La carrera literaria de Alejandro Hugolini (Rosario, 1965) es más bien una lenta caminata a paso firme que va desde lo más exterior a lo más íntimo. Su tercer libro, el primero de poesía, es el decimoséptimo de la colección Alfa de la Editorial Biblioteca Vigil. Viaje a la Luna es su título, que lo vincula con las lecturas de la niñez de su generación pero que va adquiriendo otros sentidos al correr de las páginas, apaisadas y cosidas con puntada al estilo japonés, artesanía que viene a cuento para el recuerdo que lo ilumina: la madre tejedora. Una laboriosa madre, casi de tango, es presentada en una serie de viñetas en verso que buscan recobrar la inocencia desde la experiencia y miden, no sin culpa, el abismo entre ambas: "Yo viajaba a la luna... Daba la vuelta al mundo/ en una sola tarde de patio. / Vos quebrabas tu espalda/ sobre la máquina de tejer". Este viaje es también el heroico descenso del poeta al mundo de los muertos, donde al menos la poesía y el recuerdo le habilitan volver a ver a su amada madre Beatriz. "El origen del libro está al final del 2017. Empecé a anotar frases, recuerdos, por el temor de olvidar. Parte de esas anotaciones, convertidas en contratapa, se publicaron en Rosario/12", contó el autor.

El trabajo de duelo posee ese mismo carácter de labor minuciosa, puntada a puntada, desplegada a lo largo de un tiempo que no puede abreviarse. Es destejer, más bien. En la contratapa que Hugolini menciona, titulada "Delete" y fechada el 10 de abril de 2018, hay muchos párrafos que luego tomaron forma de poema para el libro y otros que no, pero bien hubieran podido hacerlo. Por ejemplo este: "Abrir su computadora como un ladrón, separar las fotos y borrar todo lo demás. Revisar el Facebook y averiguar cómo dar de baja su cuenta. Usar las últimas vidas que me mandó en el Candy Crush". Una tarea de arqueología, más fina de lo que es posible en una reseña breve, permitiría comparar la prosa con los versos y observar la reescritura de un género a otro que Alejandro llevó a cabo bajo la guía de Julieta Lopérgolo, autora del prólogo e inspiradora del proyecto. "En 2019 empecé con la escritura de los poemas, luego de hallar un libro precioso de Julieta Lopérgolo, Para que exista esa isla", relató Hugolini. "Me encontré con ella y me alentó a escribir. De hecho, trabajamos un año en total, hasta mediados de 2020. De ese ida y vuelta entre Rosario y Montevideo nació el Viaje a la Luna", dijo. 

Son los detalles los que con más precisión dan cuenta de la ausencia. En este sentido, una obra maestra de la escritura del duelo es el poemario Xenia, de Eugenio Montale. Licenciado en Comunicación por la Universidad Nacional de Rosario y autor de notas sobre cine, Hugolini apela a los detalles y a la memoria en sus dos libros anteriores: la novela Llueve sobre los rieles (Rosario, Baltasara Editora, 2014) y la memoir La montaña y la noche (Rosario, Casagrande, 2020). Como narrador y también como poeta, Hugolini se mueve en el tiempo como si fuera un espacio, manejando el arte cinematográfico del racconto y el del montaje. Viaje a la Luna empieza a cerrarse con una escena luminosa de comienzo, cuya completud permite el adiós: la imaginada niñez de la madre, "allá en los años cincuenta/ cuando te decían/ la Negrita/ y el mundo/ estaba recién hecho".

Esa mujer que no fue sólo madre, que también pudo o quiso ser "una chica italiana", en el libro integra una galería ancestral. "La ansiedad de papá/ devoraba los caminos/ en un 404: / avisaba el viaje/ dos horas antes, / cruzaba cinco provincias/ en diez días, / fumaba tres paquetes diarios... Nosotros detrás/ como una bandera/ deshilachada". Antes aún, I nostri antenati (antepasados, literalmente los nacidos antes que nosotros) "no tenían más/ que la fuerza de sus brazos/ y el mandato/ de hacer hijos y patria/ y trabajar y morirse/ sin hacer ruido". El "nosotros" se recompone en el sereno poema final, el "aire" de una charla entre el nuevo padre y su hijo Francisco, continuador del linaje. No tan conmovedor pero igualmente fundamental es el linaje literario, que se va escribiendo al pie de los epígrafes: Leopoldo Marechal, Haroldo Conti, Vasco Pratolini, Rogelio Barufaldi. El contracanon, la biblioteca personal, el mapa de lecturas en los márgenes, no es sordo al prestigio histórico de la editorial que imprimió estas páginas. A diferencia de otras infancias narradas en poesía, la trama que aquí se teje va y viene entre la pequeña historia y la grande, entre los cuerpos mortales y la cultura que los trasciende. Cada imagen es ejemplar, y la banalidad no parece hallar sitio; lo tecno de un presente sin prehistoria que le dé espesor no parece materia digna de ser traducida a poema. Al final, el libro estremece. Al final, es la historia de muchos.