La potencia de los cuerpos en las calles. El 19 y 20 de diciembre de 2001, fueron miles, millones, las personas que se congregaron en todo el país. La represión a las Madres en su plaza de Mayo, la declaración del estado de sitio, las balas policiales que mataban a pibxs en todo el país, encendieron una rebelión que venía tramándose en miles de espacios colectivos, en piquetes, frentes de jubilados, centros de estudiantes. Suele contárselo como un acontecimiento espontáneo, y en cierto modo lo fue, tanto como el del 3 de junio de 2015. Nunca un movimiento masivo surge porque sí. Ríos subterráneos de resistencias y tramas colectivas desbordaron su cauce hace dos décadas, y continuaron en las asambleas, las fábricas recuperadas, los movimientos de trabajadores desocupados (en masculino). Bastaba verlas en las calles: la mayoría eran mujeres. Sostenían el piquete y también las ollas. La creatividad bullía: entre la multitud obrera, desocupada, precarizada (¿quién puede olvidar a los motoqueros?) había fotógrafes, artistas, periodistas, que eran parte de esa movilización. ¿Cuánto de aquél movimiento horizontal quedó reverberando en los Encuentros (Plurinacionales) de Mujeres (lesbianas, travestis, trans, bisexuales, no binaries)? En Salta, en 2002, y en Rosario, en 2003, las compañeras de las organizaciones sociales fueron muchísimas. En Rosario, algunas se pusieron el pañuelo verde que se estrenaba en la marcha de cierre y transversalizaron un reclamo que hasta entonces había estado confinado a espacios “feministas”. Algunas fueron a la primera Asamblea por el Aborto que se hizo también en Rosario, y hasta tomaron la palabra para contar sus experiencias. ¿Cómo se dieron esos cruces que generaron el masivo feminismo popular en la Argentina? Cuando algunas voces quieren reducir el feminismo a una moda, a una experiencia de cenáculo, allá están las feministas argentinas en un movimiento heterogéneo, multiclasista y, por ende, atravesado por tensiones, para hacerse cargo de una historia que les pertenece.
“El 19 fue más que nada el día de los saqueos. Yo en ese momento ya estaba viviendo en Capital y lo fuerte fue el momento de que se declara el estado del sitio y las multitudes salieron a la calle. Primero, escuchar el ruido de las cacerolas y después ese impulso inmediato de salir a las calles y ver la cantidad de gente que se autoconvocaba. Había ríos de gente yendo hacia el Congreso y hasta Plaza de Mayo. A partir de que reprimen en Plaza de Mayo a las Madres, hay un antes y un después. Otra vez, gente recuperando las calles y yo, lo que más recuerdo es una sensación de épica, de gesta, que te hace sentir con un nivel de emoción en el cuerpo. Viste que hoy hablamos mucho de acuerpamiento. En ese momento, tuvo mucha intensidad el acuerpamiento colectivo y esta sensación de que no estabas sola en las calles”, relata Carla Thompson. No había celulares, las noticias llegaban de otras maneras. “Y recuerdo la sensación de que en las inmediaciones del Congreso tiraban gases y estaba lleno de policías, y las corridas. Una de las cosas que más recuerdo es la sensación de no estar sola, de golpe alguien te tomaba del brazo y te metía a un bar para protegerte”, le relató Carla Thompson, fotógrafa y docente.
Hacer la palabra
En 2001, Natalia Di Marco –de Córdoba- ya era feminista. Venía de una militancia de izquierda, y por esos años, comenzó a tomar conciencia de la opresión de género. “Estaba invisibilizada la opresión y estábamos invisibilizadas nosotras como sujetas políticas”, rememora. Ingresó en el feminismo entre 2000 y 2001. “Con un grupo de compañeras que veníamos de militancias diversas de izquierda, algunas del trotskismo y del guevarismo, empezamos a organizarnos a partir del encuentro feminista de Río Ceballos. Ya el 2001 nos encuentra organizadas como las Mufas (Mujeres Feministas Anticapitalistas), que reivindicaban el espacio público como el espacio central a ocupar para debatir cuestiones patriarcales”, recuerda a pedido de Las12.
Natalia cree que 2001 las encuentra “casi en un lenguaje que estábamos empezando a balbucear y que encontró la palabra en ese mismo andar. Pudimos reconocer nuestros procesos como parte de un proceso mayor, que toma forma en 2001, participando y encontrándonos con muchísimas otras organizaciones del campo popular”. Comenzó entonces, y nunca se detuvo. Después, en eso de seguir andando en los Encuentros y de enredarse en los feminismos en el territorio nacional, vino la Campaña por el Derecho al Aborto, las feministas inconvenientes (una articulación nacional de feministas anticapitalistas), reconociéndonos hijas e hijes de 2001. La mayoría había emergido alrededor de la revuelta de 2001”, plantea.
Lo que considera Di Marco es que la fecha no significa un comienzo. “Uno pone por poner la fecha, pero también todo lo que sostuvo esa red de la vida, nos fuimos enredando antes y después. Estoy convencida de que tiene que ver las construcciones de redes que venimos haciendo desde tiempos ancestrales. Hemos resistido a las situaciones de violencia armando redes en territorio, y hemos garantizado la vida con las ollas populares. Ahí está el caldero”. Por eso, considera “potente” la idea de la “genealogía”. “Nos pasa cuando hablamos de la marea verde, o de Ni Una Menos, que hay gente que lo ve aislado en el acontecimiento y es necesario hace visibles los procesos que permitieron llegar hacia allí. Cuando nos quitan el pasado y nos presentan los hechos como acontecimientos aislados, al negar la idea de proceso, no solo nos están negando la construcción histórica, nos están negando el futuro”, advierte.
Por eso también subraya que estos feminismos tienen una larga estela previa. “La exclusión sistemática de las mujeres como sujetos políticos, que siempre nos mantuvo por fuera de la circulación de poder, hizo que fuéramos construyendo otras formas de poder. Cuando suceden crisis de la dimensión de la de 2001, esas redes que subyacen, o que son subterránas, alimentaron todo lo que fue el proceso de asambleas, de organización autónoma que tuvo dinámicas parecidas a las que se fueron dando desde los movimientos de mujeres y feministas”.
El sabor del Encuentro
En Mendoza, Claudia Anzorena también llegó al 2001 con una militancia feminista previa. Recuerda haber participado de un Encuentro Nacional de Mujeres en el siglo pasado. ¿Cuánta de la movilización autónoma construida por las mujeres año a año, con sus estrategias para juntar dineros para pagar colectivos y debatir horizontalmente abrieron, también, con la posibilidad de aquellas asambleas que nacieron al calor de 2001? Para entonces, ya se habían hecho 16 Encuentros, con 13.000 participantes en la edición del 2000, en La Plata.
Ese mismo año, con un grupo que había realizado un seminario de género con Alejandra Ciriza, decidieron armar Las Juanas y las Otras, la colectiva feminista de Mendoza. “Lo que empezamos a hacer, que fue bastante novedoso, fueron actividades callejeras de visibilidad. Salíamos vestidas de brujas, entregábamos panfletos sobre el aborto. Creo que la Comisión por el Derecho al Aborto estaba juntando firmas por el aborto legal. Nosotras replicamos eso muy sobre el principio de 2000”, recuerda Anzorena. En julio de 2000, además, Irene Ocampo y Gabby de Cicco lanzaron la lista de correo electrónico Rima (Red Informativa de Mujeres de Argentina), otro puntal de la democratización en la circulación de información en los feminismos en la Argentina. Anzorena recuerda que en el Encuentro de 2001 –entonces se hacían en agosto- algunas colectivas feministas fueron a la Catedral para hacer la primera intervención. “Lo que marcó el 2001, previo a la crisis es que habían surgido un montón de colectivas feministas. Las Revueltas (de Neuquén), las Histéricas, no recuerdo si ya estaban juntas con las Mufas, eran dos colectivas de Córdoba, las Azucenas de La Plata, que ya tenían una buena trayectoria. Ese año se hizo la plaza feminista”, sigue sus relatos. Si algo tenía claro Anzorena, es que las lógicas de construcción de la política partidaria no le interesaba, y por eso su apuesta a los feminismos.
Cree que también tuvo que ver con 2001 “la visibilización de que lo que ocurre en el ámbito privado no es algo periférico, la forma en que eso fue tratado por el feminismo en el espacio público, genera una bisagra”.
Alzar la voz
Anzorena cita a Graciela Di Marco, autora de El pueblo feminista, un libro fundamental de 2011, que lleva por subtítulo: "movimientos sociales y luchas de las mujeres en torno a la ciudadanía". La autora sostiene que el movimiento social desplazó la justificación del ajuste por un lenguaje de las necesidades que se tradujo en demandas en torno a derechos: “La modificación del discurso fue posible porque una voz, la de las bases, se levantó para hablar públicamente de las necesidades y para demandar al Estado por su satisfacción. En el caso de las mujeres, por la articulación que su voz realizó con la del movimiento de mujeres y la de las feministas, que proveyeron marcos interpretativos para darle sentido al descontento que las mujeres de las bases de aquellos movimientos comenzaban a enunciar”, dice en las conclusiones.
La historicidad de diciembre de 2001 no puede eludir las luchas piqueteras anteriores, que Andrea Andújar recupera en su libro Rutas Argentinas hasta el fin. Neuquén fue un epicentro de aquellas luchas. El 20 de junio de 1996, un grupo de mujeres de Cutralcó inició esa resistencia. El pueblo había quedado desamparado por la liquidación de Yacimiento Petrolíferos Fiscales (YPF) durante el menemismo. Andujar entrevistó a muchas de ellas.
En Neuquén hubo otra experiencia que comenzó, justamente, en 2001: la experiencia de la fábrica recuperada Zanón. Gloria Godoy tenía 49 años. “Estábamos en plena lucha por recuperar la fábrica, a comienzos de 2001. Se iba a cerrar Zanón, entonces, nosotros lo que hicimos fue juntarnos un grupo de esposas, compañeras, madres y hermanas de los obreros que iban a quedar en la calle. Fue ese año que cerraron miles de empresas, mucha gente en la calle, mucha gente reclamando sus puestos de trabajo, reclamando comida. Fue terrible ese 2001”, recuerda Gloria. “Formamos la Comisión de Mujeres y nos fuimos uniendo, así, teniendo participación, porque nosotras éramos unas simples ama de casa, que no sabíamos de política. Al estar bien, al cobrar un sueldo en la fábrica, teníamos acceso a montones de cosas. Y bueno, al encontrarte que un día para el otro que ibas a quedar sin trabajo, sin sustento, sin nada, empezas a ver otras cosas, la cabeza te cambia”, plantea esta activista, que hoy es obrera de la fábrica recuperada a punto de cumplir 20 años de autogestión. “Estábamos hermanados en la calle, movilizados con los desocupados, con las miles de familia que reclamaban por su puesto de trabajo, con los estudiantes, con los pueblos originarios. Así que bueno eso lo hicimos también desde acá, en Neuquén, que es un ejemplo de lucha. Es una provincia que no se queda quieta, no baja la cabeza.
Tras entrevistar a piqueteras, Andújar pudo “comprender a esas mujeres ya no sólo desde sus propias experiencias pasadas, sino inscribiéndolas en una saga de organizaciones y luchas encaradas por otros colectivos de mujeres, como resultantes también de una tradición subterránea que dio lugar a la transmisión de aprendizajes realizados por mujeres de otros sectores sociales y de diversas geografías”, cuenta en sus conclusiones.
Una potencia para rescatar
En 2001, Roxana Longo participaba de la experiencia de Educación Popular de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo. Todavía se emociona al recordar aquél 20 de diciembre, cuando la Montada avanzó sobre las Madres.
“Se veía que más de 75 por ciento de la población que conformaban los Movimientos de Trabajadores Desocupados estaba conformada por mujeres, que fueron sustanciales para repensar las formas de hacer política, de repensar incluso la vinculación de la política más general con la vida cotidiana, de la preocupación por la reconstrucción de lazos comunitarios, de la preocupación por la salud. Por eso digamos que se instalan en los movimientos de Trabajadores Desocupados comisiones de Salud", considera Longo, que venía acompañando esos procesos. Hoy forma parte de Pañuelos en Rebeldía y Feministas de Abya Yala.
Esas protagonistas, también impulsaron "la necesidad de pensar la participación de otra manera, por los obstáculos -sin que ellas los así llamaran en ese momento- del patriarcado, de los tiempos, de la relación con los niños y la militancia, eso que nosotras muchas veces llamamos la doble o triple jornada. Entonces, había todo un proceso que se venía gestando muy importante y en ese devenir aparece diciembre del 2001, donde hay un hecho importante que es la unión de los sectores más desfavorecidos, que había quedado excluidos por las políticas neoliberales con la clase media, con esto de piquete y cacerola, la lucha es una sola”.
De los días de diciembre, también recuerda “esta sensación de unidad de que la gente se encontraba en la calle con sus cacerolas, saliendo improvisadamente y también la dimensión de los pibes, de la juventudes, reclamando que necesitaba un proyecto de vida y que las políticas neoliberales solamente eran políticas de muerte”.
Espacio de confluencia
Las piqueteras no nacieron feministas, se hicieron al calor de debates, exigencias a sus compañeros, conversaciones con viejas militantes que sí traían ese bagaje. Hubo pioneras, claro, y también hay pibas. Las que también están, aunque pocas veces se las vea, son las que eran jóvenes en 2001, y sostuvieron debates a lo largo de estos 20 años. Las feministas hijas de la rebelión de 2001.
Noelia Figueroa tiene un apócope, ni pi ni vi, para esa generación, a la que pertenece. Ni pibas ni viejas. Es de las que llegó al feminismo desde una organización mixta, que aún integra. Comenzó a militar en la agrupación Santiago Pampillón, en 2004. “Era una organización estudiantil muy vinculada a los procesos asamblearios de los movimientos de trabajadores desocupados que habían surgido al calor de 2001 y en la previa también y que se estaban consolidando en ese período, buscando construir frente más amplios y dar lugar a experiencias multisectoriales para que superen la política sectorial. Empiezo a militar en una organización estudiantil, el Pampillón, que decide conformar el Frente Popular Darío Santillán (FPDS), con muchas de esas organizaciones piqueteras, desde una perspectiva de cambios sociales. Es dentro de esa organización donde yo me encuentro con muchas de las compañeras con las que conformamos lo que fue el espacio de mujeres del Santillán, que eran referentes de estos movimientos y habían participado en forma activa de las movilizaciones, los cortes de ruta”, rememora Figueroa, licenciada en Ciencia Política, integrante del Centro de Investigaciones Feministas y Estudios de Género de la Universidad Nacional de Rosario. “Había compañeras de otra generación que ya se consideraban feministas, formaban parte de una tradición de un feminismo organizado. Se da una confluencia entre estas militantes barriales, las militantes que veníamos de universidad que nos empezamos a identificar como feministas y las referentes que ya tenían una militancia”, describe Figueroa.
Lo que cree que cuajó en el FPDS fue “la fuerza de una juventud que ingresaba a la política desde todas estas críticas a la institucionalidad, todo lo que dejó el 2001, la necesidad de construir formas autogestivas, horizontales, de participación política y eso generó un feminismo latente que generó que empecemos a formar espacios propios, a debatir cuestiones de género, con todo este proceso de encuentro generacional”. Así encontraron “en esas problemáticas cuestiones que ya habían sido trabajadas por los feminismos pero que no tenían lugar en las organizaciones. Las primeras veces que buscamos discutir aborto, que tratábamos de trabajar situaciones de violencia, había una fuerte resistencia no sólo de compañeros sino de las compañeras que creían que eso era para otro espacio, que tenía lugar en otros sectores sociales”.
La combinación de la experiencia militante con la energía irreverente permitió, por ejemplo, que en 2007 el FPDS se declarara “antipatriarcal”.
El Espacio de Mujeres del FPDS es una de las expresiones del entretejido que hizo al feminismo un potente movimiento popular. “La asumida multisectorialidad del Frente también reverberó en la reconfiguración del Espacio de Mujeres, donde pueden identificarse distintas proveniencias y presencias: las de mujeres de los barrios vinculadas a las tomas de tierras y luchas por los planes sociales, las de mujeres jóvenes que se suman desde la militancia estudiantil universitaria y mujeres de edades diversas pero con militancia política en los 70, en grupos de derechos humanos posdictadura, o vinculadas al activismo feminista (Partenio, 2008). Advertimos asimismo que entre las jóvenes universitarias hay hijas de militantes setentistas que han militado en organismos de derechos humanos (H.I.J.O.S., principalmente) y también muchas otras impactadas por la rebelión del 2001 y sus estelas sucesivas”, cuenta la historiadora Cristina Viano en su artículo Izquierda popular y feminismo en un cruce de caminos: el Espacio de Mujeres del Frente Popular Darío Santillán, publicado en Archivos De Historia Del Movimiento Obrero Y La Izquierda.
Un aporte innegable
Pilar Escalante era una adolescente cuando comenzaba el siglo. Estudió Ciencia Política al calor de las preguntas sobre lo político que encendió el 2001. Integró también el Frente Popular Darío Santillán, fue parte del Espacio de Mujeres, y hoy integra Mala Junta. Considera que “los feminismos populares en la Argentina son hijos, entre muchas otras maternidades, del 2001, de los movimientos sociales, en varias líneas. Por un lado, porque es innegable el aporte que las organizaciones populares, piqueteras hicieron al movimiento de mujeres, feministas, en términos de su masificación y popularización. Esto lo podemos ver en hitos centrales como el Encuentro Nacional de Mujeres de 2003, y en la cantidad de participación que se da ahí que, justamente y no por casualidad, es el mismo año en el cual se da la Asamblea por el Derecho al Aborto, del que surge –dos años después- la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, la articulación con más años y más grande del feminismo argentino. Este encuentro entre los feminismos históricos y el sujeto popular que se estaba construyendo en las ollas, en los piquetes, pero también en las facultades, en los sindicatos, dialoga con los feminismos encontrando una serie de coincidencias y potencias”, plantea Escalante, que hoy es Subsecretaria de Políticas de Igualdad del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad.
Como parte de aquella experiencia, Escalante considera necesario “reivindicar que para muchas de las que hoy nos decimos feministas, nuestros primeros encuentros con el feminismo en la práctica se dio cuando nos incorporamos a los movimientos sociales y nos encontramos con grupos de mujeres que, en las ollas populares, en los barrios, se habían encontrado a charlar, que después los podemos relacionar con los grupos de conciencia de los años 70, politizando aquello que se nos decía que era natural, y nos encontramos efectivamente con un feminismo en la práctica, que tal vez no se llamaba feminismo a sí mismo, donde hay un magma, una marca de origen, ahí, de los feminismos populares y eso marca claramente toda la construcción, el proceso de tejido que se va haciendo durante muchos años, previo a 2001, pero también durante todos los años siguientes, que después podemos ver masificarse a partir del Ni Una Menos”.
Ecos en el presente
A 20 años de aquella revuelta, Roxana Longo rescata “toda la apuesta a otro tipo de formación política, a otro tipo de educación fue interesante, fue importante, fue potente, toda la posibilidad que tuvimos, o que se tuvo en este proceso y también evaluar, críticamente ¿qué nos pasó? ¿Qué pasó para que toda esta fuerza perdiera la potencia? Creo que es para repensar cuál es la vinculación con los Estados. Es un desafío, por la necesidad de seguir generando organizaciones autónomas, que no quiere decir que no se negocie, que no se genere de diálogo o exigibilidad con los Estados, pero que sí que conserven su autonomía”.
Ante la discusión por el pago de la deuda externa, que fue un detonante del proceso de 2001, Roxana Longo considera que “la identidad de trabajador, trabajadora, fue un elemento subjetivo importante, en el sentido de no querer más pérdida de derechos. Ahora, después de 20 años, con un proceso de precarización laboral, de las condiciones de vida, de precarización de las subjetividades políticas, todo eso impacta subjetivamente en términos de formación política, de pensamiento crítico, de pensar posibilidades”.
Su generación, considera, sabía que tenía derechos, y que era necesario sostenerlos. “Ahora hay generaciones y generaciones que ya saben que no. Yo creo que hay una naturalización de nuestras condiciones de vida, que antes no las había. No estoy diciendo que ahora no hay luchas, las hay”. Longo considera que “un ejemplo claro es la irrupción de los feminismos, masivos, que venimos transitando desde hace muchos años, pero podemos marcarlo en el 2015, en el sentido de masividad, de multiplicidad de presencia en las calles. Es uno de los movimientos que viene siendo motor de cambio”.
*Las entrevistas a Gloria Godoy, Roxana Longo y Carla Thompson fueron realizadas por Estefanía Santoro.