Laura López Moyano dice que todavía tiene mucho que agradecerle a Velita, el personaje principal de Bizarra que interpretó en el año 2003. No solamente porque un protagónico es un protagónico, sino porque esa antiheroína sufrida que le tocó en suerte le enseñó a descubrir otros colores y otras texturas de actuación que hasta ese entonces no había podido probar en escena, aunque los conociera bien de sus años de fanatismo por la televisión. Quizá cueste imaginar a la López Moyano –tan cortada por las tijeras del teatro independiente, tan poderosa en escena y con esa desmesura medio almodovariana– como una adolescente obsesionada con las novelas de la tarde y sus heroínas arquetípicas. Pero esas historias fueron, para ella como para muchas generaciones, fundantes en su educación sentimental. “Yo era una fan casi demente de las novelas, pero en mi casa eran progresistas y no me dejaban verlas. Así que me iba a lo de mis abuelas para seguir las ficciones que me gustaban. Lloraba y me alegraba con las protagonistas: vivía todo con mucha intensidad”, se acuerda con risas. “Particularmente recuerdo mi enamoramiento con La extraña dama: yo era adolescente, estaba de vacaciones en Villa Gesell y me escapaba de la playa a la tarde para ver la novela, tenía una especie de fanatismo extremo por Luisa Kuliok”.
Pasaron los años y Laura descubrió el rock, el cine y el teatro. Entonces dejó de interesarse por los culebrones que tanto la habían desvelado. Hasta que, a sus 28, le llegó la oportunidad de interpretar a Velita, esa chica pobre y maltratada con alma de diva que, según cuenta, la hizo reencontrarse con “algo de esa sensibilidad, el sufrimiento intenso por alguien que no te quiere y la idea del amor a primera vista”. Claro que su Velita no era una heroína demasiado convencional y Bizarra tampoco respondía al género en términos estrictos: más bien se trató de una novelón teatral en diez entregas de entre dos y tres horas de duración por episodio (lo que significa que, para hacer la obra completa de corrido, se hubiera necesitado más de un día), con humor, personajes excesivos y links constantes a la política argentina. Como le gusta describirla a su director, Rafael Spregelburd, Bizarra fue “un universo desquiciado fraguado al calor de la crisis de 2001” en el que cincuenta actores de un teatro circuito independiente más quebrado que la Argentina inventaron un mundo ficcional para refugiarse de una realidad que no tenía mucho para dar.
Y así como unos años antes Laura cortaba cualquier actividad que estuviera haciendo para ir a ver cada nuevo capítulo de sus novelas favoritas –y, como ella, cientos de miles de personas modificaban sus agendas para acceder al ritual diario de la ficción– el Centro Cultural Rojas fue en 2003 epicentro de un fenómeno único: semana a semana, una fila larga de espectadores esperaba para ingresar a la sala Batato Barea mientras intercambiaba impresiones del episodio anterior y figuritas del álbum de Bizarra, que la producción había mandado a imprimir con parte de la financiación otorgada por la Fundación Antorchas. Hay quienes todavía conservan sus álbumes como reliquias.
Ahora, a exactos veinte años de la crisis de 2001, fecha en que están situados los sucesos de Bizarra, Spregelburd decidió volver a traer ese mundo a colación, con una secuela en formato podcast. A los diez episodios que algunos privilegiados vieron en su momento (y que a esta altura adquirieron un carácter mítico), desde hace unos días le sigue un onceavo capítulo sonoro llamado Bizarra: El Once, una secuela argentina, que fue producido por el CCK y puede escucharse por las web del Centro Cultural y en Spotify.
Estrenado en el contexto de una Argentina que, como entonces, tampoco está precisamente de fiesta, este onceavo episodio cuenta como siempre con dirección del capitán Spregelburd, con dirección musical de Nicolás Varchauvsky –clave para generar una identidad sonora que hiciera dialogar esta transposición con la ética y la estética de la obra– y con catorce actores del inmenso elenco original. Además de Velita, en el podcast aparecen Candela, hermana melliza de Velita (Elisa Carricajo), Sebastián Pierri Macao (Javier Drolas), Genoveva (Laura Paredes), Ganga y la hermana Lucrecia (Valeria Correa), Melody (Lalo Rotavería) y Bizarra (Mónica Raiola) y otros actores que entretanto se volvieron nombres fundamentales del teatro independiente local.
Para Laura, que tiene tres décadas de oficio encima –y actuó en obras de Pensotti, de Lola Arias, de Martín Flores Cárdenas, de Veronese, Kartún y un etcétera largo– el desafío más grande que implicó embarcarse en esta versión sonora fue contar sin cuerpo: “En el podcast, toda la atención está en el texto, en la forma de decir. No te podés equivocar en una palabra. Por suerte, Rafa además de ser un talentoso increíble es un obsesivo, y no te deja pasar una. Ensayamos muchas versiones de cada escena, él estaba todo el tiempo sugiriendo: ‘probemos una versión más triste, metamos una versión más arriba’. Y cada vez que te equivocabas había que volver a empezar”.
Lejos de mitigar las ganas de que la obra vuelva a verse en escena, el Once –dividido, a su vez, en once microcapítulos– alimenta la curiosidad de quienes no pudieron ver Bizarra en su momento y el fanatismo de quienes ya eran fans. Laura, que este año además actuó en dos de obras de la retrospectiva de Mariana Chaud en el Teatro Sarmiento (Elhecho y Budín inglés), dice que todo este reencuentro con el pasado fue tema de terapia para ella, pero que si pudiera elegir volvería a hacer Bizarra completa, aunque eso implique volver a vivir durantes meses para Velita. “Bizarra fue, ante todo, intensidad. Hacíamos las funciones cada noche, de lunes a viernes, y cuando terminaba la función ensayábamos el episodio de la semana siguiente. Yo me despertaba en mitad de la noche a repasar la letra. Dormimos re-poco durante meses”. Quién sabe, quizá en el próximo aniversario redondo de la crisis tengamos suerte.
Bizarra: El Once, una secuela argentina, puede escucharse a través de la Web del Centro Cultural Kirchner y en Spotify