Horas después de haber cumplido 45, Jey Mammón baja las cortinas del living, aparta el teléfono celular un rato y mide sigilosamente los pasos de sus dos gatos. De lejos, asoma el Río de La Plata y cerca hay un piano y una rumba en ese piano, la melodía 2021 de un año tan frenético como la vida de un hit. Ese hit es su programa Los Mammones, que cada noche en América reúne a músicos y afines y logra recortarse en una pantalla cuya materia prima es bien otra.
Músico sobre todo, actor y comediante, conductor y entrevistador, Jey se fue hace rato de la casa de sus padres para emprender una gira por la noche gay de Buenos Aires. En este mediodía caluroso y somnoliento, se recuerda caminando por la avenida Santa Fe sin rumbo fijo y se recuerda sin amigos “entendidos”. Se recuerda firme en el deseo de convertirse en centro de una escena que no lo distrae ni lo confunde y se define “muy sexual”, pese a que el rating, los mensajes y las redes sociales hoy no le traigan otras propuestas de encuentros que no sean las de “muchos interesados del interior”: “Y… no me voy a ir hasta Entre Ríos para estar con vos una noche” bromea.
En el pasado hay temporadas en Carlos Paz, lugares en paneles de tv y espectáculos solistas de todo tipo y tamaño. Un jingle dedicado a Moria y varios concursos de Tinelli. SOY llega en un momento de versiones varias sobre el futuro de quien dejó la cama deshecha y respira a fondo ante tanta presión.
¿Te sentís protagonista?
-No me siento protagonista. Siento que fue un año realmente especial para mí; un año bisagra, con lo mejor y lo peor. Empezó con la pérdida de mi viejo y con el inicio de algo que me marcó, como un despegue. Pero básicamente, más allá de lo que se ve para afuera, hay algo interno… se abrió un piano ¿viste? Yo recuerdo cuando hace cinco años arranqué terapia con una terapeuta que no conoce a nadie del medio y que me preguntó a qué me dedicaba. Yo le respondí: “Soy músico”. Ella siempre me lo recuerda, porque la historia cuenta que mi viejo tocaba el piano y mi abuelo se lo cerró con llave y lo mandó a la facultad. Entonces, no fue casual que cuando él muere, se abra el piano. Fue como un renacer. Y esto de trabajar con músicos en la tele, con un tratamiento de ellos hacia mí de pares… me hablaban desde un lugar que yo nunca había encontrado, al que nunca sentí pertenecer.
Como un desbloqueo en la historia familiar…
-Sí. Y es ahí en donde trasciende lo profesional y esta cosa del ADN.
Un acto de justicia familiar.
-¿Sabés que sí? Sí. Justicia familiar. De hecho yo a él se lo llegué a decir. Él estaba en terapia intensiva, no tenía ningún tipo de reacción y le dije -sin saber que se iba abrir el piano ni nada-: “Voy a tener mi programa, pero no Estelita, lo voy a tener yo”. Y él se movió… esas reacciones de terapia intensiva que son inexplicables y a la vez son totalmente explicables.
De hecho, dejaste descansar a Estelita que siempre fue como tu alter ego transformista, con algo del orden de lo drag…
-Sí. Yo recién este año entendí que Estelita es una drag queen.
¿Antes era sólo un recurso?
-Sí, quizás un recurso para expresarme. Respeto mucho a quienes hacen drag, entonces, no la definía así. Yo vivía en el barrio del Once y fui a buscar una peluca de canecalón y dos o tres cosas de cotillón nomás porque no hice ni siquiera el más mínimo esfuerzo de composición. Hablo de ella en tercera persona porque tiene vida propia. Recuerdo por ejemplo que ella vivió un año nuevo en un boliche en el que yo creo que no estuve. Ella era mucho más que yo. A veces pienso que Estelita conoció gente que yo no conocí. Y ahora sí creo que definitivamente es también una drag queen.
No deja de ser sintomático que hayas abandonado al personaje y seas ahora mucho más parecido a vos.
-Hay una frase de Mirtha [Legrand] que me gusta: “Me gusta este Jey sin peluca”, porque hasta por los anteojos negros hacer de ella era como estar atrás de un paredón, escondido… por si viene algún disparo.
Me pregunto hasta dónde tendrá que ver todo esto con nuestros clósets…
-Tiene todo que ver para mí, porque estamos acostumbrados a vivir en esta necesidad de aceptación total, lo que además es un círculo vicioso que no tiene fin. La aceptación total no aparece nunca… y entonces, me saco la peluca… a la mierda, ya está… y la familia también empieza a terminar de aceptar cuando ve que el afuera acepta. Es muy loco eso también.
Y en otros niveles… ¿te sentís mucho más integrado que antes?
-Creo que esa es la palabra: es una sensación de mayor aceptación. Y también decís “¡Qué bueno no agradarle a ciertas personas! ¡Qué interesante saber que no te guste mi humor o mi música!”.
Sos gay, estás fuera del armario y tenés tu propio programa en horario central. Más allá de la ridiculez o no del horario central hoy, en la televisión tradicional hay todavía muchos que no hablan abiertamente de su orientación sexual.
-Sí, y hay momentos muy puntuales en donde a veces lo expreso y yo soy muy consciente también de que me miran… no sé, por ejemplo… en el piso, en el estudio, algunos me miran como diciendo… no me llegan a terminar de entender… por ejemplo haciendo el chivo de un pañal… teniendo un pañal en la mano. Yo a veces freno y digo “No puedo creer lo que está pasando”.
Vos además no estás casado, ni tenés un novio formal…
-No, claro. No hace mucho tiempo me han dicho, desde agencias de marketing digital y esas cosas: “En los focus groups vos no calificás porque sos gay, estás solo, sos grande... o sea, todo mal”. Entonces, es el hecho de estar ahora frente a “esta conquista” entre ochocientas comillas... Ver cómo todo eso se cae a pedazos, afortunadamente. Una persona del mundo de la diversidad con un pañal en la mano. Es otro momento de la historia, pero a la vez no, porque tampoco es que hay tantas personas de la diversidad ocupando estos espacios y también hay mucho careta. La gente que mira televisión es de nuestra generación, incluso generaciones más adultas, que son las que más trabajo tienen que hacer todavía para poder entender o adaptarse a los nuevos tiempos. Y ahí es donde más valor tiene todavía lo que está pasando, porque lo veo en la evolución de la gente. Es una celebración diaria.
El pañal en la mano y la cara en otra parte: Jey mira para un costado y detiene su relato. Es evidente que lo toman por asalto varias imágenes y así, empieza a llorar. La primera lágrima lo lleva hasta la última Marcha del Orgullo, el pasado 6 de noviembre. Un sábado único en su historia. Mira de vuelta hacia el grabador y dice: “¡Qué emoción! ¡Qué paz!”.
¿Qué te pasó ahí?
-Recibí mucha gratitud. Y por ahí venían y me decían a “Subite a una carroza”, y no. Yo la hice caminando.
Vos ahora tenés tu carroza diaria, claro, ¿para qué subirte a otra no? De todas maneras, no te deben haber dejado en paz.
-No me dejaron en paz y me encantó que no me dejaran en paz. Yo fui a celebrar lo que nos está pasando, porque a mí no me está pasando algo individualmente este año. Cada noche yo siento que estamos celebrando algo todos juntos.
Como lo que pasa en tu programa con los besos, las chapadas que te das con hombres muy deseados como Leo Sbaraglia, o esa suerte de “novela” ya con Mariano Martínez… De hecho, casi no hay personaje que no quiera ir y chapar con vos.
-No lo pensé pero sí, hay algo que sucede que no se explica. El otro día vino Luciano Cáceres y me dijo “¿Y qué? ¿No nos vamos a besar?”. O Eva De Dominici, que me dijo lo mismo. Y es cierto, casi nadie no quiere venir.
Creo que a otro conductor no le hubiera pasado.
-Lo hubiesen hecho desde otro lugar, como eran hace muchísimos años los besos que se daban Horacio Fontova como Sonia Braguetti en Peor es nada, con Jorge Guinzburg. Y es muy loco porque el otro día con Julio Bocca fue distinto por ejemplo. Son dos mensajes distintos, me parece, porque lo de Julio fue tipo: “¿A donde terminó esto?”. Me parece que la fotografía está buena. El invitado está celebrando también y el televidente está celebrando, porque los que comentan en las redes sociales o en la calle lo festejan. Y creo que al celebrar el beso están celebrando otras cosas.
A la marcha, como a tantas otras farras de estos últimos años, Jey Mammón fue con su grupo de amigos gays, los que días atrás, en la multifamosa y concurridísima fiesta de cumpleaños que organizó en el Club de Pescadores, ocupaban una mesa silenciosa y distinta. Afectos sin afectación que en breve se lo llevan de vacaciones “a la realidad”.
Tu grupo de amigos es desde hace mucho tiempo el mismo, ¿qué son en tu vida?
-Curiosamente los conocí haciendo una especie de radio por Internet hace muchos años y fueron los primeros oyentes de eso. Fue mi manera de conectarme, porque cuando yo arranqué -como si ser puto fuera una profesión- no había Internet. Yo no tenía vínculos, ni socializaba. Yo salí a patear la calle, a caminar de noche. Mi vieja me preguntaba dónde iba y yo sólo le decía “Salgo”. E iba al boliche “Angel’s”, que cuando lo demolieron se me cayó una lágrima. Ahí conocí gente pero los veía ahí y los volvía a ver al sábado siguiente, nada más. Eso cambió cuando me mudé solo. Y ahí es donde conocí a un par, porque hice una fiesta con los que escuchaban el programa. Es con ellos con quienes me voy a ir de vacaciones ahora y es con ellos donde tengo un cable a tierra.
A propósito de los afectos, hace algunos años formalizaste una relación…
-Sí, estoy agradecido de haber podido tener esa relación en la que involucré a la familia. Hubo convivencia incluso. Y ahí vuelvo a la figura de Roque, mi viejo, en el sentido de que él haya podido ser parte de eso también. Me parece que estuvo buenísimo. Entonces, si sucede, bienvenido sea. Ahora no me pasa pero sí me pasa que me llegan mensajes de personas que viven lejos, en las provincias e incluso en otros países. Yo estoy odiado por esa cosa…
Como si tuvieras que salir de gira para concretar…
-Claro, y no lo voy a hacer.
Contaste ya en varias ocasiones tu anécdota con Jorge Bergoglio, que te recordó que “todos los homosexuales van al infierno”, y te has referido en varias ocasiones a tu pasado de catequista, tu vida parroquial. ¿Quién es dios para vos hoy? ¿Hay un dios en vos?
-Siento que cuando yo transité la religión, no era una persona espiritual, vivía una virtualidad. Y hoy siento que soy una persona espiritual y una persona que siente que existe algo y me parece muy soberbio ponerle un nombre. Esa seguridad de lo espiritual es, por ejemplo, lo que me pasó con mi viejo: recibo señales todo el tiempo. Siento que evolucionó mi espiritualidad. El otro día discutí con mi vieja y era loco porque ella parecía la escéptica y yo el creyente. Es mi evolución en esto.
¿Y tu dios marica? ¿Quién fue?
-No tengo un referente. Es una conjunción. Me vino una anécdota a la cabeza que es haberme cruzado hace mucho tiempo a Juan Castro, no porque él haya sido mi dios, pero me acuerdo de que me lo crucé en una entrega de Premios Clarín… No sé por qué yo estaba ahí… creo que de cholula… dando vueltas. Y le pregunté: “¿Por dónde se empieza, Juan?”. Y él me dijo “Por un amigo”. Y así es que yo empecé por un amigo. Y por varios. Yo no encontré un referente pero Juan Castro creo que fue el primero que abrió la puerta para ir a jugar.