Carlos Ruiz Encina es sociólogo y doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Chile, donde dirigió el Departamento de Sociología entre 2014-2018. Presidente de la Fundación Nodo XXI, centro de pensamiento ligado al Frente Amplio (FA), Ruiz Encima estuvo relacionado con la creación del partido y la formación de varias de sus figuras, entre ellas, el candidato presidencial Gabriel Boric. Es autor, entre otros libros, de De nuevo la sociedad (2015), La política en el neoliberalismo. Experiencias latinoamericanas (2019) y Octubre chileno. La irrupción de un nuevo pueblo (2020).
--¿Cuál es su lectura sobre el resultado de la primera vuelta?
--Algunos hemos expresado varias semanas antes de la elección mucha preocupación porque existía una suerte de exitismo; cierta idea de que teníamos la sartén por el mango en términos de las transformaciones que podían venir hacia adelante. Esto, no solo en relación a la elección presidencial, sino también a la elección parlamentaria que fue adversa y al propio proceso de desarrollo de la llamada Convención Constituyente, que no se le puede llamar Asamblea Constituyente. La izquierda subvaloró la capacidad de obstrucción conservadora que hay en el país. No se puede ignorar el dato de que en Chile tenemos la derecha más orgánica de América Latina. Por lo tanto, si se ha levantado “un nuevo pueblo”, como yo le llamaba, el choque es sumamente polarizado con un sector que también está muy organizado para resistir. Hubo una campaña sistemática de los medios de comunicación en contra de la legitimidad del proceso constituyente. En Chile tenemos un duopolio, dos grandes empresas que controlan todos los medios. Esto en relación al proceso de transformación. Por otro lado, y al mismo tiempo, no se leyó con suficiente atención --sobre todo en la izquierda y en el Frente Amplio (FA)-- lo que había ocurrido en la primaria de la derecha. Nos quedamos muy prendidos con lo que había ocurrido en nuestra primaria, que fue muy exitosa y que tuvo una enorme participación, pero no miramos a la otra vereda y eso fue un error.
--¿En qué sentido lo fue?
--Se subvaloró la capacidad de resistencia y de obstrucción conservadora de los procesos de transformación y se cayó en una lectura errónea --y eso fue una polémica que se armó el mismo 25 de octubre cuando fue el resultado del plebiscito y se inauguró el proceso constituyente-- de ese 80/20, por ponerlo en números redondos. No se trataba de un 80% de izquierda contra un 20% de derecha. Hay una derecha que tenía una capacidad de crecer por fuera de ese 20%. Recuerdo una discusión que tuvimos hace años a propósito de una gran marcha en contra de las administradoras de fondos de pensiones (AFP) que hay en Chile. Marchó un millón y medio de personas, pero eso no quiere decir que sea un millón y medio de personas de izquierda. Primero, hay mucha gente que no va a votar. Segundo, hay mucha gente que aunque sea de derecha no soporta lo que significa ese sistema de pensiones. Y por supuesto, hay mucha gente de izquierda que está por los cambios.
--¿Qué explica la baja participación electoral de los jóvenes, luego de las masivas movilizaciones de octubre de 2019?
--La baja participación también puede explicar el resultado de la primera vuelta. Volvimos a tasas de participación electoral en la línea en que venían cayendo, como producto del abismo que había entre política y sociedad. La participación de la juventud popular venía cayendo sistemáticamente desde 1988, cuando el plebiscito del “sí” y del “no” inaugura la transición a la democracia; cae incluso más allá de la explicación reduccionista del cambio del voto obligatorio al voto voluntario en 2012. La juventud popular no está votando, o lo está haciendo en un nivel muy bajo, y es la gran protagonista de la revuelta del 18 de octubre de 2019. Hace mucho tiempo se viene arrastrando el siguiente dato, que se ignora sistemáticamente desde la prensa, y es la inexistencia de mayorías políticas sustantivas. Dicho de otro modo, se sigue leyendo en clave años ‘90, donde estaban esos dos grandes conglomerados que lo negociaban todo y tenían una capacidad de dominación y de control social muy efectivas. Se sigue leyendo así cuando ya el gobierno de Michelle Bachelet salió con el 24,6% o 24,8% del total del electorado, es decir, menos de un cuarto. Ya no hay grandes respaldos políticos. Es sumamente complejo que el sector que fue el principal protagonista de la revuelta social no se esté expresando. Los indicadores sociales pospandemia están mucho más complicados, peores que como estaban el 18 de octubre cuando esto estalló. Y esto es sumamente peligroso porque los elementos que condujeron a esa revuelta están absolutamente latentes e inclusive más complejos. La posibilidad de abrirle un camino institucional de expresión a través de una deliberación racional a esas demandas de ese nuevo pueblo corre el riesgo de chocar con esta obstrucción conservadora en un proceso que puede ser más prolongado de inestabilidad política.
--¿Qué dilemas se abren de cara a la segunda vuelta? ¿Qué sucede con los votos del centro del espectro?
--El dilema que se abre para ambas figuras es si se da la disputa del voto del centro o se busca movilizar por fuera a sectores que no participaron, que representan más del 50%. En el caso de Boric tiene que ver sobre todo con la juventud popular. Si tomamos un gráfico de Santiago, por ejemplo, vemos que se registraron tasas de participación mucho más bajas en los sectores populares y tasas de participación altísimas en los sectores de altos ingresos. Ahí interviene otro fenómeno que es lo que los politólogos llaman “la disolución de lealtades políticas duras”. Es un tipo de elector volátil, participa en la primera vuelta y no en la segunda o tiene el voto cruzado, vota por el candidato parlamentario de tal conglomerado y vota por el candidato presidencial del otro conglomerado. No hay relación entre los votos que sacan los candidatos presidenciales de cierto conglomerado y los resultados que sacan los candidatos a parlamentarios. Esto habla de un voto muy volátil en términos de politicidad, y tiene que ver con este abismo entre política y sociedad. Esos jóvenes tienen motivos de sobra para desconfiar del sistema electoral, por lo tanto, nosotros tenemos que abordar esos motivos y enfrentarlos. Por consiguiente, esto no es una segunda vuelta que se resuelve solo con la geografía de partidos o alianzas para arriba, como si estuviésemos en los ‘90. Esos partidos, en la medida en que no hay lealtades políticas duras, no movilizan a electorados duros. Creo que hoy, más que despolitización, hay una suerte de apoliticismo, de no identificación.
--¿Cómo se interpreta ese voto volátil que usted señala en un escenario con dos candidatos tan diferentes?
--Nos estamos enfrentando en este momento a un ascenso, directamente diría, autoritario. Uno de los parlamentarios del partido de Kast planteó la ensoñación de abolir el voto femenino. El nivel de regresión democrática de la que se está hablando es muy fuerte. Esto no es Sebastián Piñera ni la Unión Demócrata Independiente (UDI) siquiera. Esto es de verdad una encarnación autoritaria que yo por lo menos he tratado de insistir y salir a decir de cara a toda la sociedad. Porque lo que está en riesgo aquí es el avance de la democracia; esto es un peligro de regresión. Lo que hay es una respuesta a un ascenso popular por parte de un sector muy conservador, muy organizado, con un nivel de articulación y de base social de adscripción muy fuerte y alta participación que se confronta con una demanda de transformaciones. Porque eso fue la gran marcha del 25 de octubre de 2019. La gran pregunta de ese plebiscito fue si la sociedad quería cambios o no. Que toda esa gente quisiera cambios no significa que fueran de izquierda. Acá no tenemos electores indecisos; lo que tenemos es una crisis de legitimación de la esfera política sobre todo que se generó desde la transición ante la cual todavía no se han podido protagonizar las transformaciones sustantivas. Hay que asumir esa crisis de legitimación de la política con un compromiso de transformaciones. Se está dando la Convención Constituyente, que es donde se pueden resolver parte de estos elementos. Ya se está tensionando bastante la discusión sobre el pasar a un régimen parlamentario, sobre todo de desmantelar el hiperpresidencialismo o el presidencialismo monárquico que dejó Augusto Pinochet en Chile. La que existe acá es una democracia absolutamente coartada. Todo eso fue deslegitimando la capacidad de transformación que tenía, por ejemplo, un parlamento. Las figuras que se proyectan desde el lado del intento transformador, sobre todo desde el Frente Amplio, son figuras que provienen de ese parlamento; de ese parlamento con el cual hay un bajo nivel de identificación. Las votaciones no son grandes votaciones, eso hay que asumirlo. Por lo tanto, es al revés, lo que queda es la tarea.
--¿Qué implicaría, por ejemplo?
--Enfrentar, por ejemplo, el poder incontrarrestable que tienen las inmobiliarias en Chile que hacen lo que quieren con la ciudad, arrasan patrimonio histórico, concentran la riqueza, etc. No hay capacidad de contraponerse a ese tipo de poderes en la sociedad. La política hasta ahora no ha sido capaz de aparecer como un espacio efectivo para esta juventud popular de oponerse a eso. Por ello la única expresión que ha tenido hasta ahora es la protesta. Pero estamos ante la oportunidad en este rato de acceder a la posibilidad de un gobierno que apoye el proceso constituyente, eso es muy relevante. Además, en un contexto en que se enfrenta a una derecha que hasta ahora no había asomado los dientes a ese nivel en los últimos treinta años. La UDI quedó chiquita al lado de esto. Hay una reivindicación abierta de las cuestiones de la dictadura.
--Hay quienes comparan la actual polarización con la de aquellos años. ¿Coincide con esa apreciación?
--Con la diferencia siguiente: aquel padrón electoral superaba los siete millones y tantos de inscriptos, o sea que ahí prácticamente votó todo el mundo, una confrontación en la que se metió casi toda la sociedad y el espectro político. Hoy es muy distinto; hoy votó menos de la mitad de la gente. El domingo 21 de noviembre la participación electoral fue de 47.3 por ciento, poco más de siete millones de personas habilitadas para votar se abstuvieron. Ahí está la gran duda, si el 19 de diciembre lo harán o no. Hace falta hablar claro frente al peligro que implica el avance de una derecha con estas características. Estamos a tiempo. Creo que la posibilidad la tenemos abierta; se trata principalmente de movilizar a esos sectores populares, al gran sujeto de esta transformación, al gran sujeto histórico. Esto no es una especie de élite de reemplazo. Y, por otro lado, es un esfuerzo que tenemos que hacer de cara a respaldar el proceso constituyente porque esa obstrucción conservadora también va a parar hacia allá. Ya tenemos un parlamento que se equilibró entre las dos cuestiones. Quien salga de presidente va a tener una dificultad de operación parlamentaria que ya está cantada, con fuerzas mucho más dispersas. Creo que este ciclo de reorganización política va a ser mucho más grande. En ese sentido hay una sociedad --más de la mitad de ella-- que, a diferencia de lo que fue el plebiscito del ‘88, tomó distancia de esta primera vuelta electoral. Eso tiene que ver más bien con la deslegitimación de la política, de la república, de la transición. De alguna manera estamos cargando ese estigma. Yo creo que ahí es donde se juega nuestro esfuerzo.
--En sus discursos de campaña, Boric y Kast tomaron distancia por sobreponer ideas de igualdad, en un caso, y de libertad, en otro. ¿Cómo se resuelve esta cuestión, siendo que hay grandes sectores que demandan las dos?
--Especialmente en Chile, la libertad que encarna esa derecha es una libertad mercantil. Es la posibilidad de elegir entre dos, tres, cuatro precios porque nosotros tenemos todas las fronteras abiertas, entonces aquí es donde primero llegan los inventos que se hacen en cualquier parte, el último celular, el último auto... Esa es la “libertad”. El problema es que estalló una demanda de libertad mucho más compleja: demandas por libertades sexuales, de género, juveniles... Además esas demandas fueron el origen de todo. Ahí es justo reconocer que tenemos un desafío como izquierda, sobre todo si nos planteamos la cara que traemos del siglo XX y que es necesario actualizar frente a esta sociedad del siglo XXI, que por lo general sacrificamos el tema de la libertad en nombre de la igualdad. El individuo actual no va a aceptar de ninguna manera esa igualdad, sobre todo de los llamados socialismos reales, a procesos de homogeneización forzada. Esa libertad se sacrificaba en nombre de una igualdad a ese precio. Dentro de la propia identidad que se generaba dentro de los partidos, las militancias, todos vestidos con los mismos colores, podías saber en qué parte de la marcha te tocaba. Hoy ya no es así.
--¿Cómo es hoy?
--Hay un proceso de individuación muy importante, e incluso se ha dado la discusión emancipatoria que no es contraria a la idea de multitud. Eso es algo que como izquierda nos cuesta aceptar; hemos tenido dificultad con el tema de la autonomía individual. Tenemos que tener en cuenta que estamos ante una sociedad más demandante que no va a aceptar esa vieja ensoñación de que los movimientos sociales son las correas de transmisión de las decisiones de partido. Hay una propensión a la participación y mucha demanda de protagonismo, no solo a través de una especie de estructura delegativa que tiene que ver mucho con el tema electoral, o sea, delegar en alguien “la voluntad de”, sino de que esa persona te asegure que va a participar dentro de un proceso de transformación. Es muy importante señalar a ese como el sujeto histórico de esta transformación y no quedarnos atorados en algunos elementos que son más bien de mejor administración. Esto plantea dilemas complejos porque hay que volver a resolver la ecuación entre igualdad y libertad.
--Dice que Chile necesita una refundación de la política y que Boric es quien puede encarnarla. ¿Por qué?
--Se trata de una refundación profundamente demandada en la sociedad; refundar los mecanismos a través de los cuales se procede a garantizar y ampliar la democracia, para que pueda reconocer e incorporar el procesamiento de otras demandas, de otros intereses, de otros conflictos sociales y culturales que en este momento son negados por la institucionalidad. Esa posibilidad, lo digo con mucha responsabilidad, la encarna Gabriel Boric, que conecta además siempre con mucha atención sobre las nuevas manifestaciones de esta nueva sociedad chilena transformada y los dilemas que se le planteaba a la izquierda desde antes de ser dirigente estudiantil.