La escritora más monstruosa y excéntrica de la literatura argentina cumpliría cien años. Aurora Venturini es como una bomba molotov lanzada sobre el corazón de la literatura argentina a partir de Las primas, Premio Nueva Novela Página/12. En su narrativa habita la desmesura, la rareza y la minusvalía, con un lenguaje en ebullición, un lenguaje Venturini arcaico y a la vez contemporáneo que destila “signos abullonados”, “arrugas del alma” y expresiones como “que cada cual con su pan se lo manduque” o “la mar en coche”. Este domingo, un día antes del centenario, Tusquets Editores y el Centro Cultural Kirchner (CCK), organizan “100 Auroras”, una jornada homenaje, a partir de las 15 en la Sala Argentina, en la que participarán Claudia Piñeiro, Tamara Tenenbaum, Jorge Consiglio, Camila Sosa Villada, Marcela Ferradás y Sofía Gala.

“Lo que no he podido borrar ni pasar por alto son los días que así como los signos ortográficos se me han abullonado bajo la piel gastada que ya me hice operar varias veces por la doctora Olmos que dios la bendiga y que gracias a ella no represento al salir del consultorio sino unos cuarenta largos tal vez”, cuenta Yuna Riglos, la narradora y protagonista de Las Primas en la novela inédita Las amigas, publicada en 2020. En este regreso ya no es una joven pintora sino una mujer de casi ochenta años, más desatada e incorrecta que nunca. “Y dije jamás y nunca más y no sé por qué me acordé de Sabato el de El Túnel que es un escribidor platense que no escribe en La Plata...¿Escribe?”, se pregunta Yuna y a continuación agrega: “Basta de meterme en lo que no me importa si fulanito o menganito o la mar en coche escriben vomitan o lo demás que nunca jamás hay que realizar en público porque existen lugares destinados para esos menesteres y necesidades tanto intelectuales como corporales aproximándolas al punto que no comprendo cuándo se trata de una o de la otra especie tal necesidad. Y basta de lucubrar que de charlatanear al cuete ya asemejo a un político”.

Como señala Liliana Viola, los préstamos entre ficción literaria y ficción temperamental forman parte de la originalidad de Venturini. “Toda su obra, escrita a conciencia para ser leída como obra completa, sostiene ese diagnóstico de anomalía, enfermedad y desviación que la lectura le atribuye –plantea en el prólogo de Las amigas-. Pero además genera tensiones por fuera de las opciones binarias de joven/vieja y realista/fantástica: es una escritura de juventud al borde de la extremaunción, con un léxico de otras generaciones que conocemos por libros que ya nadie lee, una sintaxis mordida con pretensiones de alta cultura y de estados alterados, y una escala de valores anticuada que al aplicarse con tanto empeño, antes que reaccionaria, se vuelve puro candor”.

Todos descubrieron a Aurora cuando tenía 85 años y se había consagrado como ganadora del Premio Nueva Novela de Página/12. No era una novata octogenaria, aburrida de la vida, con ganas de probar suerte o tomarse un recreo con la escritura, algo que ella detestaba con toda la fuerza que tenía para maldecir a aquellos o aquellas que creen que la escritura es un juego, una frivolidad. Excepto en La Plata, donde era una escritora conocida, para el resto la sorpresa fue abrumadora. Entonces se podría afirmar que hay “dos Auroras”. La primera nació en La Plata el 20 de diciembre de 1922. A los cuatro años empezó su temprana relación con la literatura: escribía y recitaba con ademanes, como se usaba entonces. Ella se encargaba de echar leña al fuego del mito de la niña brillante y extraña, inteligente y antisocial. No era frecuente en esos años que una mujer pudiera acceder a la universidad, pero la joven –que pertenecía a una de las familias fundadoras de la ciudad– se graduó en Filosofía y Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata en los años 40.

(foto Télam)

Trabajó en el Instituto de Psicología y Reeducación del Menor, donde conoció a Evita, quien la convirtió en peronista. “Yo trabajaba en Minoridad y como había chicos muy inteligentes entonces le dije a María Elvira Caporale, la señora de Mercante, que era el gobernador de la provincia, que quería ver a Evita para proponerle que a esos chicos los sacáramos y los lleváramos al colegio y a la universidad, sin que los otros supieran de dónde venían, que se mantuviera el secreto. Y así la conocí y empecé a trabajar con Evita. En la bendita Fundación, que ojalá se hiciera nuevamente, había de todo: sacamos maestras, abogados, escribanos. No había remedio que Evita no pudiera conseguir, lo conseguía y lo mandaba a buscar adonde fuera. Muchos eran antievitistas y después la combatieron, pero no habrá otra igual. ¡Cómo me gustaría que abrieran los ojos y reabrieran otra vez aquella Fundación!”, contaba la escritora que en 1948 recibió de manos de Jorge Luis Borges el Premio Iniciación por el libro de poemas El solitario.

La joven veinteañera premiada por Borges pronto pasaría a la resistencia. “Yo molotoveaba, hacía unas molotov bárbaras”, comentaba su participación en la resistencia peronista en el 56 y daba una breve lección sobre cómo hacerlas: “Agarrás una botella, dejás un vacío, ponés el inflamable, la pila de estopa, una bochita, la prendés y la tirás”. Estuvo encarcelada y la torturaron, antes de rumbear hacia Europa. “Yo no hacía política, pero había trabajado para el Estado, era amiga de Evita y basta. Pasaron cosas tremendas en el cautiverio pero no importan: les pasaron a todos los que estuvieron presos. Después me tiraron a la calle. En esa primera dictadura si no te fusilaban, te tiraban a la calle. En la segunda te tiraban al mar; en los 50 eso no se les había ocurrido”, ironizaba Venturini que se exilió en Francia.

En París, donde vivió durante 25 años, la muchacha peronista, testigo del movimiento existencialista, fue amiga de Violette Leduc y conoció a Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus, Eugène Ionesco y Juliette Gréco. En Sicilia frecuentó a Salvatore Quasimodo. Aurora tradujo a Isadore Ducasse, Conde Lautréamont, Arthur Rimbaud y a François Villon, a quien le dedicó también el ensayo Raíz de iracundia vida y pasión del juglar de Francia (1963). “Tengo para mí que es antihigiénico ayuntarse en pareja ocho horas. Exponiéndome a la crítica negativa, diré que los maduros matrimonios ayuntados toda la noche me dan asco; inconscientes, transpiramos, pateamos, gritamos. Creo que nos morimos al entrar en sueño profundo. Son ideas mías, tal vez sean ideas turbias y disociales”, plantea la narradora de uno de los cuentos de El marido de mi madrastra. Aunque se casó dos veces –una con “un juez de derechas”, otra con el historiador revisionista Fermín Chávez–, la escritora proclamaba a quien tuviera enfrente que no servía para el matrimonio. “No sé hacer nada: no cocino, no limpio, no quiero hijos. Soy difícil. Mis matrimonios fueron Vilcapugio y Ayohuma”.

Fuera de serie

La segunda vida de Aurora llegó en 2007, cuando el jurado del Premio Nueva Novela leyó el manuscrito de Las primas, sin saber quién estaba detrás del seudónimo “Beatriz Portinari”. La voz de Yuna Riglos, esa narradora de un mundo sórdido, cruel, asfixiante, la consagró definitivamente como escritora. Esa mujer delgadísima de voz ronca en poco tiempo se convirtió en el fenómeno Venturini, que se expandió hacia España, donde Constantino Bértolo, entonces editor de Caballo de Troya, la publicó en 2009. La edición española de Las primas recibió el II Premio Otras Voces, Otros Ámbitos. El escritor Enrique Vila-Matas planteó que quizá, tras el manuscrito de esa novela genial, “pudiera ocultarse el prolífico César Aira disfrazado de loca faulkneriana”. Como si fuera una extraña combustión entre una Silvina Ocampo alucinada y una María Elena Walsh retorcida, en la materia de sus ficciones o autobiografías delirantes están la infancia hostil, el rechazo filial y el desapego familiar, la locura y la deformidad; un universo que atraviesa también a títulos como Los rieles, Eva, Alfa y Omega y Cuentos secretos.

“Yo conversaba muchas veces con Guillermo Saccomanno, que fue mi maestro, y fue jurado del premio, y me contaba que el manuscrito tenía liquid paper, papelitos como collage; entonces él con (Juan) Forn especulaban si no sería una persona muy friki, muy extraña, que es lo que finalmente resultó ser, o alguien que les estaba tomando el pelo, porque era tan raro ver manuscritos de esa manera, mandados a un concurso, que dudaban quién era la persona que se ocultaba detrás de ese envío, que fue el que reventó el concurso, en el sentido de que se puso por encima de los otros textos”, recuerda Claudia Piñeiro. “Cuando leí Las primas tuve todo el tiempo una sensación de zozobra, de asombro, de maravilla: no me puede estar contando esto de este modo en que me lo cuenta. La sensación era de estar frente a una escritora literariamente muy corajuda, que va a todos los lugares donde quiere ir, que lleva la prosa al lugar más extremo donde la quiere llevar. Cuando decís qué bárbaro lo que hizo acá, a la próxima página te sorprende con algo donde fue por más aún. Esa cosa de no parar... era como si no parara en su búsqueda de una literatura muy personal y muy particular”, reflexiona la autora de Las viudas de los jueves y Catedrales.

“Cuando leí Las primas sufrí una especie de golpe estético, una sensación similar a la que sentí cuando leí El Fiord, de (Osvaldo) Lamborghini, esos textos que te llevan por delante, que tienen una potencia discursiva que parecen como un tren, algo fuera de serie”, revela Jorge Consiglio. “Es un texto que necesariamente, por lo menos en mi caso, me obligó a una relectura. Recuerdo que terminé de leer la novela, esperé dos semanas y volví a leerla. Ese texto es la desmesura, es un texto muy poderoso. Las primas y el resto, porque lo notable es que no baja la intensidad en cada uno de los textos que escribió. Después la seguí leyendo y me di cuenta de que eso era un estilo que la constituía”.

Estilo antropofágico

“El legado son sus obras, lo que tenemos para leer, sus novelas y cuentos”, afirma Piñeiro. “Que Tusquets los haya rescatado nuevamente y los reedite es maravilloso porque a veces pasa con algunos autores que sus obras no están a mano. Pero más allá del legado, lo que pasó con Aurora Venturini tiene que ser una señal de que a veces hay textos extraordinarios que se nos pasan de largo. La mayoría de nosotros la empezó a leer cuando ella tenía 85 años, ¿por qué son tan pocos los que sabían antes de ella? Venturini se carteaba con gente muy ilustre de la literatura de acá y de afuera que sí sabían quién era ella. Los escritores de La Plata la conocían. No es que estaba oculta, pero la mayoría de los lectores no accedíamos a su literatura. ¿Por qué tantos años no accedimos? Eso me parece que tendría que ser una reflexión que nos quede a posteriori para otros casos en los cuales seguramente hay autores haciendo textos disruptivos, personales y que merecen la pena de ser leídos”.

Consiglio se refiere a la fuerza particular de Aurora. “Hay como un estilo antropofágico; come de todo, abreva en todo. Y con todo me refiero a registro alto, registro bajo, neologismos, palabras que se quedaron en el camino, palabras que ya no se utilizan, con todo eso logra un magma lingüístico que tiene un poder que realmente llama la atención”, precisa el autor de Pequeñas intenciones y Hospital Posadas y destaca que esa fuerza lingüística se combina con la trama porque “narra desmesura con un lenguaje desmesurado”. “Algunos escritores lo que hacen es inventar un idioma dentro del idioma, en este caso inventar el idioma Venturini dentro del castellano. Me hace acordar al poeta (Juan Carlos) Bustriazo Ortiz y también a Marosa di Giorgio, que si bien no es tan extrema como Lamborghini sí inventa de una manera muy clara una trama, un universo que es absolutamente propio y lo traduce con un lenguaje que también es propio”, explica el escritor.

A Camila Sosa Villada lo que más le gusta de “La Venturini” es “los personajes derrotados, tullidos, golpeados, que cogen, que se enamoran, que tienen deseos prohibidos”. Después señala “cierta cualidad asombrosa, como eso que hace en Los Caserta, de ponerle una cadenita a una tortura para llevarla colgando, una gran crueldad de la que hablaba (Antonin) Artaud. Eso me parece lo más interesante de Venturini, además de un lenguaje que pareciera estar vetusto en las letras, es decir que hoy en día sería imposible que una escritora escribiera de esa manera, con ese tono, y sin embargo tan moderno a la vez, que nos está fascinando a todos”, reconoce la autora de Las malas. “Hay una manera de escribir antigua, pero a la vez se lee perfectamente contemporánea. Y son novelas breves, cuentos breves, eso siempre es un placer entre tanto libro eterno, entre tanto libro grande, sobre todo de los hombres que escriben esos libros de ochocientas noventa y nueve mil páginas. Historias tan concretas, tan bien resueltas, siempre dan gusto de leer”.

Lecturas y exposiciones

 

En el hall de la Sala Argentina (segundo subsuelo) se desplegará una exposición de primeras ediciones, originales, fotos, manuscritos y nuevos títulos de Venturini (1921-2015). A las 15, se proyectará el documental Beatriz Portinari, de Agustina Massa y Fernando Krapp. Después Massa y Pedro Barandiaran (productor) conversarán con el público. A las 17.30, la actriz Marcela Ferradás, caracterizada como Yuna Riglos, brindará una conferencia sobre arte. Después Tenenbaum, Piñeiro y Consiglio conversarán sobre la obra de la escritora platense. A las 19.30, llegará el cierre de la jornada: Sosa Villada y Gala leerán fragmentos de Nosotros, los Caserta, El marido de mi madrastra y Las primas.