Desde Río de Janeiro

Hasta enero de 2019 muy poca gente sabía de la existencia de la señora Damares Alves (foto). Se trataba de una oscura auxiliar en el Congreso brasileño, trabajando siempre al lado de figuras igualmente oscuras y evangélicas.

Tan pronto asumió la presidencia, el ultraderechista Jair Bolsonaro hizo una reforma ministerial. Y no se le ocurrió idea mejor que nombrarla para el ministerio de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos.

Su única credencial: ser una pastora evangélica de la línea más radicalmente fundamentalista.

Secuestro

La señora Damares Alves se vio involucrada en denuncias por haberse quedado con una niña indígena, a quien llama de “hija adoptiva”, pero que nunca fue adoptada legalmente.

La familia dice que fue una especie de secuestro. Nunca, al menos hasta ahora, se supo la verdad.

Para Bolsonaro, ningún problema. Al fin y al cabo, la niña recibió “formación cristiana”. Él se dice católico, pero vive cercado por evangélicos, esos explotadores de la fe y la miseria ajenas autonombrados “obispos” de iglesias creadas con el único objetivo de recaudar millones.

La señora Damares se hizo famosa por haber visto a Jesús Cristo en un árbol de guayaba, por defender – como ministra – que los niños deben vestirse de azul y las niñas de rosa, por haber intentado impedir que una niña de diez años violada abortase del embarazo, en fin, todo muy bizarro o muy peligroso. Exactamente la cara del actual gobierno de mi pobre país..

Mineros y vaqueros

El pasado miércoles se supo que en su ministerio se estudia una medida insólita: clasificar “garimpeiros” y quien trabaja con actividades ganaderas como "pueblos tradicionales”.

“Garimpeiros” son los mineros ilegales, que contaminan ríos y destrozan tierras buscando oro y otros metales preciosos.

Parte substancial del agronegocio le da pleno respaldo al ultraderechista. Devastan la naturaleza, invaden reservas supuestamente protegidas, inclusive tierras indígenas.

Y “pueblos tradicionales” son precisamente las comunidades indígenas, los pueblos originarios.

La reacción negativa fue inmediata, y la medida fue puesta, por ahora, en un cajón.

Pero algo quedó claro: la idea del gobierno es cumplir rigurosamente lo que Bolsonaro defiende desde sus tiempos de diputado nacional, o sea, terminar con las reservas de tierras indígenas y avanzar con el sector más violento y destructor del agronegocio.

Pueblos originarios

De momento, la idea de situar en el mismo plan legal “garimpeiros” y agronegocio con los pueblos originarios, los indígenas, duerme.

Pero seguramente el gobierno de Bolsonaro volverá al tema.

¿Logrará hacer legal lo que hoy día es rigurosamente ilegal, aunque ocurra día sí y el otro también, siempre bajo la protección del peor y más abyecto presidente de la historia de la República brasileña?

¿Logrará, en el Congreso cuya mayoría él alquiló, su objetivo?

El mundo teme, Brasil tiembla