Get Back es una voz inglesa que, según los casos, traduce la acción, la orden o la indicación de volver. También significa recobrar o recuperar. Get Back es el nombre de una canción de Los Beatles. Y Get Back es también el título de un documental que muestra a la banda en chancletas, como se dice en el barrio, componiendo, ensayando, charlando, bromeando, discutiendo. Cada Uno con su estilo, su impronta, con su síntoma.

¿Get Back? No, no, yo no quería volver, recuperar o recobrar. Era demasiado. Tal como le ocurre a muchísimas personas, Los Beatles son demasiado para mí. Recorren mi infancia y mi adolescencia de principio a fin. La primera vez que los escuché fue en la tele cuando tenía ocho años, y a partir de ahí se me instalaron en el alma. She loves Yeah, Yeah, Yeah supo cantarle a ese chico la alegría del amor; pero when I saw her standing there fue el delirio. Un misterio hecho fuerza, frescura, éxtasis, suspiros, ese algo inexplicable que parecía salirles tan fácil. Una música que estábamos esperando sin saberlo: un acontecimiento que a cada Uno le pegó tan parecido. Y tan distinto.

No quiero abundar en esto. Somos cientos de millones los que hemos delirado con Los Beatles. Como canta Charly: me escapé sin pensar/Escuché a los Beatles/Y me fui a buscar la soledad/Y vos también estabas verde. En mi caso fue exactamente así: Reverde. Para escapar de un amor, viajé a Inglaterra solo y sólo por los Beatles. Me quedé un año, la excusa era aprender inglés. En realidad quería conocer el lugar donde había surgido esa música. Al recorrer el norte de la isla recogí testimonios en los pueblos y ciudades que ellos visitaban en sus giras. “No lo podía creer”, me dijo un hombre ya grande. “Fui a buscar a mi hija al club donde tocaban y se movía todo el edificio”. Si, si, en realidad se movía todo el planeta. A muchos, muchísimos, nos pasó eso: escuchamos a Los Beatles y después fue como ir a buscar lo imposible “hasta confesar que si eso fracasa, es para cada Uno”, como bien apunta Lacan.

No quería ver el documental, los Beatles son demasiado. Mi adolescencia, las ilusiones, el primer amor, la decepción, la represión en el colegio. En esa escuela secundaria donde -como canta Charly- siempre el miedo fue tonto y –salvo excepciones- nadie se animó a decir una verdad, usar el pelo largo era sinónimo de rebelión, de dignidad. En un país gobernado por una runfla de milicos, el Sargent Pepper Lonely´s Heart Club Band era como dibujarle una sonrisa a esa sociedad acallada que sin embargo bullía por dentro. Es raro lo que nos pasa a quienes habitamos la periferia del hemisferio Sur. Una música que llega del centro del imperio se te mete junto a los ideales, la rebelión, las ganas de luchar por un mundo mejor. A mí Let it be se me junta con el Cordobazo, con las marchas, con Perón Vuelve. Get Back!

Y entonces sí. Imposible evitarlo. Claro, ahí estoy. Con mi síntoma frente a la pantalla. Y nada de lo temido acontece. Ver a esos cuatro tipos poniendo garra para hacer algo digno de su recorrido me aliviana, me reconcilia con algo de mí. Escucharlos reír, disfrutar o padecer sus miserias para luego hacer esa música increíble los vuelve aún más enormes. Es igual pero distinto. Sí, sí, quizás crecí, crecimos. Sí, quizás estoy, estamos, menos fetichistas.

De hecho, para mí Los Beatles siempre fueron como la mujer imposible: When I saw her standing there, ese suspiro por lo inaccesible que te acaricia para luego siempre irse. Hoy es igual. Pero distinto. Los Beatles son la mujer que me habita, la mujer que amo en mí. Algo inaccesible y propio que ya no me teme. Como cantar una tarde cualquiera en la terraza. Get back.

*Psicoanalista.