I.
Helo aquí, enamorado.
No tiene expresiones en su rostro y cualquier cosa que lo tocara, una mariposa en vuelo, una hoja que cae, lo derrumbaría. Deberían ser secretas las dragonas de vestido rojo que corren hacia el interior de un negocio de venta de paz mental. Deberían esconder esas medallas comidas por los besos. Pero de qué sirve no inventar dragonas.
II.
Puramente expansiva.
No suficiente, la metáfora de caer para vivir bajo tierra como dragona hecha mujer, endorfina, adrenalina. Que esto sea descubrimiento, devoción que requiera a su vez otra metáfora. Ir cayendo así, a las dos de la madrugada, intacta.
III.
Lo que entablo con la metáfora es desde adentro. Una tenuidad. Jadeando, jadeando, jadeando.
IV.
¿Cómo era virar en redondo?
La dragona en el círculo vicioso de la existencia y la inexistencia.
Se trata de una verdadera correlación en el sentido matemático del aire, siempre al fácil confundir la tos ferina con la guerra, las fases lunares con el orgasmo.
Una especie de movimiento danzarín que arrastra el subconjunto de los pies atados hasta el subconjunto de las manos atadas que arden como laureles pervertidos.
V.
En puntos variados.
Dos dragonas se alejan en direcciones opuestas, norte y sur. No comparten ningún contorno, pero las recuerdo una encima de otra, de modo que las manos de la que estaba arriba se cruzaban como dos tentáculos sobre las costillas de la que estaba abajo. Esto las hacía inseparables. El rostro de la mujer de abajo coincidía con el rabo de la que estaba arriba, y su largo cuello de sílex rozaba la pata trasera de aquélla. En una misma geometría las dos bailaban la danza zoofórica que da a luz una dragona fatal.
VI.
Desgramatizada.
La máquina de soplar palabras habría podido salvarme pero estaba demasiado superada por la historia de los hombres. Es necesario llegar a qué suspiro del mundo dentro de la verde vaina del negro espeso, más bien inexistente, que viene de la lejanía, para que la noche no sea puro espacio de felonías y mentiras tristes.
Pero además, hasta qué punto uno puede negarse a beber el sedimento blancuzco que dejan las dragonas al pasar.
VII.
Y qué idea estúpida,
zambullirse por debajo de la piel, nacer dragona en Dublín para algo que viene sin pelo, entre ráfagas de versos que por fin llegan al mismo tiempo o por primera vez en la vida, tal como una gran sepia azul, una sola escena de tristísimo minuto lento.
VIII.
Por detrás de la señal.
Voy a virar en redondo y al mismo tiempo, al galope, por el camino que hicieron otros, con la cabeza levantada y los brazos extendidos, insensible a toda historia fácil de narrar, enfermizamente insólita, cortando sabiamente las narraciones siempre iguales, desobedeciendo la orden de confundir un beso con un coágulo.
IX.
Menos mal.
No habrá nadie que a toda velocidad y con gran regularidad mecánica penetre por el costado y me corte en rodajas muy finas, y que por la rapidez de la acción, vaya cayendo enrollada.
X.
Cuando prolongo sin fin la lejanía, sus trozos de vela, sus terrones de azúcar, la cosa comienza a existir dentro de la estela dorada que se extiende sin límite. ¿No hay una cierta filosofía de la transmutación de la mujer en dragona? Me pregunto mientras dibujo en mi mano algunos textos ya no gramaticales. No pregunto esto porque no lo sepa sino porque es cierto que la palabra es distinta de su aura. En nada, la dragona estará bailando apelmazada sobre la mesa de saldos, ensayando una cópula con el hermoso libro de amor criminal.
XI.
Y no obstante es el fenómeno que fluye y refluye, se omite y se presenta, explota e implosiona, en magentas abrumados por el único detalle en pulpa de sexualidad extrema.
XII.
Poderosamente,
la dragona se frota con fragmentos de poemas anteriores, hasta pulir el cofre prohibido de la palabra prohibida. Tanto más largo y breve es el camino hacia el pulso de la luz después de una o dos infinitas creencias en lo infinito. Un brillo lúbrico sobre el tatú de las profundidades la trae del cosmos y le pone un alma humana.