De don Benito Silva. El primer bandoneón que Santiago tuvo en sus manos, con el que aprendió y grabó algunas cosas –y que aún tiene– perteneció a don Silva, nacido en Santiago del Estero. Fue hace varios años, más de diez, justo un tiempo antes de venirse a Buenos Aires. Y antes que todo, aclara: “Ojo que es un instrumento poco conocido como folclórico pero es muy tradicional de allá: en el folclore carpero y santiagueño y de todo el norte es muy común. Es verdad que no está tan visibilizada la cultura del bandoneón en el norte como acá”.
Santiago Arias tiene 28 años, es jujeño de Tilcara y aún conserva en el decir cierta tonada del lugar. Hijo de padre y madre guitarreros, su casa era posta obligada de los amigos y vecinos de la familia. Estudió guitarra y bajo eléctrico desde muy chico. Y fue en esos años que se volvió devoto y fanático de Hermeto Pascoal, Gismonti, Pat Metheny, allende del rock vernáculo. “Di mil vueltas hasta llegar al folclore. Durante toda mi infancia fue donde más aprendí. Y sin darme cuenta. Me cae la ficha de grande: ‘ah, toda esta data tremenda la mamé desde que nací hasta que me fui de Tilcara’”. Esa información, por ejemplo, orejeada en festivales y encuentros zonales: “Bajan de los valles, gente que viene con los bandoneones destruidos, una fiesta muy de campo donde escuchás tocar de una manera muy loca. Cero academia y a la vez música y estilos que están bastante vírgenes. No contaminados, tocan de la manera cómo ellos aprenden y ya”.
“Si me voy a Buenos Aires no voy a estudiar folclore, para eso me quedo acá”. Eso pensaba Santiago al momento de empezar el conservatorio; que abandonó, retomó y volvió a dejar: “Me metí en la carrera de bandoneón clásico, hice poco más de tres años. Y dejé porque me di cuenta que no era eso lo que yo quería. Hay cosas de la metodología que no me cierran, que no tienen que ser de esa manera. Está buenísima la data esa pero prefiero estudiarla de otra manera. Aprendí la cuestión ‘legal’ de la música. A leer, a escribir y a ordenar todo eso”.
Hacia 2013 ganó un concurso del Fondo Nacional de las Artes y eso apuró un tanto las cosas: a unas pocas canciones que tenía grabadas en bandoneón solo fueron sumándose otras; diez piezas arregladas por él que conforman su primer disco Fuellisto (2014): un registro íntimo, casi puramente instrumental, adobado con el tamiz sonoro del noroeste: bailecitos, huaynos, aires andinos, de vals y de copla, algunas chacareras. Puede adivinarse cierto registro artesanal: los resoplidos, rezongos, la madera y lo percutivo del fuelle, los bajos del instrumento como si fueran el bombo. Y piezas hermosas como “Recuerdo salteño” (Ramón Burgos/Marcos Tames) y “Por la Quebrada” (Justiniano Torres Aparicio). “Es un disco más tilcareño” dice.
En Argentina –y el mundo– es difícil pensar un bandoneón por fuera del tango y que no resuene el nombre de Dino Saluzzi. Santiago va más allá y más acá: “Es el mayor exponente del género refinado. El tipo agarró toda esa escuela de raíz, de bandoneón norteño y lo refinó a un nivel del carajo. Es muy distintivo. Es único por eso. Todo eso él ya lo tenía incorporado, no es que se puso a delirar: todo eso lo mamó y le agregó algo que le sumó muchísimo. Saqué muchas de él. Él ha sido muy generoso en todo sentido. Me dijo una vez: cuando uno habla de algo que sabe, no hay problema. Lo de Dino es refinado pero tiene el espíritu de todo aquello. Hay muchos músicos que refinan y refinan y después no hay contenido. Está muy lindo pero no hay nada, como si no hubiera vivencia. Y lo que uno vive es lo que le da contenido a la música”. Y cuenta que después empezó a ir más para atrás: en el territorio, a empezar a meterse y buscar en Bolivia y Perú; y en el tiempo a encontrarse con autores como Miguel Simón, Orlando Geréz, Máximo Puma, Daniel Vedia, Chopa Nievas, Pacho Solá. Marcos Tames, Cayetano Saluzzi.
Primero de oírse nombrar, luego de escucharse y ya después en guitarreadas y toques de trabajo: finalmente el encuentro de Santiago Arias con el guitarrista salteño Sebastián Castro tomó forma de disco: Criollo, editado hacia fines de 2016. El recorrido musical allí se expande un poco más, no está tan situado en el noroeste sino un tanto más abierto: gato, chacarera, zambas, alguna cueca. El trazo íntimo (guitarra y bandoneón -aquí con un sonido más brilloso-; violín y bombo en sólo dos canciones) de dos músicos a puro swing folclórico –y criollo, claro–. “Cuando uno toca esta música está evocando un montón de cosas que, si no las conocés, no te las puedo contar. El paisaje, vivencias. Esa comunicación tiene que ver con Seba Castro y con Criollo”. Ambos discos comparten, además, cierta búsqueda respecto a los compositores que se revisitan; no sólo Leguizamón/Castilla, Falú/Dávalos, Andrés Chazarreta, los Hermanos Simón sino que también aquellos tanto menos conocidos: Jaime Medinacelli, Virgilio Carmona, Oscar Valles, Manuelcha Prado, Torres Aparicio. “Yo no compongo. O no compongo tanto, algunas cosas tengo. Entonces me gusta escuchar, sacar. Disfruto meterme, bucear ahí y encontrar”.
Santiago también forma parte de La Cangola Trunca, un trío donde, de alguna manera, echa a rodar aquella devoción por Pascoal y Gismonti. En su primer disco, Calisaya, pueden encontrarse cosas folclóricas así como latidos más jazzeros, una pieza loca y hermosa como “La Bartoñeka/ K’arallanta” (una adaptación libre de Quince canciones Campesinas Húngaras, nro. 7,8 de Bártok) tanto como la copla que cierra el disco.
Mientras arma su primer cigarro de la tarde noche cuenta que está estudiando saxo, que quiere volver a editar algo con bandoneón solo, quizás de músicas bolivianas, que en Carnaval sigue saliendo a coplear junto a Los Mañeros, que está enloquecido con los discos de Nadia Szachniuk y Timba de Diego Schissi, que están grabando con La Cangola, que disfruta de aquella música -Pat Metheny, Pastorius. Pero, dice, la urgencia es otra: “Tiene más que ver con mi vida. Sin darme cuenta dejé de hacer esa música y empecé a hacer otra porque me alivié más para ese lado. Hay que hacerse cargo del mensaje que uno tiene para dar”. Y por último, Cuchi Leguizamón: “Los temas de él son como una herejía bien coherente. Y eso se siente. El Cuchi destruye el metrónomo pero lo escuchás y no sentís que esté mal, es totalmente orgánico. Cada vez me importa menos lo técnico, sin menospreciarlo, obvio. A la hora de la interpretación tiene que estar lo otro, porque si no está, no pasa nada”.
Antes de emprender una gira por Bolivia, Santiago Arias y Seba Castro presentarán Criollo los sábados 6 y 27 de mayo, en el teatro El Marechal, Leopoldo Marechal 1219.