Boca cerrará el año con una sonrisa a partir del título de la Copa Argentina logrado ante Talleres en Santiago del Estero. Gracias a ese éxito consiguió el objetivo de clasificarse para la fase de grupos de la Copa Libertadores 2022, aunque ya tenía asegurado el repechaje a través de la Tabla Anual, algo que parecía impensado allá por mediados de agosto, cuando el hasta ese momento equipo de Miguel Ángel Russo deambulaba en el fondo de la tabla en la Liga Profesional. Además, en el año pudo eliminar dos veces a River en definiciones mano a mano, cuestión que lo venía atormentando en temporadas anteriores, con cinco derrotas seguidas, entre ellas la final de la Libertadores 2018 en Madrid. Si a ello se le suma una injusta eliminación por penales en la Libertadores a manos de Atlético Mineiro, con fallos arbitrales muy perjudiciales tanto en la ida como en la vuelta, el balance para Boca podría ser más que satisfactorio.
Esa mirada optimista es la que trató de vender en la noche del miércoles Juan Román Riquelme, al asegurar que estaba muy contento porque los hinchas iban a pasar las Fiestas festejando y porque durante su gestión ya habían dado tres vueltas olímpicas en dos años. Sin embargo, desde un punto de vista más racional, la mirada es mucho más pesimista y otra frase del ídolo xeneize sirve para graficarla: ni siquiera amagó a responder cuando le preguntaron sobre la continuidad del entrenador Sebastián Battaglia y tiró la pelota hacia el 31 de diciembre, la fecha límite que habían fijado para el curioso interinato del ex volante central.
Si Boca termina el año festejando, ¿por qué no tiene certezas sobre la continuidad de su técnico? ¿Por qué Riquelme no respondió con un "sí, obvio" cuando lo consultaron si Battaglia iba a seguir? ¿O por qué una buena parte del plantel parece tener un ciclo cumplido si anoche dio una vuelta olímpica? Todas esas preguntas no tienen una sola respuesta, y ahí está la encrucijada en la que se encuentra la dirigencia que encabeza Riquelme.
Está claro que Battaglia le cambió la cara y refrescó al equipo en los primeros partidos de su ciclo. Con su impronta, la aparición de varios juveniles promisorios y los resultados a favor, hasta se ilusionó con pelear la Liga Profesional. Pero el clásico ante River -y la manera en la que lo perdió- pareció un mazazo del que nunca se recuperó. Volvieron a aparecer nombres que se suponía que ya tenían un pie y medio afuera de Boca, los pibes fueron perdiendo espacio, los cambios de un partido a otro se tornaron difíciles de entender y los rendimientos -y resultados- del equipo comenzaron a parecerse peligrosamente a los que eyectaron a Russo unos meses antes. De hecho, en los tres partidos que dirigió en la Copa Argentina, dos los pasó por penales con actuaciones muy pobres -Patronato y Talleres- y uno lo ganó 1-0 ante Argentinos, con otra labor opaca.
Entonces, a pesar del título del miércoles y de cuatro meses de trabajo relativamente exitosos desde los resultados, Battaglia parece tener menos margen que cuando apareció como un bombero tras la salida de Russo, si es que la dirigencia considera que se trata de la mejor opción para continuar en el cargo.
Si Battaglia quedó expuesto a los vaivenes de los resultados, ni hablar de lo que sucede con un plantel que hace tiempo parece haber llegado a su techo y que, para colmo, mostró problemas de disciplinas que el técnico debió surfear como pudo. No hace falta repasar nombres, pero hasta el héroe de la Copa Argentina, el arquero Agustín Rossi, está mirado con lupa cuando no hay penales de por medio. Así, en la evaluación general, muy pocos jugadores salen airosos.
Tampoco la dirigencia encabezada por Riquelme termina superando la evaluación de su gestión en la contratación de refuerzos, ya que ninguna de las incorporaciones pudo consolidarse. Incluso Juan Ramírez, el que más rindió, terminó opacado por una expulsión evitable en la final.
De esa manera, el panorama de Boca es complejo, con una celebración que no tapa otros inconvenientes más graves: un técnico que no sabe si continuará y, si lo hace, tendrá escaso margen de maniobra. Un plantel desgastado y con posiciones fundamentales sin variantes confiables. Un grupo de juveniles que aparecía con fuerza y que ahora retrocedió en la consideración del DT. Y un nivel de juego muy bajo, que se repitió durante casi todo 2021 y que dejó un dato llamativo, independientemente del entrenador a cargo. En los cuatro máximos festejos del año, Boca no pudo ganar en los 90 minutos: empató y pasó por penales en la final de la Copa Maradona ante Banfield, en los dos cruces ante River y en la definición del miércoles ante Talleres. Por eso, pasada la euforia del título, el desafío (con o sin Battaglia) es cortar esa inercia y, por fin, diferenciarse de la última etapa del ciclo Russo.