Con un hervidor en la mano y una cuchara en la otra, Nora Cortiñas y Pepa Noia, Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, junto a otras mujeres, piden que a los jueces los elija el pueblo. Es una de las fotos que puede verse en el libro de Paloma García, 2001 Fotografías (Grupo Editorial Sur) que se presentó esta semana en la Biblioteca Nacional.

“La documentación fotográfica pretende ser el personaje de este libro, una mirada que se desplaza por la historia reciente de la Argentina, más precisamente en el período comprendido entre diciembre del 2001 a junio del 2002. Y es allí donde entonces caben las preguntas: ¿Logramos ver lo que somos? ¿Qué nos ha pasado? ¿En qué nos hemos equivocado? ¿O será necesario vivirlo todo de nuevo?”, se pregunta la periodista y fotógrafa en este recorrido de imágenes que todavía duelen.

2001 Fotografías es un viaje por nuestra historia reciente, construido a partir de la mirada, dice Paloma. Es también una apuesta a mirarnos sin miedo, explica la fotógrafa, a través de un archivo fotográfico propio de más de 70 rollos que reconstruye aquellos días y semanas posteriores en un contexto signado por saqueos en 11 provincias, asesinatos, cientos de heridos y cinco presidentes en 12 días.

"Ponete limón en los ojos. Dale, ponete, que hay gases para rato", le dijo un colega fotógrafo, ese día de diciembre cuando el sol rajaba la tierra. La noche anterior, Paloma había llegado a Plaza de Mayo, caminando junto a vecinos de su barrio y de otros barrios porteños y del conurbano, impulsados por la fuerza de la indignación. “Nunca había podido comprar un motor para mi cámara Canon AE1; apenas si había adquirido un tele, que en esos días tenía en reparación. Sólo con un lente fijo de 50 mm, un gran angular y un puñado de rollos en blanco y negro (algunos chasis cargados con película vencida) enfrenté los hechos que sucedían en Plaza de Mayo ese 20 de diciembre que entraría en la historia de los argentinos y argentinas”, cuenta Paloma en el libro.

“Las fotos que logré esos días y los que siguieron también me resultaron contundentes y sorprendentes. Por la supremacía que tenía la urgencia por sobre lo que podríamos entender como importante a la hora de pensar o definir la foto, desde una decisión estética. Los gases invadían todo mi campo visual, y antes de fotografiar también había que ayudar a los que recibían los palos de los policías en la Plaza. "Vos lo viviste, no dejes que te la cuenten" fue la pro-puesta fundante que después nos agrupó a los fotógrafos y camarógrafos”, recuerda.

Cuando en la noche del 19 de diciembre de 2001, la gente salió de sus casas, y desafió el Estado de sitio, muchos entendieron que la mejor herramienta que tenían era su cámara y que tenía que estar puesta al servicio de lo que en ese momento bautizaron como "contrainformación": registrar la revuelta popular del lado de las barricadas.

“Teníamos la necesidad imperiosa de juntar nuestros registros. Hubo una volanteada en las propias cercanías de Plaza de Mayo, el papel que repartían decía que iba haber una reunión en Asociación Madres de Plaza de Mayo. No nos juntamos sólo periodistas o fotógrafos, sino también gente que venía trabajando hacía mucho tiempo en grupos de cine como Cine Insurgente, Contraimagen o el Ojo Obrero, había muchos cineastas de la facultad de Cine de Avellaneda, o de las propias carreras que había en la Universidad de las Madres. Cientos fuimos los participantes de las primeras reuniones”, cuenta Paloma.

Así se conformó aquella primera asamblea de Argentina Arde, y el nombre lo eligieron en homenaje a Tucumán Arde: “tuvimos el desparpajo de que no importaba el ángulo de la toma; las asas de la película; casi que ni siquiera la luz que todo lo dibuja en fotografía; nos importaba dar testimonio. Demostrar que ese día nos estaban mintiendo más que nunca y además nos estaban pegando duro”.

Esos días, las fotos reveladas en tiempos que ardían empapelaron las paredes del Cabildo. “No nos importaba como fotógrafos hacer una muestra de fotos en un lugar tradicional, nadie se lo planteaba, lo que nos planteábamos era hacer una devolución concreta en la calle, que era donde estábamos. Tomábamos las paredes del Cabildo y colgábamos las fotos de la manifestación”, recuerda Paloma.

En la comisión de foto hubo dos maestros fotógrafos que los ayudaron en el inicio: Carlos Saldi y Carlos Bosch (a quien Paloma dedica su libro, además de a su pequeña hija, Miranda). A la hora de decidir qué fotos entraban en la muestra callejera, eran absolutamente horizontales en sus decisiones: “cada une traía las fotos que había podido revelar y no nos preocupaba la calidad de una copia, nos importaba mostrar las fotos pronto. Al día siguiente un grupo partía con todo el material a hacer una muestra en un piquete o en una asamblea. Además del periódico de Argentina Arde, llegamos a tener otro exclusivamente de fotos. Lo vendíamos durante las marchas, los cacerolazos o las asambleas que se hacían en Parque Centenario donde confluían distintas asambleas barriales. Recaudábamos para poder asumir los costos de materiales fotográficos”, dice la fotógrafa.

Pero el trabajo no terminó el 20 de diciembre sino que siguieron hasta junio de 2002 registrando lo que hacían las asambleas barriales y el movimiento de empresas recuperadas. “El lema era 'que se vayan todos' y nosotres como colectivo tratábamos de retratar lo que el pueblo manifestándose parecía querer decir. Con esa urgencia revelábamos y copiábamos. La mirada era personal pero el trabajo era colectivo. A tal punto que cuando encontrábamos en alguna toma de un compañero o compañera la foto que nos daba el mensaje, no seguíamos buscando en nuestras propias tomas”, explica García.

“Las fotos de Paloma devuelven la imagen de ella misma en los acontecimientos, en una cercanía que no deja dudas acerca de su inmersión corporal en los hechos y junto a los sujetos, en un pacto pleno que aunó a la fotógrafa y a la militante del periodismo y la información. Y sus fotos nos acercan a todes a un conocimiento otro de aquellos días: sin golpes de efecto visual, emergen la crudeza y el heroísmo; los acontecimientos nos son mostrados desde una mirada que no es externa ni distante, sino partícipe. Se trata de un tipo de fotografías que portan la enorme virtud de no prestarse a la fácil manipulación, puesto que son pura autenticidad, sincero compromiso. Y que Paloma dejó reposar hasta hoy, cuando el tiempo y la distancia habilitan interpretarlas de múltiples maneras: como testimonio histórico, como manifestación personal-colectiva, como la obra de quien a lo largo de su trayectoria profesional estuvo siempre de un mismo lado, como gestos de un acercamiento siempre sensible”, dice Silvia Pérez Fernández, licenciada en Sociología y Doctora en Ciencias Sociales, en el prólogo de libro.

En palabras de la comunicadora: “En la organización de las imágenes para este libro, muchas de las tomas que sólo había visto en hojas de contactos y ahora visualizaba con negatoscopio y lupa, me devolvían la mirada de la mujer que soy y estuvo ahí. Ahora que miro, veo”.