“Yo nací en una comunidad quechua-aymara donde no había iglesia, nuestro credo fue siempre la adoración de la tierra. Desde muy niña mi madre me llevaba a los sembradíos, llegábamos muy temprano, cantando y escuchando el canto de los pájaros, que sabíamos que cantaban en la lengua aymara”. La tierra, el canto, los pájaros. De ahí viene Luzmila Carpio, una de las artistas más sorprendentes de América, dueña de una voz singular y una sensibilidad arraigadas en una cultura cuya marginación en la historia no le impidió robustecer un profundo sentido del universo. Hoy a las 20 en el Centro Cultural Kirchner, la cantante boliviana ofrecerá un concierto en la apertura del ciclo Latinoamérica, que en los próximos meses convocará también a Totó La Momposina, Susana Baca, João Bosco, Egberto Gismonti y Moreno Veloso. “En nuestra cultura quechua-aymara, la ley fundamental es el agradecimiento. Y los cantos que voy a ofrecer tienen que ver con eso”, anticipa la cantante a la que Evo Morales nombró embajadora de Bolivia en Francia, cargo que ejerció entre 2006 y 2011.
Si bien por la absoluta originalidad de su propuesta y la condición de “verdadero” de su arte, parte inseparable de una cultura y una cosmogonía, Carpio es bien conocida en el mundo –y en esa amplia y siempre inexacta franja de lo que se conoce como “música del mundo–, en la Argentina ha habido pocas oportunidades de apreciar su particular arte. Más allá, por ejemplo, de las emisiones que hizo el canal para chicos Pakapaka de Abuela grillo, la serie animada dinamarquesa, realizada por bolivianos, que lleva su voz y adapta un mito ayoreo. Carpio nació en el norte de Potosí, en la comunidad Qalaqala, en los Andes bolivianos, a cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Ahí, recuerda, las tierras se sembraban de manera circular para cuidarlas. “Eran tierras comunitarias y para dejarlas descansar nunca sembrábamos dos años en el mismo lugar. Cada año nos corríamos y cambiábamos de manta y recién en diez años se completaba el círculo”, evoca. Habla pausado, describe lo que cuenta con mínimos detalles y usa con abundancia los diminutivos que no son sino muestras de humildad afectuosa. “A partir de esta sabiduría ancestral yo trato de hacer mis modestas melodías. Ahí reflejo lo que me explicaron mi mayores”, asegura.
Las suyas son canciones para el espíritu del agua, para la convivencia armónica con los animales, para la inmensidad de las montañas, “lugar sagrado, donde moran nuestros ancestros”, asegura Luzmila. Y canciones para la siembra. “En la época del carnaval empiezan a crecer las plantas de papa o quinoa –explica–. Entonces tomamos unas ramitas y las cargamos en nuestros aguayos y así bailamos con ellas, para que la cosecha sea buena”.
–¿Cuándo pensó que podía convertirse en una cantante profesional?
–Mi madre, que era la mayor de ocho hermanos, tuvo que salir a trabajar en las minas, y ahí sufrió la marginación, el desprecio por ser quechua. “Yo no quiero que estas mis hijas sean indias”, decía. Cuando escuchaba eso, yo pensaba que un día iba a hacer que se conozca nuestra cultura. Pero ni me imaginaba que iba a ser a través del canto. Cuando tenía once años legué a la ciudad para visitar a mi hermana que trabaja de empleada doméstica en Oruro. Ahí fue que escuché cantar por primera vez a niños por la radio. Yo era muy cerrada, porque no hablaba español, pero quería cantar como esos niños y logré llegar a una radio, donde me recibió un señor que abrió la tapa del piano y me dio el tono para cantar. Era la primera vez que veía un piano. Empecé a cantar en quechua y el señor me interrumpió: “esas son cosas de indios, regrese cuando haya aprendido algo en español”. Pero yo me impuse cantar en mi lengua madre y empecé a escribir mis canciones. Después de mucho andar, creo que estoy llegando a la cosecha.
En 1983 Carpio llegó a París con sus canciones y allí se quedó, proyectando su lengua y su cultura. En 2006, Evo Morales la nombró embajadora de Bolivia en Francia, cargo que ejerció hasta 2011. “Era justo la etapa del disco El canto de la tierra y de las estrellas, y estaba en el florecimiento de mi voz y de mis canciones. Pero no podía rechazar la distinción. Era un honor y una responsabilidad, que me pedía el hermano Evo, por lo que sentí que era el pueblo que lo pedía. Evo me decía que tenía que seguir con mi arte también como embajadora, pero no pude hacerlo. Preferí dedicarme a fondo a lo que el pueblo me había encomendado”, evoca.