Libre albedrío o destino. Dos constantes en el pensamiento en torno a toda acción humana: o hacemos lo que queremos, o ya las cartas están jugadas de antemano. Y si bien este dilema parece tener la forma de una lógica religiosa, de una pregunta metafísica en torno a la existencia de dios o de un orden previo, también puede tener su cariz absolutamente terrenal, inmediato. Y, entonces, el tema pasa de ser uno divino a uno político: o el hombre es plenamente libre, o algo de él está determinado por el lugar donde le tocó nacer, la familia que tiene o la clase en la que, de manera consciente o no, habita. Esas dos posibilidades aparecen una y otra vez en la novela La larga noche de Francisco Sanctis de Humberto Costantini , uno de esos escritores cuya recuperación se viene concretando, por lo menos desde 2010, con la publicación de los Cuentos completos por la editorial R y R. Pero quizás, en los últimos meses, el primer vínculo que se establece entre Costantini y la literatura tiene un digno intermediario, la película basada en esta novela, primer largometraje de ficción de Francisco Márquez y Andrea Testa, que hasta tuvo la posibilidad de participar en la selección Un certain regard del Festival de Cannes del año pasado.
Marcado por el destino. Sobre el final de la novela, la duda de Sanctis gira mucho más en torno a por qué le sucede lo que le sucede antes que una reflexión acerca de su propio compromiso. Y es que todo, de movida, es bastante extraño: primero, una antigua compañera de la Universidad lo llama, el 14 de noviembre de 1977 por la tarde, a la empresa Luchini & Monsreal, su trabajo, con el objetivo de pedir una autorización de publicación para un poema que Sanctus había escrito para la efímera revista en la que los dos participaban. Segundo, ese llamado se convertirá luego en un encuentro, esa misma noche, a eso de las ocho, en el que Elena Vaccaro, la antigua compañera, le pasará dos nombres, Julio Cardini y Bernardo Lipstein, y sus correspondientes direcciones. Tercero, el dato, largado con todo el peso de lo que esa frase podía tener, en ese y en cualquier otro contexto, ya puestos a pensar en la triste historia de la patria: “Esta noche los van a ir a buscar”. La novela transcurre en toda una larga noche en la que Francisco Sanctis, con esa información, pasará a sopesar qué es lo que hace, qué riesgos está dispuesto a asumir y cómo, todo a su alrededor, en algún sentido, parece complotar con la búsqueda en plena madrugada que lentamente irá tomando forma. El dilema es de tipo crístico: se nos dice una y otra vez que el personaje es un ex seminarista, y compara su propia suerte y la de los dos tipos que van a chupar como la de Cristo y los dos ladrones: alguien que sufre un terrible martirio junto a dos desconocidos.
El tono de Costantini en la novela es terriblemente distante, no sólo en la estructura quijotesca, bien del Siglo de Oro español, de los capítulos; sino también por ciertos modos paródicos que parecen querer destacar lo miserable, la menudencia en cada uno de los hechos sufridos por Sanctis. Y es que el protagonista pasa de no querer saber nada del asunto, de vivir una vida burguesa relativamente acomodada, a someterse, de golpe, a todo ese mundo que negaba con su rutina diaria. ¿Qué es ese mundo negado? La violencia política, la opinión de sus amigos con respecto a lo que estaba sucediendo o esa suerte de oscura visión del presente que es el personaje de Lucho, el hijo de un amigo de la familia que ha participado de una organización clandestina y ahora espera huir cuanto antes, con el riesgo de sufrir el mismo destino que sus compañeros. ¿No es la distancia casi paródica la única forma disponible para hablar de ese mundo pequeño burgués que trató de tapar el sol con las manos?
Márquez y Testa, jóvenes directores de la adaptación, dieron el puntapié inicial al proyecto desde el más interesante de los lados: el de la lectura. Cuenta Francisco Márquez que la novela la compró en Parque Centenario, y que, después de leerla junto con Andrea Testa, llegó a la conclusión de que ameritaba llevarla al cine. Con un primer borrador del guión, ambos se juntaron con la familia Costantini y dejaron en claro que una de las intenciones de la película era que la novela vuelva a editarse, considerando que lo único que existía era esa primera impresión de 1984. En algún sentido, el presente libro de la editorial de Temperley Tren en Movimiento, es el último paso de un proyecto que lleva más de cinco años de desarrollo. A diferencia de la novela, en la película tenemos una actualización de los temas del libro a partir del énfasis puesto en lo complejo de ciertas acciones, el “julepe” que comenta Costantini en la novela transformado ahora en el principio rector de un hombre que tiene que tomar decisiones de vida o muerte en una sola noche. Quizás por eso, mientras que el deambular de Sanctis en la novela parece amable, rodeado de personajes que le dan una mano en su terrible martirologio, en la película el personaje (interpretado magistralmente por Diego Velázquez) está radicalmente sólo, muchas veces, caminando sin rumbo, siendo confundido con las fuerzas militares por algunos jóvenes que se preguntan quién es ese tipo, o torturado por el sonido de pasos a la distancia o perros ladrándole a la luna. Un giro notable, el de la película: la noche es ambigua, se deshumaniza, y funciona como metáfora perfecta de los tiempos del proceso; está dominada por desconocidos y animales salvajes.
La larga noche de Francisco Sanctis es un claro ejemplo de las novelas post-Dictadura. La cercanía de los hechos y la manera en que afectaron la propia vida de Costantini funcionan como el material perfecto para una obra que vuelve sobre un mundo no del todo cerrado (ni en ese momento, ni ahora, ni nunca) que había que repensar. Por eso, el poner en escena las penurias de un “tipo común” que tiene que enfrentarse a los tiempos que vive es la mejor manera de pensar esas cuestiones que, al hablar de los ‘70, a veces quedan un poco desdibujadas: sin heroísmos, se puede decir todavía que hubo personas menos aferradas a un destino que a las determinaciones de su propio, tortuoso camino en la más oscura de todas las noches.