El propósito de una reflexión acerca de lo político --que supo ser contemporánea del psicoanálisis-- fue espinoso. A diferencia del momento actual, en los noventa padecíamos la oscuridad de un mundo que había clausurado sus preguntas en torno al devenir de sus destinos posibles. Eran épocas del llamado discurso único, del ‘fin de la historia’ y el ‘fin de las ideologías’.

El punto de partida de los trabajos que articulan psicoanálisis y política  de ese momento histórico surgió de una exasperada urgencia por rebasar ese impasse, ya que el mismo nos dejaba sumidos en una insoportable miseria subjetiva.

Llevó todo un esfuerzo intentar reabrir la reflexión acerca de la sutura de un pensamiento sobre lo político y los efectos de la misma en el tejido social, de lo que nuestra clínica daba testimonio.

Cierta pulsación del espíritu de época de los años 90 es necesaria para comprender que se requería de un enérgico empuje para atravesar la persistente deslegitimación de lo político, de su pensamiento y su apuesta.

Esta ausencia de horizontes en cuanto a la posibilidad de pensar la dimensión política, su clausura, producía la insoportable sensación de que, a la vida, a su causa, le faltaba algo cardinal, esencial, algo quedaba mancado; ese cierre no dejaba de producir un efecto de penosa deriva que generaba la perspectiva de un mundo yermo. Desde este punto de vista, consideramos que la fuerza de los estallidos del 19 y 20 de diciembre del 2001 precisan de ser leídos a partir de una configuración múltiple en la que se cruzaron por lo menos dos ejes. 

Un eje coyuntural, agudo, en el que acuciaba una situación de miseria, “corralito” y el asesinato a mansalva de más de 30 personas en la Plaza de Mayo, el Congreso y alrededores, durante el final del gobierno de Fernando de la Rúa. 

El otro eje se articula con un largo tiempo de parálisis de la sociedad en su conjunto, capturada en el discurso hegemónico, que dictaminaba acerca de la inutilidad de intentar cualquier cambio de rumbo en los destinos regidos por los cánones del neoliberalismo. Estos tenían el efecto de una sentencia que se erigía como inamovible. Dicha sentencia se constituyó en un imperativo que aletargó sueños y deseos, que quedaron en estado larvario, Lacan podría decir en “souffrance”, aguantados, creciendo subterráneamente, inadvertidos; pero los sueños insepultos alguna vez despiertan con la urgencia de haber soportado penosos años en latencia, sofocados, años de creer que ya no había lugar en este mundo para volver a desear incidir sobre los destinos posibles. 

Esta urgencia enmudecida y acumulada por tan largo tiempo creemos que fue ese otro eje que se cruzó con el primero, el agudo, produciéndose una alquimia explosiva que incidió en que fuera tan masiva y extendida la reacción de una gran mayoría de la sociedad de retomar un estado activo, una necesidad de recuperarse de un lugar de resto, que era el lugar que el discurso vigente tenía reservado para los sujetos. Surgió la prisa por revocar ese tabú y volver a tomar parte en las decisiones de la polis, como lo demostraron la efusión de asambleas e iniciativas comunitarias, más allá del enunciado “que se vayan todos”. 

Había un hambre atrasado, no solo de comida, sino de recuperar el valor de ese pedazo de subjetividad vibrante que se enlaza a la participación en los destinos comunes, eso que había sido denostado y menospreciado con el mote de “setentista” para quien osara pensar algo más allá de los dictados del mercado. Salir de una posición de objeto, ser sujetos de alguna apuesta.

Este fue el gran viraje de los acontecimientos del 19 y 20, la restitución de la política.

Cintia Ini es psicoanalista. Fragmento del libro "Psicoanálisis Poética Política. Dimensiones del acto". Editorial Cascada de letras.