¿Qué gravitación tuvo la presencia africana y la esclavitud en el espacio de la actual Argentina? ¿Hasta cuándo fue legal el tráfico de personas y el cautiverio? ¿Quién abolió la institución? ¿Lo hicieron las elites embarcadas en hacer más radical la revolución de independencia, consecuentes con los principios de libertad e igualdad? ¿Fueron las personas esclavizadas con estrategias tanto cotidianas como extraordinarias? ¿Hubo debates abolicionistas en el Río de la Plata? ¿Hasta cuándo fueron clasificadas racialmente las personas en los registros públicos? ¿Hasta cuándo sirvieron en regimientos, asistieron a escuelas o se nuclearon en cofradías de forma segregada? ¿Tuvieron esas experiencias incidencia en la construcción de las identidades personales y políticas? ¿Y en la posibilidad de participar?
Las respuestas a estas preguntas ameritan ser planteadas, pensadas y debatidas en el espacio público argentino. Las memorias nacionales se construyen sobre la base de recuerdos y olvidos y durante demasiado tiempo en Argentina se optó por minimizar la presencia africana y la esclavitud; por exaltar la existencia de una inclusión igualitaria tras la abolición y la idea de una ceguera estatal y social hacia el color de los ciudadanos. Estos tópicos están siendo cuestionados hoy a la luz de la constatación reiterada de que el color de las personas tiene consecuencias sociales y de que operan múltiples estereotipos sobre el origen (regional, nacional, continental o étnico) de las personas a partir de los cuáles se establecen claras jerarquías. Si bien como historiadora me resisto a postular la existencia de un continuo de formas incambiadas de racialización y subalternización de las personas (que podrían atravesar sin transformaciones tres siglos de dominación colonial y 200 años de historia independiente), sí creo que historizar esas lógicas y las prácticas de racialización, analizar su sedimentación y comprender su impacto en la conformación de identidades personales y políticas es una tarea fundamental.
Una historia de la emancipación negra. Esclavitud y abolición en Argentina, intenta aportar a ello abandonando la práctica de “exotización” de la esclavitud que se instaló muy temprano en nuestro país. Es decir, con el dictado de las leyes de abolición gradual (prohibición del tráfico en 1812 y ley de vientre libre en 1813), las élites y los letrados dieron por saldada la cuestión de la esclavitud. En su visión, la nueva república había “otorgado” la libertad y sentado las bases para la integración de los antiguos esclavizados. Trazaron así comparaciones con Brasil o Estados Unidos como (contra)ejemplos de la desigualdad y la barbarie esclavista, reforzando así una representación magnánima de las políticas argentinas. En cierto sentido, el escándalo que era la esclavitud de plantación, les permitía minimizar la esclavitud urbana y doméstica. La brutalidad del tráfico esclavista y del pasaje del medio los habilitaba para normalizar el cotidiano comercio de personas que practicaban. Así, mientras hablaban de la esclavitud en pasado, considerándola un fenómeno ajeno al cuerpo de la república, miles de personas seguían esclavizadas o debían pagar de diversas formas para poder emanciparse. Lo hicieron con dinero (en el caso de las manumisiones pagas); con servicio armado (en el caso de los soldados “rescatados” para participar en las guerras); con sumisión (en el caso de quienes intentaban negociar manumisiones gratuitas); o con trabajo gratuito (en el caso de los libertos). De este modo, lejos de ver reconocido un derecho, africanos y afrodescendientes debieron pagar para emanciparse, debían “merecer” la libertad. El libro multiplica sus biografías, les pone nombres propios y, al reconstruir sus posibles perspectivas y anhelos, busca contribuir a que nos pensemos como herederos de esa historia. A hacerla nuestra historia.