Johnny de chico le había pegado al padre de un amigo. Se estaba peleando con el nene y el padre quiso meterse y Johnny le pegó una trompada en la cara. Unos años más tarde, cuando los Beatles tocaron en el Shea Stadium de Nueva York, fue a verlos con una bolsa llena de piedras. “Es verdad, pero no le pegué a ninguno. Además estaban muy lejos”, diría después. Dee Dee curtía drogas duras y tuvo su época de andar por las noches como taxi boy. De eso se trata una de las tantas canciones que escribió para la banda, “53rd & 3rd”: un yonki trabaja la zona roja sin que nadie se fije en él hasta que se lo lleva un tipo al que acuchilla. Joey tenía un Trastorno Obsesivo Compulsivo avanzado: cuando bajaba escaleras, por ejemplo, se aseguraba de pisar todos los escalones. Y si cuando había terminado de bajar no estaba seguro de haberlos pisado todos, volvía arriba y la bajaba otra vez. Tommy era el más tranquilo de los cuatro, tanto que Dee Dee se sorprendía cuando le decía que con una cerveza estaba bien. Al comienzo quería ser el manager de la banda y fue el encargado de probar a los candidatos a bateristas, pero eran días en que los virtuosos eran plaga y ninguno de los postulantes comprendía que lo único que se les pedía era mantener un ritmo fuerte y parejo, sin adornos, de principio a fin. Ninguno lo comprendió así que el baterista terminó siendo él.
Monte Melnick, amigo de Tommy desde la infancia, los conocía a todos pero al comienzo no era muy fan de la banda. Unos años antes había grabado dos discos para la Warner como bajista de Thirty Days Out, un grupo de pop progresivo que había sido soporte de los Beach Boys. Y un día, por darle una mano a su amigo con las consolas, estaba en los ensayos de estos cuatro tipos que avanzaban a los tumbos con unas canciones que no se terminaba de entender si eran un chiste o qué, una andanada de guitarras podridas y temas en tres acordes con letras que avisaban que el segundo verso es igual al primero y otras que hablaban de aspirar pegamento o madres que corren a sus hijos para pegarles con un bate. Pero Monte se quedó, se quedó a ese ensayo y al siguiente, y les hizo el sonido en su primer show en el CBGB, cuando tres gatos locos los miraban boquiabiertos sin comprender bien qué pasaba, y salió de gira con ellos y terminó dando la vuelta al mundo durante veintidós años en los que hizo de road manager, padre, madre, jefe, amigo, conductor de micro, organizador de giras y confesor, veintidós años en los que vivió de todo, desde cubrirse tras un panel de la lluvia de escupitajos que les lanzababa la audiencia británica hasta ser agasajados con una cena en la enorme y fantasmal mansión victoriana que Stephen King, fan de la banda, tiene en un bosque en las afueras de Maine. “Lo de las escupidas era un asco, por suerte fue una costumbre que no duró mucho tiempo”, recuerda Melnick al teléfono desde su hogar en Nueva York. “Me acuerdo también de un show de 1978 en que fuimos soporte de Black Sabbath, una fecha que se había publicitado como ‘Metal vs. Punk’. ¡El público nos tiraba pilas, botellas, todo lo que tenían a mano! Eso sí que fue para susto”.
Estas anécdotas y cientos más son las que dan vida a las casi cuatrocientos páginas de En la ruta con los Ramones, la fascinante biografía escrita por Melnick que acaba de ser lanzada en nuestro país por Editorial Planeta. “Soy el único que queda de aquella época así que tengo una perspectiva bastante única de todo lo que pasó”, afirma el road manager. “La gente me pidió durante mucho tiempo que escribiera un libro, pero recién pude hacerlo cuando Joey falleció. Hay un par de cosas acerca de él que no son del todo felices y no me sentía cómodo con eso”.
Originalmente publicado en 2003, el libro cuenta con más de seiscientas fotos que ilustran breves párrafos con citas directas de los miembros de la banda y más de cien personas allegadas a ellos: músicos, familiares, productores, novias, ex-novias y cuanto personaje haya rondado el mundo Ramone, todos testimonios grabados por Melnick y editados por Frank Meyer, quien al comienzo iba a ser escritor fantasma pero su trabajo fue tan bueno que Monte decidió sumarlo a los créditos de autoría. El resultado es una obra caleidoscópica que aborda desde diferentes perspectivas no sólo el mundo Ramone sino también la industria musical de mediados de los setenta a finales de los noventa. Y un plus: la versión local del libro llega con el agregado extra de un capítulo que narra las andanzas de los Ramones en nuestro país. Fue elaborado por Mariano Asch, periodista y productor argentino especializado en punk que fue a la vez uno de los principales impulsores de esta edición.
Queremos las ondas
El libro está dividido en dieciséis capítulos que relatan amores y odios en partes iguales. Uno de ellos, “Leave Home”, trata acerca de la gira por Europa que los Ramones realizaron junto a los Talking Heads a fines de los setenta y la complicada relación que la banda tuvo en aquel momento con los Sex Pistols. El mismo Melnick no guarda un buen recuerdo de los londinenses: “Con lo de vomitar sobre el escenario, arruinar estudios de grabación y estupideces como esas, los Sex Pistols pervirtieron el nombre del punk. De pronto todos pensaban que los Ramones hacían lo mismo, entonces las radios no los pasaban creyendo que eran demasiado peligrosos. La actitud de los Sex Pistols en aquellos años definitivamente perjudicó a los Ramones”, sentencia el autor.
Es legendaria también la relación que la banda tuvo con Phil Spector, el talentoso y excéntrico productor que durante los sesenta creó la “pared de sonido” sobre la que se construyeron algunas de las canciones populares más recordadas de aquellos años. Fascinado con la banda, que a su vez tenía claras influencias de su música, Spector les ofreció en 1979 ser el productor de su siguiente disco, un trabajo que, todos suponían, finalmente enamoraría a las radios y llevaría a la música de los Ramones al éxito comercial que se les venía negando. Editado en 1980, End of the Century no resultó como esperaban: “Todos éramos grandes admiradores de Phil Spector... hasta que lo conocimos”, ríe Melnick.
-¿Es cierto que una vez los encerró en su casa?
–Sí, un par de veces pasó eso. Una vez nos puso una película de terror y la repitió una y otra vez sin permitir que nadie saliera de la casa. Otra vez simplemente comenzó a tocar el piano y tampoco nos dejaba salir. O sea, su casa sólo podía ser abierta desde adentro y sólo él tenía las llaves. Estaba totalmente chiflado. Era un productor brillante, amábamos su música y sus trabajos como productor, pero no teníamos idea de que estuviera tan loco. Lidiar con él en el estudio fue toda una experiencia. Estuve ahí en todas las sesiones de grabación del álbum, y creeme que estaba tan loco como todos dicen que estaba.
–¿Cómo fue cuando los amenazó con un arma en el estudio?
–Bueno, no fue divertido... Estábamos todos ahí y estaba comportándose demasiado loco, así que algunos quisieron irse y ahí fue cuando sacó el arma y dijo “De acá no se va nadie”. No apuntó ni le disparó a nada. Siempre llevaba armas encima, o sea, tenía guardaespaldas que llevaban armas y él las llevaba también. Ese día la sacó y empezó a flamearla de un lado al otro, tratando de intimidar a la banda. No fue divertido, no fue nada divertido... Pero locuras aparte, creo que Spector logró trabajar su magia en el disco. A los que no les gustó dicen que los Ramones se alejaron del punk para hacer algo más pop, pero los Ramones siempre fueron una banda punk-pop, no es que hacían un hardcore callejero. Joey amaba a Phil Spector y Phil amaba a Joey. Pero Johnny lo odiaba, sobre todo porque lo hacía repetir durante horas sus partes de guitarra, y Dee Dee nunca pudo llevarse bien con él. Aún así, Spector consiguió algo bueno de la banda, pero las radios estadounidenses veían el nombre Ramones y se imaginaban todas estas ideas negativas y no los pasaban. Ahora suenan en la radio y los ponen en comerciales, bandas de sonido y esas cosas, pero nada de ese pasó cuando la banda estaba en su plenitud.
Bichos raros
Hay dos mojones clave entre las cientos de anécdotas que transcurren a lo largo del libro. Uno fue la pelea que tuvieron Joey y Johnny a comienzos de los ochenta a causa de una joven llamada Linda, que era novia del cantante y terminó yéndose con el guitarrista, para finalmente casarse con él. Eso provocó un distanciamiento sin regreso, al punto de que no se hablaron durante los quince años que continuaron juntos en la banda. A esto hay que sumarle diferencias críticas en las posturas políticas de ambos: mientras Johnny era un ultraconservador de derecha, Joey militaba activamente por minorías e ideales de izquierda. No es difícil entonces pensar que “The KKK Took My Baby Away” (El KKK se llevó a mi chica), escrita por Joey, estaba dirigida a Johnny. “También lo pienso”, confiesa Melnick, y agrega: “Johnny solía llevar consigo a todos lados una tarjeta del KKK. No sé si lo hacía en broma o qué, pero solía tener una actitud seria acerca de la manera en que pensaba sobre ciertas cosas. Lo bueno es que, si bien después de lo de Linda dejaron de hablarse, no querían perder todo lo que habían conseguido así que siguieron con la banda. No fue tan malo como la gente suele pensar. Por supuesto que no se llevaban para nada después de lo que pasó, pero lo bueno es que mantuvieron al grupo unido y la rueda siguió girando”.
Otro capítulo crítico para la banda fue cuando Dee Dee (o “Titi”, como lo llamaban cariñosamente sus vecinos cuando vivió en Buenos Aires) tomó en 1989 la decisión de dejar el grupo. “Pensé que era el fin”, recuerda Melnick. “Era uno de los Ramones principales, pero en ese momento su problema con las drogas se estaba convirtiendo en algo serio y ya no quería seguir en la banda, quería dedicarse al rap. En vivo ya no tenía la misma actitud y estaba arrastrando a toda la banda hacia eso, así que se fue. Todos creyeron que era el fin, pero Johnny dijo ‘No, vamos a encontrar un reemplazo y vamos a convencerlo para que siga escribiendo canciones para la banda’. Y eso fue lo que sucedió. Trabajar con Johnny no siempre era fácil. Podía ser un capataz duro y cruel, pero su temperamento fue el pegamento que unió al grupo. Entonces conseguimos a C.J., el gran C.J. Ramone, un tipo joven, lleno de energía. Toda la banda tuvo que estar a su altura y eso refrescó al grupo”.
En abril de 2001, Joey falleció del cáncer que le había sido diagnosticado siete años antes. En junio del año siguiente, Dee Dee fallecía por una sobredosis de heroína, y dos años después Johnny también se fue culpa de un cáncer de próstata. El último de los Ramones originales en partir fue Tommy, en 2014, por un cáncer de vías biliares. En un párrafo rescatado por el libro poco después la ceremonia que se le realizó a Joey tras su fallecimiento, C.J. comenta: “No me gustó la ceremonia. Todos hablaron del personaje público pero nadie dijo nada sobre el hombre. Nadie dijo: ‘Joey fue un puto bicho raro que contra todo pronóstico jugó a su juego y ganó’. Si Joey no hubiera tenido a los Ramones, habría sido una de esas personas que viven rodeadas de mugre en su departamento o terminan en un psiquiátrico. No debería ser recordado por su fama sino porque fue un hombre que se hizo a sí mismo. Lo mismo con Dee Dee. Como era tan raro y estaba tan colgado, la gente se reía y no se lo tomaba en serio, pero imaginate lo difícil que debió resultar todo para él, un completo caso perdido que ni siquiera podía poner orden en su vida cotidiana. Y encima conseguir algo como hicieron ellos. ¿Quién hubiera imaginado que alguien como Joey sería cantante de una banda y tendría montones de chicas? Eso es lo que pasa desapercibido cuando se habla de los Ramones”.
Sobre el final de su carrera, la banda consiguió en Argentina y Brasil el reconocimiento que no tuvo en su propio país sino hasta muchos años después de haberse separado. La charla con Monte termina con su recuerdo de aquellos días: “Fuimos a tocar a Argentina en una época en que no eran tantas las bandas que tocaban por allá. El productor que nos llevó tenía radios así que sonamos mucho ahí y también salimos en muchas notas en los diarios. Volvimos algunas veces más y eso finalmente generó algo muy grande que nos sobrepasó. Habíamos estado en todo el mundo y de golpe llegamos a un lugar en el que nos trataban como si fuéramos los Beatles, nos echaban de los hoteles porque los chicos afuera cantaban y rompían vidrios, ¡era de no creer! Nunca deja de fascinarme lo grandes que los Ramones son por allá. Para un grupo que aún sin mucha difusión inspiró a grandes bandas de todo el mundo a salir y tocar, Sudamérica fue sin dudas el lugar en el que tuvieron más fans. La banda siempre se sintió tan sorprendida como agradecida por eso”.