“Cuando te leen el amor en los ojos, perdés. Pero el poker es lo de menos: perdés en todo”. Y Elías lo sabe, por eso es uno de los hombres más temidos en la escena del poker y el gambling mundial. Un sicario, eso es Elías. Más conocido como el Polaco, su única moral pareciera ser la de ajustar cuentas y cobrar en término las deudas por juego. También tiene maneras muy particulares de divertirse, por no decir perversas. La violencia no es sólo una parte constitutiva de Elías, está en su ADN; desentrañar el origen y los motivos por los cuales el Polaco terminó siendo lo que es y llegará a ser –uno siempre termina pareciéndose a lo que hace– será fundamental en El ejercicio de Perder, esta extraordinaria novela de Haidu Kowski.
“Desde siempre estuve obsesionado con el cruce de historias, posibles o imposibles, y en El ejercicio de perder me ubiqué en la infancia de un niño que crece en el barrio de Boedo desmembrado por la expropiación del Viejo Gasómetro y la crucé con un Casino de lujo en Punta del Este, una sobreviviente del Holocausto con un sicario que deviene en coach, y la llegada del Juan Pablo Segundo con la locura que dejó las expropiaciones de las casas que quedaban en el trazo del autopista, justo el camino del Papa cuando llegó a la ciudad por primera vez. Debajo de aquella autopista se generó un gran baldío que fue hogar, parque de diversiones y basurero de una época. Amigos desalojados, reubicados, gente que nunca más volvimos a ver, medianeras a la vista, linyeras en casas de cartón y la presencia tan profunda de lo ausente”, dice Haidu Kowski. Y agrega: “Otra obsesión que me cruza viene de la educación que tuve, asociada a un dolor celular, un dolor comprensible, pero que no me pertenecía. El Polaquito es criado por su abuela sobreviviente del Holocausto, es decir que es educado sabiendo que en cualquier momento pueden llegar los nazis y van a tener que irse, volver a escapar, una y otra vez, hasta el infinito”.
Escapando también es como siente el autor de Cartas de un psicópata enamorado (2015) e Instrucciones para robar supermercados (2017), entre otros libros, que llegó a la literatura. “Escapando, sí, pero la decisión de quedarme fue natural. Luego de una serie de infortunios en plena adolescencia, el último, sufrir un accidente que me dejó postrado por seis meses, me llevó a la lectura, a la urgente, a leer todo lo que no había leído antes. Entre inyecciones de derivados de morfina para atenuar el dolor solo me rescataba leer. Apenas me recuperé emprendí un viaje a países donde el castellano era solo conocido por Maradona y el que era en aquel entonces el presidente de la convertibilidad. En aquellos paisajes de dunas y de cielos rojos empecé a escribir. Lo que fuera, lo que sea. Era época de anotadores, de páginas perdidas, de servilletas. Primero fue un diario de viaje del desierto, poemas, pequeños cuentos y anécdotas. Ya en aquel entonces, sin llegar a comprender por qué, sabía que el cinismo y el humor iban a dominar mis textos. En relación a esto último, esa búsqueda del extremo lleva a un diálogo con cierto tipo de lectores, hay una comunicación telepática, entiendo que ocurre, me lo hacen saber, ellos también andan buscando un sentido, igual que mis personajes buscan un sentido a las cosas a través de la prueba y el error, casi siempre el error que deja de serlo y deviene en humor, el chiste que te arranca la risa, pero sin conciencia, la risa de lo políticamente incorrecto, una risa cínica, real. Escuché decir que la literatura que entretiene no es literatura. Yo intento ser amable con el lector, narro la parodia de la vida misma, lo incómodo son las conexiones que se hacen de manera personal, el contexto hace imposible o no digerir la propia realidad. La literatura como rigor técnico, inventiva y compasión”.
El humor en Haidu Kowski, que nace de un realismo exacerbado y genera esa complicidad tan particular con el lector, no es otra cosa que un paliativo para la tragedia que hay de fondo. Estructurada con dos tramas paralelas, El ejercicio de perder cuenta por un lado las zonas más oscuras y disparatadas que hay en el universo del poker donde el Polaco tiene que cuidar sus propios intereses en compañía de Aura, una joven mujer, personaje de lo más logrado de la novela, víctima y victimario a un mismo tiempo, mientras que por el otro está la génesis del comportamiento de Elías, un niño al principio travieso, luego ya incontrolable y con un sesgo de maldad tan puro como puede resultar de la naturaleza propia de un huracán, su poder devastador. Sólo que para entenderlo así primero habrá que adentrarse en lo más íntimo de la familia del pequeño Elías, entre paranoias y disputas con vecinos que arreglan todo a las piñas y un accidente fatal, surge lo más precioso y original que tiene la novela, una zona en la que Haidu Kowski logra generar un desvío argumental a partir de un segundo desdoblamiento que nace de la relación que tiene Elías con su Bobe, una anciana sobreviviente del holocausto que ve en su nieto a Eliahu, su hermanito menor que murió en Polonía. “Mi hermanito era muy parecido a vos. Pero no un poco: sos igual, idéntico”, le dirá su Bobe. “Ahora mismo que me mirás sin entender, sos vos, hermanito. Con lo que me costó olvidarme de la familia, con lo que me cuesta despertarme cada mañana y soñar que en realidad nunca existieron, que nunca se mataron así, de esa manera tan cruel , yo no lo puedo entender… Siento que todo fue una pesadilla… pero te veo y sos él, y él, vos. Porque sos vos, te acordás, Eliahu, cuando jugábamos en el barranco, cuando llovía y nos llenábamos de barro y volvíamos a casa y la mamo se enojaba, ¿te acordás cuando de noche prendíamos la vela y leíamos el libro de la Haskalá que habíamos robado al dziadek?”
Tensar el género realista hasta quebrarlo como un modo de dar cuenta de lo terriblemente compleja que es la realidad y sus dimensiones es lo que logra Haidu Kowski en El ejercicio de perder, novela inolvidable.
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