Nadie como José Pablo encarnó la figura del gran intelectual argentino. Supo generar una obra caleidoscópica, cuyos colores daban cuenta del mismo hombre en narrativas diferentes: guionista, novelista, filósofo, intelectual polémico, historiador, y en todos los registros su pasión personal por hacerse entender, por explicarse hasta el final con todos sus recursos. El Sartre que él admiraba encontró en su pasión de pensador argentino un nuevo escalón, constituir un estilo de transmisión generosa que a partir de ahora nuestro país siempre echará en falta para siempre.
Una noche, ya muy tarde, con Horacio González por San Telmo nos dijo: "Vamos a tomar algo”. “Pero son las tres de la mañana”, dijimos. “¿No somos porteños?”, preguntó José Pablo. Llegar siempre más lejos, dar otra vuelta al asunto: Horacio y José Pablo encarnaban muy bien esa posición. Pensar en Argentina es estar obligado a ir más allá de uno mismo. Odiaba a Lacan y al psicoanálisis pero ambos pasábamos por alto el detalle, en primer lugar éramos de los gloriosos '70 y llevábamos con gusto ese peso.
Porque él, estando en lo más íntimo del pliego colectivo, caminaba solo. Como siendo el custodio insomne de la patria que siempre quiere ser descifrada. Por un gran hombre como él.