El metaverso, esa nueva experiencia inmersiva en la que (supuestamente) habitaremos internet en el futuro, está generando una nueva Conquista del Oeste. El mes pasado Mark Zuckerberg, el fundador y CEO de Meta (exFacebook), anunció que invertiría miles de millones de dólares en el desarrollo de este nuevo espacio. El metaverso está lejos de ser su invento, pero fue el que llevó la palabra a oídos de muchos por primera vez.
Con el anuncio aumentaron las expectativas sobre el desarrollo y hacia allí corren capitales de riesgo que buscan alambrar su pedacito de metaverso. La figura de los pioneros avanzando para acaparar su pedazo de tierra virgen no es exagerada: ya hay empresas de bienes raíces que venden "tierras virtuales", entre otras propuestas. A la hora de analizar el tema, vale la pena hacer un poco de historia.
Las puntocom
A fines de los años ‘90 los capitales de riesgo sufrían una crisis de sobreacumulación: producto de su propio éxito necesitaban nuevos espacios en los que volcar su dinero. El momento coincidió con el sorpresivo desarrollo de la web que a mediados de los ‘90 comenzaba a popularizarse. Por entonces la arquitectura de la red, con sus protocolos abiertos y su distribución en red, no dejaban claro cómo se podría ganar dinero. Modelos cerrados como el de AOL permitían cobrar abonos por servicios pero se retrasaban en una red abierta en la que surgían todo tipo de experimentos.
En esos años surgieron miles de startups que seducían inversores con ambiciosos proyectos basados en ideas geniales pero rengas de modelo de negocios. Aún así se invirtieron millones en ese mundo que crecía a toda velocidad: en realidad se invertía en expectativas que no estaba claro cómo se realizarían.
Finalmente en 2000 surgieron dudas sobre el potencial real del negocio y algunos quisieron deshacerse de las acciones. Así se inició una corrida que terminó con el estallido de la burbuja puntocom. Acciones de miles de empresas perdieron su valor, asociado a algo tan volátil como la esperanza de ganar mucho dinero sin tener claro cómo.
Poco sobrevivieron al estallido; entre ellos, nada menos, Google, que asomó de la debacle con un innovador algoritmo de búsqueda monetizado gracias al viejo y conocido modelo publicitario. En 2004, casi por error, Zuckerberg crearía Facebook y pronto descubriría cómo monetizarlo, también, gracias a la publicidad.
Hacia el 2009 surgiría una nueva ola de emprendimientos que buscaban vincular por medio de plataformas a clientes y prestadores de servicios en el mundo real. El caso paradigmático es Uber que también revolucionó expectativas pero que doce años después sigue sin dar ganancias.
Estrategia de expansión
Con el anuncio de la "próxima gran cosa", el metaverso, Zuckerberg infló de manera repentina las expectativas sobre esa nueva internet supuestamente inmersiva que, en realidad, está muy lejos de ser posible al menos como la representó en su video promocional.
En realidad, los objetivo de la presentación no estaban vinculados a develar un nuevo producto sino a otras cuestiones.
Primero, a tapar las últimas filtraciones brindadas por la ex-empleada Frances Haugen sobre los negativos efectos de la red social.
En segundo lugar devolver a la empresa, ahora llamada Meta, un liderazgo que se comienza a esfumar con las nuevas generaciones que pierden interés en Facebook e Instagram. Luego de una expansión brutal en sus diecisiete años de vida, el modelo de negocios publicitario, del que obtiene el 98 por ciento de los ingresos, se acerca inevitablemente a su techo.
Los intentos por ingresar, por ejemplo, en el mundo financiero con su propia criptomoneda, por el momento no avanzan debido a un sistema bancario dispuesto a bloquearlos.
Profecía autocumplida
La experiencia indica que, al menos de momento, las posibilidades de que el metaverso se concrete o no, qué aspecto tendrá, si realmente generará un espacio abierto, interoperable, con estándares abiertos como los de la web (que explican en buena medida su crecimiento vertiginoso), resultan casi irrelevantes.
Lo importante es el enorme empujón a las expectativas que significa el anuncio de Zuckerberg para generar una profecía autocumplida: si el metaverso es la "próxima gran cosa" luego de internet, mucha gente estará dispuesta a invertir en su desarrollo. Ni siquiera importa si existirá algo parecido a ese mundo virtual tal como se lo describe hoy; lo relevante es el "mientras tanto", ese período en el que las expectativas están altas y atraen nuevos inversores y más dinero.
No es que los capitales de riesgo esté guiado por tontos: son apostadores fuertes, preparados para saltar a tiempo y salvar su dinero o, en el mejor de los casos, pegar un pleno como hizo Google a fines de los ‘90.
Esta es una mirada posible para comprender lo que, probablemente, ocurrirá en los próximos años y que tiene mucho más que ver con una lógica financiera basada en expectativas, apuestas fuertes, mucha atención en retirarse antes de que se desinfle el negocio y la posibilidad más que tentadora de hacer saltar la banca. La tecnología digital es principalmente un vehículo para alimentar ese modelo de negocios basado en expectativas.
Los expertos calculan (una vez más la política de la profecía autocumplida) que el metaverso es un negocio de "un billón de dólares". Cabe aclarar que esta enorme cantidad de dinero no se volcará prácticamente a la economía real. Una parte irá a la infraestructura necesaria para el desarrollo del metaverso, pero el resto lo hará en diseño, programación, publicidad, prensa, almuerzos caros pensados más en seducir inversores que en hacer productos concretos. Luego operará un darwinismo brutal al que pocos sobrevivirán.
En resumen, se quemarán miles de millones de dólares en el altar de las expectativas. De este lado del metaverso, con millones de personas con necesidades básicas insatisfechas, quedará poco y nada.