“Queremos que nuestra comunidad vuelva a ser lo que es”, exigió el intendente de General Alvarado, Sebastián Ianantuony, después del escenario de caos y rebelión que se vivió desde el viernes a la madrugada. Pero sin Luciano Olivera, nada volverá a ser lo que fue. Durante mucho tiempo, por su aura de tranquilidad y seguridad, a Miramar la bautizaron la “ciudad de los niños”; hoy, desdibujada por la violencia y el horror, es la ciudad donde los chicos no pueden andar libres a la madrugada porque los mata la policía.

El denso clima de bronca e indignación que invade a las calles del tradicional destino de la Costa Atlántica poco a poco parece quedar aplacado por el dolor, el dolor de una familia que todavía no entiende. “Matías (el papá) no cae; Franco (el padrastro) está destrozado y llorando a más no poder y Judith (la mamá) nunca se despegó del cajón”, aseguró a Página/12 Sol, una de las allegadas al entorno más íntimo de “Lucho”, mientras en la tarde de este sábado finalizaba el velorio del adolescente de dieciséis años.

Horas antes de la última despedida, en redes sociales se había viralizado la convocatoria a una nueva protesta para reclamar Justicia pero los familiares prontamente lo desmintieron. “No se marcha bajo ningún concepto. Como familia necesitamos procesar este dolor. Queremos despedir a Luciano y hacer nuestro duelo”, dijo, tajante, a través de la misma vía, Cintia Aristegui, una de las tantas tías de Luciano.

Y la idea de volver a movilizar, de volver a poner un pie en la calle y de arriesgarse a un intercambio de piedrazos y balas de goma con la misma fuerza de seguridad que mató al chico, no está en los planes, al menos por este fin de semana. “De ninguna manera pedimos que se junten y que hagan marchas. No queremos nada; queremos estar en paz e irnos cada uno a su casa. No vamos a hacer nada”, ratificó al respecto la amiga de la familia, aunque aclaró: “No queremos más dolor pero sí que se haga Justicia”.

Las declaraciones están a tono con la conferencia de prensa que dio en el Concejo Deliberante el intendente Ianantuony, quien en el mismo día llamó a la reflexión pública con un “mensaje pacificador” para tratar de calmar el caldeado ánimo social de Miramar. “Queremos volver a la tranquilidad que estamos acostumbrados, y que esto no ocurra más. No queremos más personas lastimadas”, dijo, y garantizó: “Buscamos determinar responsabilidades, y no me va a temblar el pulso para tomar alguna decisión con respecto a las autoridades policiales o el accionar de cualquier agente”.

Pero con tristeza y convicción, Sol entiende que los gravísimos incidentes del viernes frente a la comisaría primera, en el edificio de avenida 23 y 24 donde volaron piedrazos, balas de goma, gases lacrimógenos y hasta bombas molotov, fueron necesarios para que el caso de Luciano Olivera se visibilizara y fuera atendido por las autoridades. “Si nosotros no salíamos a la calle, nadie hubiese venido y todo se tapaba como siempre. Acá se tapa todo y no queremos que pase lo mismo que con tantos otros casos”, denuncia la allegada a la familia.

Y lo cierto es que el ministro de Seguridad, Sergio Berni, no se apersonó en Miramar hasta la tarde. Una vez en la ciudad, se reunió con los familiares y no dudó en condenar a Maximiliano González, el policía que gatilló el disparo letal, por “haber hecho todo mal”. Según el funcionario, se trató de "un acto de negligencia e imprudencia" y comparó el hecho con el trágico episodio que protagonizó en 2017 Luis Chocobar, el efectivo que asesinó a un ladrón que huía tras asaltar a un turista.

Nene sin maldad

Sin embargo, cuesta hacer un ejercicio de memoria de tantos años como el de Berni cuando hace menos de un mes era Lucas González, en Barracas, con tan solo diecisiete años, quien terminaba acribillado por la Policía de la Ciudad de Buenos Aires. Son casos y perfiles de gatillo fácil que se repiten con una velocidad y similitud que asusta: ambos eran pibes, ambos vivían en barrios populares y ambos compartían el amor por el fútbol.

De hecho, la última noche, Luciano Olivera fue a jugar a la pelota con los amigos y, después del “picadito” en el anfiteatro municipal, había ido a escuchar música a la casa de uno de ellos. Era una costumbre de él, que, como todo chico de su edad, solía aprovechar y disfrutar de cada juntada.

El adolescente vivía junto a Judith, Franco y una hermana pequeña en una casa del barrio Parquemar. Su familia es numerosa porque tiene tías de la mamá, el papá y el padrastro, y algunas de ellas, incluso, son policías, como en el caso de Cintia Aristegui. “Lucho” no solo exploraba su pasión en la sexta división del Club Once Unidos de Miramar sino que también cumplía con sus responsabilidades de estudiante secundario y cursaba en la Escuela N°1.

Al profundizar en su pasado deportivo, se puede ver que un tiempo antes también había tenido el privilegio de disfrutarlo el club Peñarol de Mar del Plata. Ambas entidades deportivas compartieron las condolencias de inmediato, una vez que tomaron conocimiento de su muerte, lo que dejó en evidencia el profundo cariño que le tenían. “Nunca vamos a olvidarte Lu. Te lo juramos”, postearon en la cuenta de la institución miramarense.

“No fumaba y no sabía lo que era la noche porque él era deportista. Vivía jugando. Era un nene pero sin maldad. Se la pasaba en lo de los abuelos, en lo del papá, en lo del padrastro y la mamá; entrenaba y estudiaba. Nada más, nada más…”, recordó Sol, con emoción y la voz entrecortada.

La Yamaha 125 en la que viajaba cuando fue sorprendido por el operativo policial era de Franco, el padrastro, que varias veces le había pedido que no anduviese en la calle con la moto pero “Lucho” aprovechaba porque “se manejaba muy bien así”. “Ahora parece que no podía andar de noche. Todos preguntan qué estaba haciendo a esa hora pero esto es simple: no hay que matar a nadie. El policía tiene doble seguro en el arma; no puede matar a nadie. Y si no está preparado, que se pida horas, no sé, pero que no mate a nadie”, insistió la allegada a la familia.

“La policía vive haciendo las cosas mal. Tienen que investigar a toda la policía, con test de drogas y alcoholemia y todo. Cuando Miramar era la ciudad de los niños éramos felices. Yo tengo un hijo de doce y quiero que vuelva a vivir lo mismo que cuando vivimos nosotros”, expresó, y reiteró: “Todos mis amigos están destruidos. Hay mucha gente acá pero hay otra que no viene por miedo porque hasta miedo nos hacen tener”.

Accidente

Una de las cosas que más le dolió ver a Sol fue el destrato que sufrió el cuerpo, ya sin vida, de Luciano Olivera. Dijo que el adolescente permaneció tendido en la calle durante cuatro horas hasta que la policía avisó a la fiscalía, y que la fiscal Ana María Caro llegó a la escena del crimen dos horas más tarde. “A Judith nunca le dijeron que su hijo estaba muerto; le dijeron que había tenido un accidente”, aseguró.

“Los enfermeros de la ambulancia no lo quisieron levantar a ‘Lucho’ porque se dieron cuenta de la magnitud de lo que había hecho la policía y fue Judith la que le tuvo que levantar la remera para darse cuenta de que él estaba muerto y de que le habían dado un balazo. Fue una locura. A él lo estamos velando pero ya lo queremos sacar porque no queremos que sufra más. Y nosotros tampoco. Cuánto tenemos que sufrir”, lamentó la mujer.

La amiga pidió, entonces, que la Justicia no solo ponga el foco en el policía González que disparó sino en los otros tres efectivos que lo acompañaban por haber “encubierto” el asesinato. Y también aseguró, a diferencia de los resultados que arrojaron los primeros análisis de las cámaras de seguridad y otros peritajes, que el oficial de 25 años disparó dos veces contra el joven. “Eso se va a terminar viendo en las cámaras”, confió.