Seamos buenos entre nosotros: si no fuera por la explosión inesperada de la Selección en la Copa América, como hito fundante de la Scaloneta, durante este 2021 que ya acaba el fútbol argentino solo nos habría dado motivos para prenderlo fuego, tirarlo por la ventana y rogar que el viento lleve las cenizas bien lejos de aquí, con la ilusión de que todo se refunde de cero (antes de que se refunda y deje todo en cero, lo que suena parecido pero es casi lo contrario).

El Maracanazo con la vaselina de Angel Di María, el exorcismo tras varias finales perdidas y la novela de Lionel Messi con el PSG nos tuvieron atentos con lo que ocurría en el más allá. Lo cual también equivale a decir que nos distrajo con lo que sucedía más acá, bien cerquita de los equipos por los que hinchamos y nuestras ritualidades cotidianas.

Una rareza semántica: este año, el folclore del fulbo argentino encontró relatos épicos en cualquier lado menos en Argentina: desde Río de Janeiro hasta Barcelona y París, pasando por el Golfo Pérsico, con Doha en un horizonte asegurado y Ryad como insólita sede de una Maradona Cup. La escena final es la despedida del Kun Agüero en Barcelona, donde solo jugó cinco partidos. Un dato que -aunque nos duela- refleja una realidad: hace dos años que parece más interesado en stremear que en recuperar aquel nivel.

Porque mientras le damos músculo y argumento a ese sueño que se cifra en Qatar 2022, todo el ordenamiento doméstico que -en definitiva- funge como "kilómetro cero" de cualquier intento de proyección mundial se columpió entre lo insólito, lo ridículo, lo penoso y lo truculento. Desde la eliminación de los descensos "por la pandemia" que convierte al torneo de Primera en un adefesio de poca monta (y ni hablar de la B Nacional, que casi como si fuera un homenaje poético vive su propia cuarentena pues ya roza esa cantidad de equipos participantes) hasta sucesos que nos abren los ojos como dos huevos llenos por sorpresas y no de las gratas.

► Un sainete sin protocolos

El último de los sainetes fue ese penal solo posible en la interpretación de Nicolás Lamolina -uno de los tantos "hijos de" que convierten al referato argento en un nepotismo insoportable- que terminó de arruinar la definición por los ascensos desde la segunda categoría. Esa noche, el referí, Quilmes y Ferro dominaron las tendencias en redes sociales y fueron caldo de la memecracia.

Mientras tanto, Barracas Central dispuso no una sino dos chances para llegar a la Primera. El equipo cuyo estadio lleva el nombre del Chiqui Tapia, titular de la AFA, es presidido por su hijo Matías y lo dirige Rodolfo de Paoli, el relator oficial de Torneos y Competencias, recibió abundantes beneficios por fallos "polémicos" -un decir-. Entre ellos, nueve penales. Pero no hay que ser mal pensado -o sí, qué va-.

Como si fuera poco, ni siquiera la vuelta del público a los estadios permitió sumarse como mérito organizativo: ante la vista de todas las cámaras presenciamos la manera burlesca en la que fueron violados todos los "aforos parciales" pensados para ir llevando progresivamente un retorno que, en rigor de verdad, fue de cero a cien de entrada y nunca se pudo resolver.

Con este antecedente, no hay grandes expectativas de que se cumpla el protocolo del pase sanitario para entrar a cualquier cancha a partir de febrero. Como siempre, solo nos quedará rezar, en este caso para que la cepa Ómicron no empuje una tercera ola que se haría una panzada entre el amontonamiento y el descontrol.

► ¿Y el fútbol?

¡Qué buena pregunta! El fútbol nos dejó muy poquito: desde un torneo desnaturalizado porque River le sacó exagerada diferencia a todos los demás (por eso se consagró cuatro fechas antes), a otro en donde a Boca le bastó hacer apenas un gol en sus últimos cuatro partidos para levantar una copa. Sacando eso, no hubo demasiado. Prácticamente nada, de hecho.

Solo partidos soporíferos, poco gol, mucha simulación, jugadores que ni los hinchas del mismo equipo registran y los propios relatores bostezando. "¡Que se termine esto de una vez! ¡Vayamos directamente a los penales!", exclamó el comentarista en la final de la Copa Argentina, mientras los jugadores parecían más interesados por irse de vacaciones, y nos hizo recordar a aquel capítulo de los Simpson con Pelé.

Quedará para la anécdota el primer título de Colón (que parece de otro año, porque en pandemia ya comprobamos que el tiempo transcurre más lento de lo habitual), alguna expectativa de Talleres en romper la monotonía de Bover y un cierre galopante que le permitió a Defensa y Justicia alcanzar el segundo subcampeonato de su historia.

Eso y, claro, la irrupción de Julián Álvarez, una de las pocas joyas en el barro de la mediocridad, y acaso el único jugador criollo del fútbol argentino que puede aspirar con seriedad a viajar a Qatar. Todo lo demás que el 2021 nos dejó en nuestras canchas quedará prontamente en el olvido. Por suerte, el Mundial es a fines del 2022 y servirá como zanahoria para ir transitando el año sin amargarnos con lo que tenemos cerca: partidos inmirables, sea la categoría que fuere, con pelotas que parecen pinchadas, piernas desganadas, árbitros con anteojeras de caballo y una AFA que está en cualquiera.

Como siempre, nos encomendamos al mesianismo de Lionel y la Scaloneta para distraernos de todo esto, en la medida que ningún imprevisto empañe la fiesta. Aunque nunca se sabe, claro. Como sea, lo peor vendrá después.