¿Quién es Elena Ferrante? Desde la publicación en 1992 de El amor molesto la incógnita ha circulado en la prensa y entre los lectores de manera recurrente, casi obsesiva, potenciada por el lanzamiento de cada nueva novela de la autora italiana. Casi nadie duda de esa italianidad, pero el género femenino de la pluma ha sido puesto en duda en más de una ocasión. Hipótesis: que Ferrante es en realidad Anita Raja, una traductora especializada en literatura alemana nacida en Nápoles; que Ferrante no puede ser otro que el escritor y periodista Domenico Starnone, esposo de Raja; que Ferrante es un ser bifronte, mitad Raja y mitad Starnone; que tal vez no sean ni ella ni él ni elles. Lo único cierto, más allá de las discusiones sobre autorías, sexos, estilos y feminismos (femeninos o masculinos) desatados por el enigma, es que los libros de Ferrante, sea quien diablos sea, se convirtieron en un enorme éxito editorial en su país y en el resto del mundo. En particular las así llamadas “novelas napolitanas” –La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida–, publicadas originalmente entre 2011 y 2014 y cuyas protagonistas son dos amigas, Elena Greco y Raffaella Cerullo, que los cuatro textos acompañan desde los tiempos de la infancia hasta la adultez y más allá. El inminente estreno en la plataforma Netflix de La niña perdida (The Lost Daughter), ópera prima como realizadora de la actriz estadounidense Maggie Gyllenhaal, marca una nueva adaptación a la pantalla grande de la obra de la misteriosa escritora. Un film que, a pesar de tomarse ciertas libertades respecto de la letra impresa, recibió la bendición explícita y firme de Ferrante. El viaje de una mujer a un lugar de descanso veraniego en Grecia (Italia en la novela) y su encuentro con una joven madre dispara los recuerdos de la protagonista, una experta en literatura comparada que vive ese presente estival aguijoneada por los dolores y algunos placeres del pasado. El estupendo debut de Gyllenhaal detrás de las cámaras está protagonizado por Olivia Colman y Jessie Buckley en el rol titular de Leda Caruso –en dos etapas distintas de su vida–, acompañadas por Dakota Johnson, Ed Harris y Peter Sarsgaard, esposo de Gyllenhaal en la vida real y amante de Leda en sus años mozos.

El romance del cine con los textos de Elena Ferrante comenzó muy temprano, en 1995, tres años después de la publicación de la primera novela. Dirigida por Mario Martone y protagonizada por Anna Bonaiuto en el papel central de Delia, la versión cinematográfica de L'amore molesto participó en la sección oficial competitiva del Festival de Cannes de ese año. Ausente en las bateas de las librerías durante una década, Ferrante publicó Los días del abandono en 2002, seguida por la versión en pantalla grande de Roberto Faenza, el director de Sostiene Pereira. Pero sin duda la traslación más ambiciosa del universo de la escritora, al menos en términos de amplitud temporal y fidelidad a la estructura narrativa original, es la miniserie de HBO L'amica geniale, que a pesar de llevar el nombre de la primera novela de la tetralogía napolitana pretende cubrir la totalidad de los textos. Hasta el momento se han producido dieciséis capítulos de los treinta y dos propuestos, y están disponibles en nuestro país en HBO Max, bajo el título internacional en inglés My Brilliant Friend. ¿Qué es entonces La niña perdida, el film de Gyllenhaal? Ni más ni menos que una adaptación relativamente libre de La hija oscura, editada en 2006. Un relato que, a pesar de esas libertades, no deja de serle fiel a los conceptos centrales de la novela. Una película que, a su manera, también pone en tensión la idea de autoría que el “affaire Ferrante” llevó a las primeras planas de los suplementos de cultura un lustro atrás, cuando el periodista italiano Claudio Gatti publicó un extenso y detallado artículo en el cual revelaba la verdadera identidad de la autora –según la teoría, Anita Raja–, a partir de una pesquisa que incluyó el relevamiento de cuentas bancarias, transferencias de dinero por derechos y otras averiguaciones usualmente asociadas a investigaciones de corrupción política o empresarial. “Yo creo que los libros, una vez que fueron escritos, no tienen ninguna necesidad de los autores. Si tienen algo para decir, los lectores lo encontrarán tarde o temprano y si no, no. Los verdaderos milagros son aquellos cuyos hacedores no se conocen. Además, ¿no es cierto que las promociones de los libros son caras? Voy a ser la autora menos cara de la editorial. Les ahorro incluso mi presencia”, escribió Ferrante en 1992 en una carta destinada a su editora, texto incluido en el volumen recopilatorio de misivas y entrevistas La frantumaglia, refutando así, veinticinco años antes del “destape”, la importancia de conocer el nombre verdadero detrás de sus palabras.

PERDIDA Y OSCURA

“No hacía una hora que conducía cuando empecé a encontrarme mal. Reapareció el ardor en el costado, aunque al principio decidí no darle importancia. Solo me preocupé al advertir que no tenía fuerzas ni siquiera para agarrar el volante. Al cabo de pocos minutos la cabeza empezó a pesarme, las luces de los coches me parecían cada vez más pálidas y terminé por olvidarme incluso de que estaba conduciendo. Tuve en cambio la impresión de encontrarme en el mar, en pleno día. La playa estaba vacía, el agua en calma, pero en un asta a pocos metros de la costa flameaba la bandera roja. Mi madre, cuando era pequeña, me había metido mucho miedo, me decía: Leda, no entres nunca en el agua cuando hay bandera roja, significa que el mar está agitado y que te puedes ahogar. El miedo se había mantenido a lo largo de los años e incluso ahora, aunque el agua fuera una hoja de papel translúcida y tersa hasta el horizonte, no me atrevía a meterme, me angustiaba”. El primer párrafo del libro, escrito en estricta primera persona, es transformado en imágenes y sonidos sin palabras: Lena Caruso (Olivia Colman), quien deja de ser italiana para tener un origen británico y ciudadanía estadounidense, camina tambaleándose en la playa, acercándose al mar antes de desplomarse sobre la arena. El comienzo de La niña perdida, la película de Maggie Gyllenhaal, replica así el de La hija oscura, el texto de Ferrante (la confusión es posible y lógica: La niña perdida no es una adaptación de Storia della bambina perduta (2014), cuarta entrega de las novelas napolitanas, englobadas también bajo el título “Dos amigas”, sino una versión de La figlia oscura, tercera integrante de la serie de textos reeditados en 2011 como Crónicas del desamor). Luego vendrá el inicio de un extenso flashback: la llegada al pueblito costero griego y a la casa de veraneo, el encuentro con el cuidador y hombre-para-todo Lyle (Ed Harris), un americano afincado desde tiempos inmemoriales en el lugar, y el primer contacto con una familia extendida de origen greco-estadounidense, millonarios y bravucones, mandamases informales del lugar, patrones de estancia sin título de propiedad. Entre ellos Nina (Dakota Johnson), joven madre de una niña que, durante uno de esos días de playa y sol, desaparece y es hallada por Leda. La desesperación de Nina ante la pérdida de la “distancia de rescate”, para utilizar el término de la novela de Samanta Schweblin, dispara una explosión de recuerdos en la mente de Leda, madre de dos hijas ya veinteañeras, que a partir de ese momento comienzan a acumularse para estructurar el relato en tiempo pretérito de La niña perdida, un “retrato sobre las ataduras de la maternidad”, según la sucinta definición de la solapa del libro. Sucinto marco sinóptico que, por una vez, resulta más que pertinente.

“Leí las novelas napolitanas hace muchos años”. Las palabras de Maggie Gyllenhaal en la conferencia de prensa de su ópera prima, luego de la primera exhibición pública en el Festival de Venecia hace escasos meses, trazan una filiación creativa que también resuena con ecos personales. “La primera sensación al leerla fue que la protagonista estaba realmente jodida. Pero un milisegundo después me di cuenta de que me sentía identificada. Entonces, ¿la que estaba jodida era yo o tal vez había allí una experiencia que muchas lectoras podíamos compartir? Una experiencia de la cual casi nadie habla: la experiencia femenina en el mundo, una verdad oculta sobre la cual debería ser posible hablar en voz alta”. La actriz de La secretaria, el largometraje de Steven Shainberg que empujó definitivamente su carrera allá por 2002 y reciente protagonista y productora de la notable serie The Deuce, afirmó también, frente a un grupo de periodistas internacionales, que “las mujeres suelen enfrentarse a una versión de fantasía de sí mismas. Allí nos vemos haciendo cosas en las que somos buenas o de las cuales nos sentimos orgullosas. Pero, en realidad, la mayoría de la gente –y las mujeres también– tienen un enorme espectro de cosas dentro suyo. Me extrañaría mucho encontrar a una sola madre que, en cierto momento de su vida, no haya pensado ‘y qué tal si me voy dando un portazo’. En la mayoría de los casos eso nunca ocurre, pero en La niña perdida nos encontramos con una mujer que sí lo hace. Espero que la película logre plantear el aparente dilema de que, aun así, el espectador siga empatizando con el personaje”. En la ficción cinematográfica, el pasado de la protagonista en el Reino Unido se entrelaza con el presente en Grecia. Leda (Jessie Buckley, la actriz de Pienso en el final, de Charlie Kaufman, es la encargada de darle vida a la versión joven de la heroína) vive junto a su esposo y a sus dos hijas pequeñas en una casa de pocos ambientes. Su carrera académica parece haberse estancado, en parte (¿en gran medida?) como consecuencia de la doble maternidad. Las escenas en las cuales las chicas no se comportan del todo bien –gritos, golpes, corridas, barullo incesante– pueden resonar con fuerza en cualquier persona que haya atravesado la maternidad o la paternidad. Son esos momentos que el cariño y el amor suelen sepultar en el olvido apenas unos minutos más tarde pero que, mientras duran, transforman la vida en un pequeño infierno cotidiano. Gyllenhaal registra esas instancias sin correr la cámara del rostro de Buckley (uno de los secretos del éxito del film), en el cual se reúnen frustraciones, miedos y deseos insatisfechos.

MODELO PARA ARMAR

En el presente, en Grecia, la hija de Nina es recuperada, pero su muñeca favorita desaparece de la faz de la tierra. Es un concepto perturbador que funciona como metáfora, además de permitir el coqueteo de la guionista y realizadora con el suspenso: es Leda quien “secuestra” el objeto, tal vez como un souvenir anacrónico, un reemplazo de todos esos años durante los cuales la vida giró en órbitas alejadas de sus dos hijas. En el pasado, cuando Leda conoce al profesor Hardy (Peter Sarsgaard) y su profesión parece dar finalmente el salto esperado, el mundo de la protagonista tambalea y, por primera vez, se abre un horizonte diferente al de la crianza y el acompañamiento de su marido. Aunque ella no sea en definitiva una sombra de él, la impresión es la de ser una sombra de sí misma. ¿Y las hijas? ¿Y las responsabilidades de la maternidad? Como ocurre en la novela, la película plantea cuestiones duras y complejas, usualmente condenadas a la repetición de definiciones cristalizadas y juicios sumarios sobre aquello que está bien y lo qué está mal. Lejos del manual narrativo y rítmico del modelo indie estadounidense, Gyllenhaal parece haber mamado la lógica de cierto cine autoral europeo, apoyada en la dirección de fotografía de la talentosa Hélène Louvart –responsable de la imagen de Beach Rats, de Eliza Hittman, Lazzaro Felice, de Alice Rohrwacher, y Familia sumergida, de la argentina María Alche, entre otros largometrajes–, de tonos mediterráneos durante el día y oscuridades profundas en la noche. En una entrevista reciente con The Daily Telegraph, la actriz y ahora realizadora describe las dudas que tuvo, en un primer momento, a la hora de dirigir a su pareja, Sarsgaard, en el rol del profesor y amante, quien lógicamente tendría que compartir escenas amorosas con una actriz mucho más joven. Con humor, recuerda que pensó mucho en si realmente deseaba crear esa situación, en la cual “mi marido es el objeto de deseo de una bella y brillante actriz joven. Pero lo cierto es que estamos juntos desde hace veinte años y hemos atravesado toda clase de alegrías y dificultades; sabía que no había nadie más que pudiera encarnar el rol como él. El primer chispazo de los personajes se produce a partir del intelecto. Tal vez esto sea algo femenino, pero si alguien conoce realmente cómo funciona tu mente, hasta las partículas más pequeñas, creo que no hay nada más sexualmente atractivo que eso”.

 

Hay quienes podrán suponer que la propia Gyllenhaal podría/debería haber interpretado el rol de Leda en la madurez, pero es evidente que la actriz nacida en Nueva York hace 44 años, en el seno de una familia dedicada al cine (su padre es el realizador Stephen Gyllenhaal, su madre la guionista Naomi Achs y su hermano menor el actor Jake Gyllenhaal) optó por concentrar toda la atención en la escritura del guion, la puesta en escena y la dirección de actores. Estacionarse frente a la luz verde del proyecto tampoco fue una tarea sencilla: en la conferencia de prensa en Venecia, la cineasta recordó que fue la novela Los días del abandono la que la sedujo como posible fuente para una adaptación al cine. “Escribí a los editores de Ferrante por la cuestión de los derechos, pero me respondieron que ya estaban reservados para otra adaptación. Fueron ellos quienes sugirieron La hija oscura, suerte de continuación de Los días…, sobre una académica de mediana edad cuyo encuentro tenso y algo surrealista con una familia desagradable la empuja a reflexionar sobre sus propias fallas como esposa y madre. Una historia acerca de muchas de esas cosas sobre las cuales las mujeres hemos decidido permanecer en silencio de manera colectiva”. 

Gyllenhaal admite que el contacto con Ferrante se sostuvo exclusivamente vía correos electrónicos, y que fue la autora quien insistió en que la actriz no sólo dirigiera la película sino que pusiera su impronta en el material de base, aclarando que esa propuesta nunca se la hubiera hecho a un realizador hombre. “Eso y el hecho de que el contrato estipulaba que yo debía ser la realizadora o el contrato quedaría nulo fueron cosas que me tocaron mucho. Así que le propuse que leyera el guion una vez que estuviera terminado”. La respuesta fueron algunos pocos comentarios y un guiño para que la versión cinematográfica alterara algunos detalles del final de la historia. El resultado es una película que ya bascula con fuerza en la inminente temporada de premios, incluyendo una nominación a la Mejor Dirección en los Globos de Oro. Como Candy, la prostituta y eventual actriz porno que desea liberarse de la opresión de los proxenetas e inicia una carrera como directora XXX en The Deuce, Maggie Gyllenhaal acaba de dar el salto hacia el otro lado del mostrador con un debut más que auspicioso.