"El título de esta muestra es preciso y ambiguo: alude al hallazgo y a la cita", escribe Daniel García en el texto de sala de su propia muestra individual, titulada Encuentro. La exposición, una puesta suntuosa y sutil que puede verse hasta fin de febrero (de martes a domingos de 9 a 13 y los viernes de 17 a 20), marcó el 15 de octubre la reapertura de las salas de arte contemporáneo del Museo de Arte Decorativo "Firma y Odilo Estevez" (San Lorenzo 753). El título se refiere a que las más de 30 pinturas del artista rosarino que integran la exhibición se "encuentran" en algunos espacios de las dos salas con piezas cerámicas y en otros materiales, como marfil o madera, pertenecientes a la colección de arte decorativo del Museo Estevez. Hay una vitrina de barroco tardío europeo y otra de objetos de la colección oriental, algunos de los cuales se exhiben además junto a algunas de las pinturas. Esto tensa un diálogo filosófico de semejanzas y diferencias entre las representaciones hiperrealistas que hace García de los jarrones orientales encontrados en sus búsquedas por internet, por un lado, y por otro sus equivalentes materiales adquiridos por los Estevez, que son su legado a la ciudad.
"Encuentro", en el sentido de hallazgo ("Yo no busco, encuentro", dice la célebre frase atribuida a Pablo Picasso), abarca dos modos de coleccionar, dos clases sociales. Habría un trabajador culto que hurga la red global buscando imágenes que son información, y que avanza en esa jungla guiado por la información, siempre virtual hasta que el objeto en cierto modo se materializa (en el caso concreto de Daniel García) a través de su copia hiperrealista virtuosamente pintada, fruto de un minucioso trabajo: no una copia, ni mucho menos una falsificación, sino un shanzei, un doble con espesor ontológico, un original por derecho propio y con marcas que lo individualizan. Este objeto precioso que es el cuadro ha surgido de aplicar un saber hacer a través del tiempo irreversible de la vida del artista (la hora de trabajo no es nunca menos que eso) y no de la adquisición onerosa de un original terminado y preexistente, encontrado en algún viaje material, físico, hoy diríamos: presencial. La alquimia de la creación de valor por un artista, que se deja la vida en ello pintando, dialoga aquí de igual a igual con los tesoros de una fortuna que se fue gastando en cosas bellas; la "cita" es una amena charla entre dos diversas fragancias de la acumulación y de la pérdida. Reabrir así un museo hacia el final de la pandemia no sólo realza el valor conceptual de la pintura de García (perfeccionando una vertiente que ya venía practicando el Estevez: muestras de arte contemporáneo y piezas patrimoniales), sino que además, hoy, da a ver y pensar algo de lo que ha cambiado en nuestra relación con los bienes culturales bajo el monopolio transitorio de la virtualidad.
Un cuadro puede parecerse a una pantalla donde se abre otra pantalla y así hasta el infinito; algo de ese vértigo y de esa distancia, algo de ese juego de cajas chinas toma forma en la serie inédita de obras en pequeño formato que Daniel García despliega por toda la sala principal. Distancia y duelo: una serie tal de mediaciones y de ficciones se abre entre la pared, el marco real y el marco pintado, que el cuadrito adentro del cuadro se ve remoto, distante en el tiempo, atrapado definitivamente en el pasado. Y la ficción de pared donde cuelga el cuadro de ficción, en contraste con el lujo o la austeridad de la pared actual (hay dos salas: suntuosa la roja; exótica y fúnebre la blanca), se presenta como un empapelado antiguo, es decir, como otra representación remota del pasado; una doble clausura, una melancolía sin retorno. Si el jarrón hiperrealista parecía salirse del plano para igualar a su doble presencial, estas obras pequeñas son pura lejanía. ¿Y qué hay pintado en la pintura dentro de la pintura? ¿Cuáles son los "homenajes, citas e invenciones varias" que pueblan este "museo propio" o "colección privada" (como escribe el artista) que parece jugar por entre la colección pública del Museo Estevez?
Es preciso acercarse a ver esas miniaturas, que como camafeos o relicarios ejercen la melancólica paradoja de atesorar lo perdido. Algo del hechizo parece animarlos, en el sentido de una magia analógica donde la figurilla concentra la energía de la evocación.
Los espacios bidimensionales complejos siempre estuvieron presentes en la obra de Daniel García (Rosario, 1958), artista de importante y sostenida trayectoria nacional. Otro museo de la ciudad, el Castagnino, tiene en su colección un dibujo suyo, Tres agujeros en la máscara (1981, premio adquisición ese año en el XV Salón Anual de Artistas Plásticos Rosarinos). Allí también, desde allá, las ideas juegan con la forma.