Durante años, Eduardo Luis Duhalde durmió un promedio de 4 horas diarias: trabajaba más de diez en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, que dirigió desde 2003; regresaba a su casa, cenaba, descansaba una horita y se volvía a sentar frente a la computadora hasta entrada la madrugada. Dedicaba la nocturnidad a la escritura, un oficio que "nunca dejó de ejercer", cuenta su hijo, Mariano. Tenía cinco libros en proceso cuando, en 2012 y a los 72 años, falleció. Entre ellos, uno se destacó por ser la obra “más completa hallada” entre sus cosas, que con la ayuda de varias manos, entre las que se destacan las de Cecilia García Novarini, Mariano acabó de armar, editó e impulsó su publicación: así ve la luz “Asesinos sin fronteras”, el trabajo en el que Duhalde desmenuzó el secuestro y el asesinato de Noemí Esther Gianetti de Molfino, en 1980, y con él, el funcionamiento del “cerebro” de la última dictadura cívico militar, el Batallón de Inteligencia 601 y sus vínculos con la Central de Inteligencia de Estados Unidos.

“La gran obra de mi viejo es ‘El estado terrorista argentino’, que desentraña el esqueleto de la dictadura en simultáneo a su accionar (sale publicado en 1983), pero este que sale ahora es la muestra concreta de cómo funcionó ese Estado terrorista, muestra en el caso de los secuestros en Perú el sistema armado por el Batallón de Inteligencia 601, su intervención en el exterior y su vínculo con las agencias exteriores de inteligencia”, amplió Mariano Duhalde en diálogo con este diario. 

El recorrido de la vida de Duhalde padre es, siempre, el recorrido de una bibliografía: porque fue abogado, militante, perseguido, estuvo exiliado y regresó, fue periodista, editor y funcionario, pero “siempre, siempre fue escritor”, aseguró su hijo, que encontró “Asesinos sin fronteras” entre las producciones que su padre había dejado inconclusas tras su muerte. Unas cinco entre las que ésta, que él mismo tituló así como se llama el libro que ya está en una veintena de librerías, era la que estaba “más completa”. 

“Mi viejo terminó el libro en febrero de 2010, pero para cuando falleció no estaba todavía ni en vías de edición”, reseñó Mariano antes de continuar perfilando a Eduardo Luis: “Era un orfebre de la palabra. Un párrafo lo escribía, lo maduraba, lo reescribía, lo iba puliendo”. La producción estaba en su computadora y en varias versiones impresas que iban y venían entre su autor y sus más cercanos colaboradores: su esposa y trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos de los que esperaba esperando “una lectura crítica para determinar así fortalezas y debilidades y definir, una última corrección para ingresarlo a imprenta”, cuenta la “explicación de la edición” que antecede al prefacio y al resto de la obra en la edición a cargo de Tren en Movimiento. 

El operativo que comenzó en mayo de 1980 con el secuestro de Federico Frías en Buenos Aires, continuó con el de María Inés Raverta, Julio César Ramírez y Molfino en Lima, Perú, y finalizó con su asesinato en Madrid en julio es el tercer y último capítulo de “Asesinos sin fronteras”. Es, en rigor, uno de las dos producciones que confluyen en el libro que dejó a punta de corrección Duhalde padre. Porque la investigación sobre ese hecho, que le había llevado toda la vida, estuvo lista para ver la luz cuando su autor consideró que debía contextualizarla: no había sido una operación aislada.

                                 "Mima" Molfino en Resistencia, Chaco, con Lili Molfino. 

Por su trabajo al frente de la Secretaría de Derechos Humanos desde el gobierno de Néstor Kirchner, Duhalde padre tuvo acceso a mucha documentación y, por otro lado, le permitió avanzar con iniciativas de investigación que fueron allanando el camino para construir conocimiento en torno de lo que fue aquel Estado terrorista, “que le sirvieron para confirmar muchas cosas”, aportó su hijo. De sus partes, de sus aliados, de sus funciones. Así, le suma dos capítulos, que son los que preceden al del caso en sí: el primero es una descripción detallada del accionar de la CIA en América Latina y su vínculo con la formación y el funcionamiento de la inteligencia dictatorial en el continente a modo de contexto y sigue con un apartado dedicado exclusivamente a desmenuzar al Batallón de Inteligencia del Ejército 601, “el cerebro del Estado terrorista, como lo definió mi padre”, señaló Duhalde hijo. 

La obra tenía, además, tres anexos. Uno contiene información sobre la campaña que desde el exilio realizó la Comisión Argentina de Derechos Humanos para reclamar por Noemí, un colectivo fundado por él mismo junto a Rodolfo Mattarollo que integraron muches otres militantes y abogades exiliades de la dictadura como Gustavo Roca y Liliana Mazzaferro. El segundo es una transcripción parcial del Informe del equipo de investigaciones históricas del Archivo Nacional de la Memoria sobre el Batallón 601 trabajo que esa entidad realizó durante la gestión de Duhalde padre al frente de la Secretaría de DDHH y que resultó la base del documento que difundió, años después, el Programa Verdad y Justicia. Y el tercero es la publicación del informe que aquel brazo de inteligencia realizó sobre Montoneros, que “por primera vez aparece completo”. 

La edición  

La parte de producción de la nota estaba terminada, pero faltaba su otra parte, fundamental: las notas. Se encontraban apenas citadas en el cuerpo principal del libro “en algunos casos con una frase nomás”, contó Mariano. “Tuvimos que buscar los archivos donde estaban las notas, porque él las sabía de memoria y ponía a veces solo una frase para guiarse, pero nosotros tuvimos que buscar libro por libro, revista, documento”, continuó. Ese trabajo estuvo a cargo de Cecilia García Novarini, que sigue desempeñándose en Archivo Nacional de la Memoria con fondos documentales.

El armado, la edición, la composición de lo que hoy es “Asesinos sin fronteras” duró años y contó con el impulso de la Fundación Eduardo Luis Duhalde y el aporte de García Novarini, de Mariana Licata, Ricardo Ragendorfer, Mercedes Giménez, Nahuel Bardanca y Graciela Daleo, citados en los agradecimientos. 

Para 2016 estuvo listo para salir a la luz, pero “el macrismo no nos pareció oportuno para sacar este libro. Nos daba un poco de miedo”, confesó Duhalde hijo en relación al “negacionismo de Macri, de (su secretario de Derechos Humanos, Claudio) Avruj” les “inquietaba un poco”. La llegada de la fórmula “Alberto y Cristina” al gobierno fue una especie de reimpulso: “Dijimos ‘bueno, ahora’”. El tema, entonces, fue encontrar una editorial que “pudiera enfrentar” la publicación de una obra como esa: 562 páginas.

Dieron con Tren en Movimiento, que fue “la editorial adecuada”, señaló Mariano, ya que “hace libros hermosos y tiene mucho compromiso con las obras”. “Asesinos sin fronteras” entró en una nueva vuelta de corrección, esta vez en manos de Daleo, quien trabajó “muchos años con Eduardo” y “conoce su escritura como nadie”. 

--¿Qué aporta “asesinos sin fronteras al proceso de memoria, verdad y justicia en los tiempos actuales? –le consultó este diario al hijo del autor. 

--El ser humano tiende a olvidar aquello que le genera dolor. Los ejercicios de memoria deben ser permanentes para que no nos olvidemos que estas cosas pasaron, que no fueron errores, excesos, que fue un plan sistemático. Y son fundamentales para no retroceder en materia de derechos humanos la producción de contenidos vinculados a los hechos que hay que recordar, divulgarlos para que todos sepan que no debe volver a pasar estas cosas. La prevención del genocidio es una tarea no de argentina, sino del mundo. Nadie está exento de que vuelva una idea de ultraderecha.