“Esto es una fiesta, que no se olvide”, recordó Duki cuando entraba en la recta final del show. Y así fue. El músico urbano se presentó en la noche del domingo en un Movistar Arena colmado y empapado de espíritu adolescente. Su regreso a los escenarios con público presencial se produjo como parte del ciclo de recitales Fri Music, organizado por la marca de celulares cuyo nombre cuelga a las afueras del estadio. Por lo que la entrada era gratuita para los suscriptores que siguieran las instrucciones para adquirirlas. Si bien el álter ego de Mauro Lombardo lanzó este año dos discos de estudio cuyos conceptos sonoros en teoría son distintos, el recital sirvió para articular sendos repertorios en vivo y para poner a prueba su flamante espectáculo. Al igual que para presentar a su banda. Lo dijo el propio artista en una de sus tantas intervenciones. Luego de todos estos años en los que actuó en complicidad de un DJ, verlo en el rol de frontman le sentó muy bien.
Mientras que en el álbum Desde el fin del mundo destaca su veta más rockera, el EP Temporada de reggaetón lo encuentra incursionando en la cadencia caribeña. Aunque ésos fueron los ejes más sobresalientes del recital, Duki comenzó a las 21:30 su hora y cuarto de show invocando sus clásicos en clave de trap: género musical que lo tiene entre sus principales monarcas en la movida de habla hispana. Tras “Hello Corto”, hizo un single más de 2018, “Otro level”. Se mantuvo en ese plan con el tema que abre el repertorio de su segundo álbum, “Sudor y trabajo”, lo que luego derivó en una confesión pandémica: “Durante la cuarentena, viví una introspección rara. Me dije que tengo que transmitir alegría”. Entonces invitó a que se viviera ese recital a manera de festejo, y para ello desenfundó “Tumbando el club”, donde su flamante grupo, al que presentó a continuación como “Los Vengadores”, consiguió inyectarle un arrebato más furioso sin que esto mellara en la identidad de ese hit.
De la misma forma que lo hicieron Ca7riel, Wos o más recientemente Paco Amoroso, “Duko” se sumó al club de artistas urbanos locales que, en sintonía con lo que sucede en el resto del mundo, comprendieron el sinnúmero de posibilidades que le brindan al flow y la métrica apoyarse en un puñado de músicos. Nada más con la base rítmica que reclutó, el artista de 25 años tiene la garantía de un sonido y un show tan variopinto como balanceado. Aparte del baterista Andrés Vilanova (A.N.I.M.A.L. y Carajo) y el bajista Julián Montes (ATR Band y Marilina Bertoldi), el guitarrista Yesan (conocido por su trabajo en calidad de productor de Ysy A, Sara Hebe o el propio Duki) y el tecladista Asan completan este combo. Justo este último se puso al frente del micrófono en la canción “Luna”, donde hace las veces de cantante invitado. Secundada por “Hablamos mañana”, colaboración de Duki con el boricua Bad Bunny y el chileno Pablo Chill-E, y el dembow “En movimiento”.
A partir de ese momento, con advertencia previa sobre lo que se venía, el artista se enrumbó hacia el reggaetón. Tomó impulso con “Ley de atracción”, siguió con “Midtown”, aceleró con “Top 5”, bajo un cambio con “Yin Yang” y arremetió con “Unfollow”. En “Ticket” y “She Don’t Give a FO”, el juglar urbano regresó al trap. Uno, por cierto, de matiz melancólico. Lo que contrasta con su energía, intensidad y también con su impronta explosiva, ese motor que lo llevaba a moverse de un lado al otro del escenario. Sin embargo, a lo largo del recital, que tuvo en calidad de actos soportes las intervenciones de Falke y J Rei, Duki siempre intentó mostrarse cien por cien honesto. Si bien podrían pasar como un mero detalle o un simple recurso estético, las visuales patentaban un poco de su imaginario. Desde su gusto por el básquet hasta su reivindicación canábica, pasando por el “modo diablo” (los cuernitos de los que hizo una marca registrada) y su afición por los videojuegos y el 3D.
Aparte de futurista, de lo que da fe en su tema “Cascada (“Mami, vengo del futuro. Me dicen Marty McFly”), el trapero es un icono agradecido. Tantas veces le manifestó al público la deuda que tenía con éste por haber confiado en su música, que él mismo llegó a decir que quizá se ponía tedioso al dar las gracias. Lo que habla de su humildad y de su generosidad. “Esto es arte”, espetó ya casi en el cierre. “Puedo ir a Estados Unidos y tocar para 200 personas, por 10 mil dólares, pero yo quiero estar con mi gente. El amor del público argentino no tiene comparación”. Por eso hizo de esas 10 mil personas el mejor ingrediente de su show: bien fuera arengando cada trozo del estadio, regalándoles fotos, personalizando saludos o bajando al ras del piso. Precisamente ahí, después de dejar atrás temas del calibre de “Piensa en mí”, “Además de mí” y de “Malbec”, Duki terminó la última canción: “Goteo”. Metáfora de que lo mejor está por venir.