La directora italiana Lina Wertmüller, referente del cine del siglo XX en su país y una pionera como mujer detrás de las cámaras, murió este jueves en Roma, su ciudad natal, a los 93 años de edad. En 1976 Wertmüller hizo historia: fue la primera mujer en ser nominada al Oscar de la Academia de Hollywood a la mejor dirección, por una de sus películas más populares y recordadas, Pasqualino Siete Bellezas, representativa del grotesco crítico que signó toda su obra. Nunca antes una mujer había sido candidata en esa categoría dominada por hombres. Y fue aún más anómalo que lo fuera una realizadora ajena a la industria de Hollywood. Tuvieron que pasar 17 años para que otra mujer accediera a esa misma nominación (la neozelandesa Jane Campion).
En el 2019, la Academia de Hollywood la volvió a convocar para entregarle un premio honorífico a su carrera y ella agradeció el gesto diciendo –con traducción de Isabella Rossellini y flanqueada por Sophia Loren- que le hubiera gustado cambiarle el nombre al premio y que en lugar de llamarse Oscar tuviera nombre de mujer y se llamara Anna. ¿Dificultades por ser mujer en un oficio de hombres?, le preguntaron por entonces, cuando el Festival Lumière le dedicó una retrospectiva. “Sí, claro, pero me importaba un carajo, yo seguí mi camino”, respondió.
Nacida en Roma el 14 agosto 1928, hija de una familia de linaje aristocrático, Lina desafió los mandatos de su época. “Me echaron de once colegios de monjas”, contaba divertida. A los 17 años empezó a estudiar teatro primero y luego marionetas, que fueron su primer recurso expresivo. De allí saltó a la incipiente televisión, trabajó en cine como montajista y fue ayudante de dirección de Federico Fellini en La dolce vita (1960) y 8½ (1963). Su debut como directora tuvo lugar en 1963 con Los zánganos (I basilischi), un relato amargo y grotesco sobre la vida de unos amigos del sur de Italia, representantes del inmovilismo de la pequeña burguesía de provincia, que le valió uno de los premios principales en el Festival de Locarno. Le siguieron la comedia en episodios Hablemos de hombres (1965), con Nino Manfredi, y No molesten al mosquito (1967), protagonizada por la cantante Rita Pavone, con quien había trabajado antes en la televisión, en los populares shows musicales de la RAI.
En 1968, escondida bajo el significativo seudónimo de Nathan Witch, la “bruja” Wertmüller dirigió un spaghetti western titulado Il mio corpo per un póker, con Elsa Martinelli. Fue la única directora mujer que encaró ese género. Su primer gran éxito internacional llegó de la mano de su amistad con Giancarlo Giannini, quien a partir de Mimí metalúrgico herido en el honor (1972) sería un compañero inseparable de sus comedias grotescas dirigidas a un público amplio y esencialmente popular. Mimí era un obrero siciliano que perdía su trabajo por votar al Partido Comunista, pero que encontraba uno nuevo ayudado por la mafia. “Los temas sociales son los que más me emocionan. ¡Cuántas cosas hay para decir en este ámbito!”, le comentó al crítico Gian Luigi Rondi.
Después de Mimí metalúrgico, que por entonces también hizo de Mariangela Melato una nueva estrella del cine italiano, Wertmüller y Giannini reincidieron en Amor y anarquía (1973) e Insólito destino (1974), ambas también con la Melato, Pasqualino Settebellezze (1975) y Noche de lluvia (1978). De Pasqualino, que además de la candidatura a la mejor dirección, fue nominada al mejor film extranjero, al mejor guion original y al mejor actor, Wertmüller afirmó: “En esta película están todas las cosas que amo, la realidad que, para mí, es esencialmente símbolo. Y como de costumbre, el subproletariado. Pasqualino es un subproletario, con siete hermanas rollizas llamadas ‘siete bellezas’. El único varón en una casa poblada de mujeres, ansioso, sediento, hambriento de un espacio vital. ¿Y dónde busca este espacio? Allí donde su lógica totalmente trastornada le dicta que puede llegar a conquistar un poco de ‘respeto’, en la camorra. Una elección errónea, fruto de una lógica errónea, que lo lleva a cumplir una serie de acciones erróneas, de consecuencias casi aterradoras que lo hunden en los sucesivos círculos de los infiernos de este mundo. En suma, un monstruo en un mundo de monstruos, que actúa guiado por una lógica que fatal, inadvertidamente, vuelve monstruosos todos sus actos”.
En Amor, muerte, tarantela y vino (1978) se dio el lujo de trabajar con dos de sus grandes amigos, como lo eran Marcello Mastroianni y Sophia Loren, con quien volvió a filmar Francesca e Nunziata (2002) y Demasiado amor (2004). También dirigió Scherzo del destino in agguato dietro l'angolo come un brigante da strada (1983), con Ugo Tognazzi, Camorra (1985), con Angela Molina y Harvey Keitel, Noche de verano (1986), con Mariangela Melato, y Mi querido profesor (1992), con Paolo Villaggio.
“No creo que el cine pueda cambiar a la sociedad, pero influye sobre ella”, decía Wertmüller en 1975, en el apogeo del éxito de Pasqualino Sietebellezas. “Favorece la toma de conciencia. Pero no estoy hablando de mensajes, estoy hablando de problemas, de problemas que deben ser mostrados aun sin sugerir soluciones. Y de modo claro, si es posible: que todos lo entiendan. Como ese cine que he venido haciendo hasta ahora, el cine popular, que siempre va a lo profundo”.