto y ahí aparece el aire incestuoso. Ella pierde el filtro que tendría una madre normal al empujar a David a que sea perfecto: siente que ese cuerpo es suyo. Es una especie de adueñamiento corporal antes que un incesto directo. Pero para mí no está claro que Juana sea buena o mala, porque hay padres con objetivos muy grandes para sus hijos que los manejan de una manera más política y solapada.

 

-En ningún momento se menciona al padre de David. ¿Te interesaba dejar un vacío alrededor de esa figura?

-Es un poco alocado esto, pero escribimos una historia paralela de la madre y a ella casi que no le importó con quién tenía un hijo porque lo quería como parte del plan de su propia obra. Me gusta que no se diga absolutamente nada sobre el padre. A nivel dramático, nos parecía mucho más asfixiante que la situación ocurra entre la madre y David, sin nadie más en la casa.

-Hablás de lo asfixiante y hay una tonalidad lúgubre generalizada. La casa, por ejemplo, está casi siempre oscura y David entrena en un gimnasio en un subsuelo. ¿Cómo trabajaste el aspecto visual?

-Con el director de fotografía, Adolpho Veloso, y la directora de arte, Magdalena Arrieta, empezamos a pensar unos tres años cómo era el mundo de David. Y como era la historia de un chico coaccionado por una arista plástica, queríamos que hubiera una estética que acompañe la cuestión de los cuerpos. No queríamos hacerlo de manera caprichosa pero sí tenía que haber una estilización, porque toda la película gira alrededor de lo estético. Llevar la película hacia un lado más expresionista y lúgubre responde a una cuestión dramática. El punto de vista es el de David y él ve el mundo de esa manera. Su vida es eso, no está en un momento iluminado ni con miles de colores. Quizá durante el día el gimnasio tiene más luz, pero él va después del colegio y queríamos ver eso través de su punto de vista.

 

- ¿Cómo sería eso?

-Por ejemplo, hasta la mitad de la película todos los planos son casi fijos, con pocos movimientos, y a partir de que David tiene un quiebre en el colegio los planos empiezan a ser más abiertos. Hubo una decisión conceptual de decir "hasta este momento es todo tremendo, asfixiante y oscuro", y cuando arranca a tomar decisiones, sean buenas o malas, empieza a verse un poco más, hasta terminar en una situación mucho más lumínica al final.

 

-Está presente la idea del sacrificio físico como una muestra de virilidad. ¿Con qué idea de masculinidad desarrollaste la película? 

-No sé si relacionaría lo físico con la masculinidad. De hecho, incluso se le ríen y lo tildan de homosexual por la búsqueda con su cuerpo. Sí lo relaciono con la presión que tiene entre la madre, los amigos y lo que un chico de esa edad debería ser. En ese sentido, es un poco la construcción de un tipo que puede ser súper machista. Es como que David nunca está haciendo lo que quiere: hace crecer su cuerpo de manera exagerada y no va al gimnasio porque le divierta sino porque está obligado. No siento que su búsqueda de masculinidad se dé por el lado del cuerpo sino por el de encajar con los amigos. Él está tironeado entre esos deseos ajenos y ser un chico "normal" que hace lo que hacen los demás. Está en quiebre permanente porque la pasa mal en la casa y con los amigos. Cuando está en el gimnasio, la pasa mal físicamente y se siente incómodo con esa gente que le despierta algo que no sabe muy bien qué es.

 

-El perfecto David no sería lo que es sin su protagonista, Mauricio Di Yorio. En una entrevista contaste que querías un protagonista con “cara de bebé, ojos claros y un cuerpo fuerte”. ¿Cómo diste con él?

-Fue súper difícil. Él es fisicoculturista de verdad; ahora está en otro momento de su vida y dejó de practicarlo de manera tan extrema, pero cuando lo encontramos tenía una categoría previa al fisicoculturismo más duro. El músculo se agranda rompiéndolo, algo que tiene que ver con lo que pasa a David: se rompe el cuerpo para que crezca. Vimos muchos chicos de esa edad, pero por sus físicos parecían más grandes. Mauricio, todo blanquito y con carita de bebé, tenía características de fragilidad, pero al mismo tiempo una fuerza animal. Si él no aparecía, la película no hubiera sido tan cercana a lo que imaginábamos. Aparte, él tenía nueve tatuajes y como en la película está casi todo el tiempo con el torso desnudo, teníamos que maquillarlo todos los días y trabajar en posproducción para borrarlos.

 

 

-Mauricio, además, no es actor.

-Sí, pero me sorprendió la cosa natural que tenía para actuar. Parte de la disciplina de su entrenamiento hizo que pudiera leer un guion y estar totalmente enfocado en todas nuestras indicaciones. Si le dábamos el guion entero, se lo aprendía en un día y como que se robotizaba. Ahí decidimos contarle todo primero como si fuera un cuento y recién después darle precisiones. De hecho, todos los productores que querían participar me preguntaban quién era el protagonista porque pensaban que no íbamos a encontrarlo. También hicimos un trabajo en el cual dejó de entrenar dos meses antes del rodaje y retomó veinte días antes para que sintiera que el cuerpo crecía. Mientras filmábamos, entrenó todos los días.

 

 

-Y junto a él una actriz con mucha experiencia como Umbra Colombo. ¿Cómo fue la interacción entre ellos?

-Ella ayudó muchísimo a Mauricio y a mí, porque era mi primera película. Ella desarrolló una relación medio madre-hijo muy cariñosa, nada que ver con lo que se ve en la pantalla. Un detalle es que Umbra tiene una voz mucho más fina que no resultaba creíble en ese personaje, así que ensayamos para bajar ese tono y lo logró. Fue muy generosa ayudándome desde un lugar muy respetuoso. Y tiene una presencia que hace que cuando aparezca en la pantalla se vea muy potente.

Proyectos

La biopic de Fito Páez

 

La agenda de Gómez Aparicio está cargada: al proceso de investigación de cara a su segunda película se suman los trabajos en dos series. De una de ellas, para la plataforma Amazon Prime Video, dice el director, no se puede adelantar demasiado porque se trata de un proyecto ajeno a su control. La otra es una biopic sobre Fito Páez para Netflix que abarcará desde la adolescencia del rosarino, incluyendo el traumático asesinato de su abuela y su tía abuela en 1986, hasta la consagración absoluta con el álbum El amor después del amor. “Estoy contento porque es meterme de vuelta en un periodo de adolescencia y oscuridad, con todo lo que le pasó a él. Toda su historia es muy oscura. Más allá del éxito musical, lo que me interesa es indagar en lo humano y en lo que le pasaba a él”, cuenta.