Hay una escena que se repite en el video de la nueva versión de “El oso”, y es la de sus dos intérpretes, Moris y Antonio Birabent, padre e hijo, uno al lado del otro, casi hombro con hombro, atentos a todo lo que sucede. Son varios esos momentos, en unos están con los brazos cruzados, en otros cada uno con un café –es imposible no quedarse atrapado en los precisos movimientos de Moris con una taza pequeña de bar entre las manos, síntesis de medio siglo de práctica ininterrumpida–, pero el resultado es siempre el mismo: el testimonio perfecto de una vida –dos, en realidad– mirando el mundo pasar.

Arropados por los arreglos y la producción de Lolo Micucci y Victor Volpi, compinches musicales de ambos desde hace años, lo que Moris y Antonio están observando atentamente durante el video que se estrenará en las redes el próximo viernes 17 es el avance de la sesión en la que por primera vez grabaron juntos una canción que los atraviesa como ninguna otra. Primer tema del álbum debut de Moris medio siglo atrás, versión que catapultó la carrera musical de Antonio más de veinte años después al ser incluida en la banda de sonido de Tango feroz (1993), “El oso” es un clásico indiscutido del rock argentino. “Una historia que suena conocida, pero siempre nueva”, según lo describía originalmente el propio Moris desde la contratapa del fundacional Treinta minutos de vida (1970). “Libre y feliz, después esclavo pesado de estos días y algún otro día escaparse al bosque de la felicidad”.

Sentado en una mesa de café cerca de su hogar porteño y recoleto, con su hijo al lado y un café enfrente, como para no perder la costumbre, Moris responde a la pregunta de por qué volver a grabarlo explicando que le parece que entronca muy bien hoy en día como canción ecológica, pacifista y humanista, con ese final de regreso al bosque. “Como a veces dice Inés, mi mujer, un poco irónica: ‘Está bien, me encanta ‘El oso’, pero a este ritmo no va a tener bosque al que volver’”, evoca Moris y se ríe. Y agrega, refiriéndose a los hermosos arreglos de Micucci, que incluye un cuarteto de cuerdas: “Además, me parece que la orquestación de esta nueva versión es una especie de oasis ante el gran ruido de la música actual”.

–Para el que conoce tu carrera, a esta altura es difícil no pensar también que “El oso” habla de vos...

–Yo no pienso eso. Lo que sí me pasa es que a veces trato de recordar, y me pregunto cómo era yo cuando cantaba eso, y gritaba en ese final brutal de la grabación original...

–¿Había desesperación en ese final original?

–Es una letra del año del jopo, pero no creo. No había desesperación. Lo que había era una necesidad de terminar el tema, porque no sabía cómo hacerlo, y lo importante de la canción era el final. Así fue como surgió el tarareo, y para poder lograrlo como sentía que hacía falta fueron necesarios tres efectos de eco. Primero pusieron una reverberación, luego otra, cuando le dije al técnico que necesitaba más, me dijo que no tenía más. Pero al fondo de los estudios TNT había una sala toda azulejada, y eso es lo que se escucha en el disco: el sonido rebotando contra esos azulejos. Lo usamos en vivo, durante la grabación, y resultó ser justo lo que necesitábamos.

Antonio Birabent y Moris (Foto: Augusto González Polo)

AMIGOS DENTRO, POLICÍA AFUERA

Su historia fundacional se ha contado muchas veces, pero nunca está de más volverlo a hacer: “Es una canción que compuse en un taller de cultura y pintura al que iba Inés”, precisa su autor. “Lo hice a pedido de una amiga suya, Ana Colombo, que era maestra jardinera y quería una canción para cantarle a sus alumnos”. Cuenta Moris que solía llevar su guitarra cuando acompañaba a Inés al taller, y que luego del pedido se sentó a tocar y el tema se le ocurrió justo en ese momento. Mientras lo iba cantando, Inés iba tomando nota de la letra en ese primer piso donde estaba el taller, sobre la avenida Córdoba, cerca de la esquina con Gascón, el exacto lugar del nacimiento de “El oso”.

“Para Treinta minutos de vida lo grabamos durante una tarde”, recuerda. “Fue una situación muy emocionante. Por un lado, estaba Javier Martínez en batería, Claudio Gabis en guitarra, Pappo tocaba el bajo y Richard Green el órgano”, enumera, y ante la sugerencia de que se trataba de un supergrupo, apunta que, en realidad, eran sus amigos. “Al cantarlo lo hice rodeado de mis amigos, y eso para mí fue emocionante”, explica Moris. “Pero, en ese mismo momento, afuera estaba esperándonos un coche de policía”. ¿Cómo es eso? “Claro, normalmente la policía, cuando había grabaciones en el estudio, alguien les pasaba el dato y entonces siempre había un patrullero esperándonos a la salida, para pedirnos documentos”.

Antonio sonríe ante el recuerdo y bromea diciendo que, hoy en día, muchas bandas celebrarían que la policía los esté esperando a la salida de una grabación: “Sería un efecto promocional brutal, se asegurarían varios Luna Park llenos”. Claro que enseguida se le recuerda que está diciendo esto al lado de un músico que, para promocionar la salida de su primer simple con el grupo Los Beatniks, negoció con Héctor Ricardo García, el dueño de Crónica, armar un escándalo público bañándose con pocas ropas en la fuente frente a Mau Mau, para salir en la tapa de la revista Así. “No fui yo, fueron las chicas”, replica Moris entre risas, alzando las manos.

Pese a que en su momento “El oso” se editó como simple, Moris dice que no fue un tema muy difundido. “A mi siempre me pareció que se hizo realmente conocido en la versión de Antonio”, señala. Y agrega: “Te digo más: creo que yo la canté muy poco entonces”.

–¿En España tampoco la cantaste?

–No, en España no son nada sentimentales.

UNA FÁBULA BUDISTA PERFECTA

Antonio también cree que “El oso” es una canción que se hizo famosa al ritmo de Tango feroz. “Mucha gente que entonces tenía veinte y también menos, y hoy andan por los cuarenta o cincuenta, la conocieron gracias a la película, incluso aún me pasa que crean que es un tema que compuse yo”, explica. “Junto con ‘El oso’, esa gente descubrió también el rock argentino: creo que esa fue la gran virtud de Tango feroz, agrega Antonio, que confiesa que, si bien no estaba peleado con el tema, durante un tiempo sintió la necesidad de alejarse de él. “Porque significó mi comienzo, y como todo inicio un poco te ancla”, calcula. “Pero hace poco un amigo mío, Juan Cruz Bordeu, que también tiene gran relación con Moris, me hizo ver algo que de tan obvio yo no había podido ver”. Cuenta que Juan Cruz le señaló que es una canción que empieza hablando de un oso –“un hombre”, apunta Moris– que está feliz, que pierde esa felicidad y después la recupera, que ahora es viejo pero es dueño de su voluntad.

“Es una fábula budista perfecta”, cuenta Antonio que le dijo Juan Cruz, y que en ese momento se reconcilió con el tema. “Se me pone la piel de gallina al recordarlo”, confiesa. “Porque fue muy importante para mi, pero pasaron treinta años ya, y me he negado a cantarla muchas veces. Pero a raíz de esto que me dijo Juan Cruz, y de la grabación del segundo disco con Moris, La última montaña, es que la volví a cantar con ganas, lo que desembocó en esta nueva grabación que acabamos de hacer juntos”.

Doblando la apuesta, Antonio se siente capaz de asegurar que cantar hoy la canción le resulta más genuino que haberlo hecho entonces. “Tal vez por todo este recorrido”, intenta explicar. “El paso del tiempo me puso en un lugar donde la canto con más libertad”. Algo entendible, ya que treinta años atrás, cuando grabó “El oso” por primera vez, lo hizo para una película que hizo que muchos pensasen que él estaba encarnando a su padre.

“Muchas veces me han preguntado eso, cómo fue que me sentí haciendo de Moris en Tango feroz, y yo siempre respondo que jamás pensé que estaba haciendo eso. Es más, si me lo hubiesen planteado así, nunca lo hubiese hecho”. Revela entonces que cuando, al calor del fenómeno de la película de Piñeyro, firmó su primer contrato discográfico con BMG, el legendiario ejecutivo discográfico Luis “D’Artagnan” Sarmiento le propuso incluir en ese disco debut una versión de “Ayer nomás” como para aprovechar el momento.

–Bueno, su trabajo era proponértelo, después de todo...

–¡Claro! Y yo tenía que negarme si quería seguir mi propio camino...

UN PEDAZO DE CARTÓN Y UN IMÁN

Al calor de la edición de los dos discos que realizaron juntos, Familia canción (2011) diez años atrás y, especialmente, ahora ese hermoso milagro bautizado La última montaña (2021), Moris y Antonio han tocado últimamente en vivo “El oso” por todas las veces que no lo tocaron antes. “En la época de Familia canción la usábamos para terminar los shows, y aunque ahora decidimos hacerlo con ‘Tengo 40 millones’, para cerrar con un rock, igual tiene un lugar especial, porque Lolo Micucci asegura que después de ‘El oso’ no se puede tocar nada más”, precisa Antonio.

“Me acuerdo que formó parte de la lista para mi regreso en Obras, en los ’80, y también para el Coliseo, en los ’90”, enumera Moris. “Y después recién la volví a cantar cuando Palito Ortega me invitó a un recital que hizo en el Gran Rex, y me pidió que la hiciera. A Palito es un tema que le gusta”, cuenta.

–¿Y a Sandro también le gustaba?

–Creo que nunca llegó a conocerla entonces. A Sandro le gustaba “Rebelde”, el primer simple de Los Beatniks. Y también “De nada sirve”. Es que Sandro es un capítulo aparte.

La mención de “De nada sirve” abre la puerta para preguntarle a Moris por la creación de otro de sus temas emblemáticos. Uno que, para muchos, es la cumbre de toda su obra. Sin ir más lejos, el guitarrista Horacio “Gamexane” Villafañe, uno de los grandes protagonistas de la escena punk argentina, escribió en este suplemento que sólo querría ser presidente para convertirlo en el himno nacional, y enseguida renunciar. Fue el tema que pidió una y otra vez el público que llenó el Obras que lo recibió en su primer regreso desde España, a comienzos de los ’80, y él se negó a tocar una y otra vez esa noche porque había sido sólo la inspiración de un momento, hasta que tuvo que intentarlo.

“Ese tema se grabó por un rapto de inspiración de Tim Croma, de los TNT, que fue el técnico de todas nuestras primeras grabaciones”, recuerda. Fue durante un hueco en la grabación de alguno de los temas de Los Gatos (¿”Madre escuchamé”? ¿”Viento dile a la lluvia”?), cuando Moris agarró la guitarra y Tim apenas si alcanzó a preguntarle si iba a tocar algo antes de apretar el botón de grabación. “Cuando terminé, me regaló la cinta donde me había grabado. ‘Tomá, llevatelá’, me dijo, y yo tuve esa cinta de siete pulgadas y media guardada durante, no sé, seis meses. Y después, para mi disco, le agregué un bajo que hice con la sexta desafinada de una guitarra, y Javier Martínez me acompañó con una percusión. Así que un poco le dimos una vuelta, pero no le cambié ni agregué nada a esa grabación incial”, asegura Moris.

“Eso me hace pensar que las cosas son de una fragilidad impresionante, ¿no?”, se pregunta. “Porque si Tim no se decidía a apretar en ese momento el botón de grabación, y no tendría por qué haberlo hecho, es muy probable que nunca la hubiese grabado, y hoy ‘De nada sirve’ no existiría. Al menos, un año antes o un año después, seguramente la hubiese cantado de otra manera. Es que la grabación de un tema es apenas un momento congelado. A fin de cuentas, la música es una ilusión, es apenas un pedazo de cartón con un imán. Pero vos abrís ese parlante, y no hay nada”.