Los tiempos siguen cambiando
En sus cuadros, hay moteles y gasolineras de carretera, escenas cargadas de nostalgia inspiradas en la Mother Road, es decir, la Ruta 66. Hay granjas de Iowa, bombas de agua en desuso, coches destartalados. También está el puente de Manhattan, musa eternizada en varios momentos: durante el día, al atardecer, cuando ya ha caído la noche. Y hay coloridas representaciones de distintas urbes, las que ha recorrido en su larga carrera como cantor. Además de ilustraciones basadas en sus propias letras, claro, de canciones que millones sabrán tararean sin que medie ningún ayuda-memoria. Porque Bob Dylan pintor no deja de ser Bob Dylan músico, un artista total que comenzó a bosquejar tempranamente, en la década del 60. Cuadros, dibujos y esculturas chatarreras, a razón de 200 obras en total, hoy se exhiben en Miami, en la muestra más completa jamás montada en torno a su trabajo de décadas. Bob Dylan: Retrospectrum, como se llama la exposición, inauguró recientemente en el Frost Art Museum y seguirá hasta mediados de abril, jactándose los organizadores de haber reunido más piezas que ningún curador antes. Más inclusive que la misma retrospectiva que estuvo colgada en Shanghái el pasado 2019, pero que no contaba con la serie más nueva de Bob, la inédita Deep Focus: 40 lienzos a gran escala inspirados en fotogramas de films que hacen las delicias del poeta y compositor, como The Loveless (1981), Shaft (1971) o varios westerns de John Ford, del que es expreso fan. “Se trate de los actores James Cagney o Margaret Rutherford, los sueños y los planes son los mismos: la vida tal como se te presenta en todas sus formas y maneras”, las sucintas palabras de Dylan, de 80 años, tan hábil con la guitarra como con el soplete y el pincel, que ha querido resaltar aquí “las distintas situaciones en las que se encuentra la gente común”, en arbitrarias situaciones del día a día.
El secreto de la juventud
Al final, no la habría pifiado tanto la noble dama transilvana Erszbet Báthory al suponer que el secreto de la juventud residía en la sangre lozana (aunque, bueno, se le fue la olla al depredar a cientos de vírgenes en pos de darse baños de inmersión con su hemoglobina, que le valieron el famoso mote de Condesa Sangrienta). Un equipo de científicos de la Universidad de Pittsburgh, en Estados Unidos, trabaja –seriamente– en la hipótesis de que acaso la sangre de generaciones más jóvenes sea la clave para reducir los efectos del paso del tiempo, especialmente en el rejuvenecimiento de los músculos. A partir del análisis con ratones, valga la mención, no sea cosa que se inquieten los vampiros… Los resultados de los experimentos realizados por la investigadora Fabrisia Ambrosio y compañía, publicados días atrás en la revista Nature Aging, muestran que esta teoría quizás no sea tan descabellada. Encontró el citado team que las vesículas extracelulares en la sangre de los roedores envían instrucciones genéticas a las células musculares para codificar la proteína Klotho, involucrada en el proceso de envejecimiento. Cuanto mayores eran los ratones, sus vesículas extracelulares eran menos capaces de mandar este tipo de instrucción. Entonces extrajeron sangre de animales mocitos, en la flor de la vida, inyectándola en los más adultos. Tras hacerlo, notaron un cambio: sus células y tejidos se regeneraban. Al eliminar las vesículas extracelulares, en cambio, el efecto desaparecía. A partir de su Eureka, espera Ambrosio y amigos poder probar algún día este tratamiento en personas, para ver si “efectivamente retrocede el efecto del reloj y mejora su capacidad muscular, también si se detiene su deterioro cognitivo”. De momento, un sueño lejano, pero nunca dicen nunca.
Saltan chispas
Aunque la historia diga que fueron los creadores del primero, el ANS, nadie suele pensar en los rusos al hablar de los sintetizadores, sino que las miradas van hacia Japón y los Estados Unidos; hacia Moog, Roland, Korg o Yamaha. Sin embargo, hay una marca que entra dentro de esta categoria y es justamente rusa: se trata del Polivoks, un particular instrumento creado detrás de la cortina de hierro durante la década del ‘80 ante la imposibilidad de conseguir los modelos internacionales, y que con el tiempo, por su particular sonido vintage (y de mala copia, digamos todo), terminó siendo el preferido de bandas como Franz Ferdinand o Goldfrapp. Tanto el Polivoks, como la perra Laika, el astronauta Yuri Gagarin, el satélite Sputnik o el fusil Kalashnikov son los particulares íconos de una colección bautizada Iskra (@iskra.ar, en Instagram), es decir Chispa, en honor al bautismo del periódico que los intelectuales rusos editaban en Alemania para promover la revolución. Su responsable es Pablo Mambo, el cantante de Hiroshima Dandys, una antigua banda electropop del under local, que ha comenzado un proyecto de diseño que incluye remeras, cuadernos o pines, entre otros receptáculos de su entusiasmo por esta estética, que presenta personajes como Viktor Tsoi, una estrella de rock rusa recientemente retratada de manera fascinante en la película Leto (2018). Pero Mambo no se circunscribe a sólo al universo soviético, sino que suma fanatismos y los asocia y embandera sin tapujos, ya sean ejemplos del menos previsible rock sudamericano, como nuestro Federico Moura o el chileno Jorge González, un ícono LGBTIQ como Pete Burns o ese amuleto eterno llamado Osvaldo Pugliese. Todas figuras capaces de esa chispa que puede comenzar un incendio, o al menos calentar hasta que pase la noche.
Aquel paso pequeño
Allá lejos y hace tiempo, a fines de los oscuros ‘80 y comienzos de los primero liberales y luego combativos ’90, un programa de radio pasaba música extraña, recibía invitados célebres como si fuesen viejos amigos y, más que nada, se entusiasmaba contando historias para disfrute sus trasnochados oyentes. Fue uno de los pioneros programas noctámbulos de la primera FM Rock & Pop, se hizo de culto, y su historia y su estética fueron rescatadas recientemente en un libro bautizado La vida es otra cosa: los poemas de Piso 93 (2016), en el que Martín Pérez rescató algunos de los textos que escribió especialmente para aquellas emisiones que, para algunos, aún hoy siguen resultando memorables. En el proceso de compilar aquel volumen, Pérez –que fue uno de los fundadores tanto de FM La Tribu como de la revista La Mano, y hoy es uno de los editores de Radar– descubrió un pequeño cuento que había olvidado, escrito para un programa dedicado a la Luna, y que le pareció que merecía un destino especial. Algo que reafirmó cuando leyó por primera –y única– vez esos textos breves y poemas en el ciclo Tercer jueves, del poeta y novelista Fernando Bogado: “Aquella noche confirmé dos cosas”, cuenta Martín. “Que aquellos viejos escritos seguían funcionando al ser leídos en voz alta, lo que no tendría que haberme sorprendido tanto: habían sido creados para ser leídos. En radio, pero leídos al fin. Y la otra cosa fue que ese cuento que consideraba especial, efectivamente lo era: cuando empecé a leerlo se fue haciendo un silencio que, cuando llegó a su fin, se convirtió en un suspiro colectivo”. A media década ya de aquellos suspiros, aquel texto radial originalmente sin título se ha convertido en el flamante Caminando en la Luna, un cuento infantil ilustrado que acaba de ser publicado por la editorial El Ateneo, con dibujos a cargo de Juan Soto, ilustrador de las portadas de los discos de Estelares, que ya había trabajado junto a Pérez en otro libro ilustrado –en este caso para adultos, valga la aclaración– bautizado Vidas pasadas (2017). A pesar del que el título remite inevitablemente al hit que Sting que cantó al frente de The Police, la breve trama de Caminando en la Luna juega a confundir los oficios de Neil y Louis Armstrong, imaginando al célebre astronauta dando pasos históricos sobre el satélite, clavando banderitas y tocando su trompeta. “Lo que más nos fascinaba con Soto era la posibilidad de que un texto originalmente escrito pensando en una audiencia trasnochada de radio de rock de fines de los años ochenta, tres décadas más tarde pueda ser considerado un cuento infantil”, confiesa Pérez. “Y lo más mágico de todo fue que, cuando nos encontramos con especialistas en el asunto como la gente de El Ateneo, lejos de hacer que olvidemos nuestra idea procedieron a entusiasmarse con ella, permitiendo que se hiciera realidad”. Una realidad básicamente fantasiosa, claro está. Con astronauta, espacio y trompeta. Más no se puede pedir.