En una canción de su disco Boca arriba (2009), “Soy todo lo que recuerdo”, el músico, historiador y poeta Gabo Ferro enuncia: “El diablo tiene una cola que no la puede ocultar/ Por más disfraz que te pongas siempre se te va a notar” y habla de “fugarse para adelante”. En ese mismo disco también aparece un clásico de su repertorio, “¿Por qué no lloras un poco?”, en el que dice que “todo está vivo y presente/ Desembala la memoria que no hay cosa que no sirva/ Te va a servir lo amarrado y lo que anda la deriva”. Las canciones son materiales en movimiento y Gabo Ferro lo sabe. Según el contexto histórico, las obras artísticas se amplifican o debilitan, se actualizan y toman otros sentidos. Y eso, justamente, es lo que siente Ferro que está ocurriendo con muchos de sus temas. “La historia que nos está sucediendo está marcando un patrón de lectura para cada tema muy pertinente. Hay canciones que con este contexto se están entendiendo para otro lado. Sobre todo las que tienen que ver con la memoria. Siempre trabajé la cuestión de la memoria y su opuesto, y es increíble cómo ahora las canciones parece que dijeran más que antes. Hay canciones que entran a un repertorio en el que no solían entrar y al revés, hay algunas que están saliendo. Está vivo”, dice el músico y no esconde la conmoción.
Gabo Ferro es uno de los músicos contemporáneos más inquietantes y desafiantes del país. En poco más de diez años, construyó una obra musical excitante –una decena de discos, en solitario y en colaboración– y editó libros de poesía e historia a tono. Hoy, el músico revisitará todo su repertorio a las 21 en Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037), en el marco de la celebración de los 30 años de PáginaI12. “La historia del diario siempre fue muy significativa, sobre todo para los que crecimos leyéndolo. Y más aún desde el presente, por lo que representa el diario, por la tribuna que conforma. Afectivamente me une a muchas personas que son parte del diario, por eso no dudé en acompañar en esto y en lo que se necesite. Aparte, más allá del diario en general, me siento muy afín con la mirada que tiene sobre la cultura”, sostiene Ferro.
–¿Qué tendrá en cuenta a la hora de armar el repertorio?
–Lo que se va a considerar es hacer un repertorio vivo, con el eje en contemporaneidad y celebrando el aniversario de Página. Producir este concierto como produzco y hago todo: con una pata fuerte en mi presente inmediato, con todo lo que tengo de arrastre y con lo que viene. No tengo un programa de canciones que no toco, no me disgusta repetir ciertas canciones, porque las hago desde una pequeña plataforma performática. Entonces, eso quiere decir que no toco la canción otra vez, sino que tomo ese material y la recreo por primera y por última vez así como ese. Porque no hago un concierto para mí y para un público, hago un concierto para mí y para cada una de las personas que están ahí, que pueden ser silenciosas, llorar, no llorar, gritar, no gritar, levantarse, que haya una corriente de aire frío, que haga calor. Estoy muy atento a todo eso, porque sin duda va a modificar cómo voy a tocar esa pieza ese día. Cada vez que armo un set, hay canciones que me gusta hacer, pero siempre abro el juego con todas las canciones de todos los discos.
–¿Qué significa el vivo para usted en estos tiempos hipermediatizados?
–Más allá de que es precioso ver lindos videos o escuchar discos bien grabados, en el vivo está la verdad. Sigo siendo un cultor del cara a cara, del cuerpo a cuerpo. Hay algo que me sigue afirmando que ése es el lugar de tránsito: cuando me lanzo con la voz o la guitarra a lo que no sé que puede pasar, eso puede salir mal. Y elijo regalar eso, porque sé que del otro lado hay alguien que entiende que cuando estoy cantando determinada frase me arrojo a lo que puede pasar, porque sabe que si canté bien antes y bien después, pude haber cantado bien esa frase. Uso la canción como un caldero para empezar a sacudir las energías, para que te empiece a movilizar algo. Al menos, esa es la pretensión. Es el motor que me hace feliz.
–Algunas no pueden faltar, como “Soy todo lo que recuerdo”, ¿no?
–Y, esa no puede faltar y menos ahora. Uno es una resultante de su propia historia y de la historia de los demás, que a la vez es la historia de uno mismo. Esa canción está diciendo más ahora de lo que originalmente decía. Y pasa lo mismo con “Un eco, un gesto, una señal” (de La primera noche del fantasma, 2013), que es la otra cara de la moneda. Es un tema que celebra el olvido. Y me duele mucho hacerlo, me sacude hacerlo. No puedo creer que este personaje, que originalmente no me parecía tan peligroso, un personaje que dice “no sé qué mierda pasó, pero estoy bárbaro en este estatus de olvido y me lo permito porque estoy bien”, resuene en la actualidad. Y cuando lo hago en vivo, me siento muy angustiado, porque yo no me permito quedarme en ese estatus. Sé que hay cosas que prefiero, como dice la canción, “no ligar” ahora para poder dormir, pero no en el cotidiano permanente. En el disco tiene un aire circense, pero ahora la hago con un pulso diferente, está reposado. Es alguien al que se le nota que le está inquietando esto.
–Más allá de que algunas canciones viejas tomen otro sentido, El lapsus del jinete ciego (2016) sigue muy vigente.
–Es que el presente de la composición, grabación y producción de ese disco es este mismo presente, con su certeza. Ese disco se empezó a escribir en diciembre de 2015 y se terminó de pre-producir en marzo de 2016. Y todo eso que sospechábamos, hoy sabemos que es una certeza. En “La silla de pensar”, el personaje está en un estado de post sartenazo. Y eso se respira en todo el disco. Lo que quise fue tratar de capturar, a través de la literatura y la música –por eso casi todas están en la soledad de la guitarra–, un estado de reflexión, pero en la sorpresa del aturdimiento. Es un disco muy presente y que todavía resuena vivo. Por eso, este año decidí no hacer un disco solo y hacer dos discos en colaboración. Sentí que eran momentos históricos de apoyarme en otro, para buscar el gesto colectivo.
–¿Cómo será el disco con el pianista Juan Carlos Tolosa? Va a revisar toda su obra...
–Juan Carlos viene de la música académica contemporánea. Fue el director orquesta de la ópera de Gabriel Valverde que protagonicé y dirigió Rubén Szuchmacher. Y ahí nos conocimos. Es muy difícil que un intérprete de piano deje de ser intérprete y componga sobre material musical. Eso es algo que viene más del campo del jazz. Entonces, con Juan tomamos canciones mías de diferentes discos y las recreamos. Son más que versiones, es volver a componer a partir de una materia dada. Desarmar y recomponer. Se fueron los arreglos, se fue todo. Hay canciones que se partieron. Es un disco en el que canto un montón. Solté la guitarra y quedó la tensión y la atención puesta en mi cuerpo, en mi boca. Se va a llamar El agua del espejo y saldrá seguramente en septiembre. Y el otro disco en el que estoy trabajando es con Sergio Chotsourian, ex Natas. Nos juntamos los dos a hacer canciones. Ya están grabadas y se están mezcladas. Sergio es un hermano de la vida, un artista y un cantante increíble. Son discos en los que tengo mis dos brazos estirados para abrazar a dos personas que admiro y quiero profundamente. Estas asociaciones no vienen de ninguna conveniencia más que la amorosa.