A la memoria de José Pablo Feinmann (hincha de la Academia).

Veinte años de un país incendiado y cuerpos cosidos a balazos nos transportan al 2001. Las crisis suelen ser un destino inexorable de nuestra temperatura social. Los 38 muertos a manos de la policía, centenares de heridos graves y dos días de furia –19 y 20 de diciembre– dejaron a la Argentina en el subsuelo de su historia. Había Estado de sitio. Se reprimió el estallido espontáneo con el código penal y demasiados efectivos de uniforme y camuflados de civil. Las Madres de Plaza de Mayo los enfrentaron cara a cara. El corralito de Domingo Cavallo apretaba como un grillete. El pueblo pedía pan y trabajo. En esas condiciones salió campeón Racing.

Si los salarios no valdrían nada con la devaluación posterior, las vidas menos. En ese marco de represión institucional y confiscación de ahorros, el deporte quedó jaqueado, aunque no moribundo. En ese tiempo y espacio no había margen para casi nada pero el fútbol quedó a salvo. De ese profundo declive en las condiciones de subsistencia se recuerda una imagen: miles de manos removían las bolsas de basura buscando restos de comida.

Racing se consagró campeón en ese momento después de 35 años de calamidades. Hay un libro que cuenta en detalle cómo ganó ese título sin perder de vista el contexto. ¡Academia carajo! de Alejandro Wall, publicado en 2011. El equipo y el periodista –hincha apasionado– apenas vieron postergado el festejo cuatro días. Del domingo 23 al jueves 27. Pero en los instantes previos el asfalto se recalentaba. El humor social levantaba fiebre y eso en el país del “que se vayan todos” era dinamita. Lo describe el autor cuando se mete en la piel del director técnico, Reinaldo Merlo:

“Mostaza estaba demasiado sumergido en ese sueño vaporoso que era Racing campeón cuando el país comenzó a arder. ¿Cómo se hacía para no pensar? Imposible. Somos parte de este mundo. Había que cruzar el Puente Pueyrredón y el Puente Pueyrredón estaba cortado. Y el problema no era que estuviera cortado, sino por qué lo cortaban. En el peronismo de Mostaza hay sensibilidad. Mostaza, jugador duro de la mitad de la cancha, es un hombre sensible. Por eso, cuando llegó a su casa, no pudo concentrarse en los videos de Vélez. Clavó la televisión en los noticieros que transmitían en continuado la represión, los jóvenes resistiendo, el humo en la ciudad y el helicóptero tomando altura”.

El presidente Fernando de la Rúa huyó en un aparato semejante al que los golpistas del ’76 sacaron a María Estela Martínez de Perón de la Casa Rosada. Isabelita, hoy nonagenaria, estuvo cinco años detenida. El jefe de Estado radical tuvo más suerte. No perdió su libertad.

Paso a paso, como el Racing de Merlo, el fútbol recalculó sus fechas en ese verano que comenzaba. La ansiedad se comía los nervios del hincha promedio que esperaba un título esquivo desde 1966. En ese país que no daba respiro había que esperar un poco más. El equipo llegó a la última fecha tres puntos encima de River. Con un empate le alcanzaba para dar la vuelta olímpica. Jugaba en Liniers con Velez y en el Cilindro de Avellaneda a través de una pantalla gigante. La tarde del 27 la Academia llenó los dos estadios.

Esa mimetización entre el clima de cancha y el que explotaba en las calles donde la vida no valía ni dos pesos, se empezó a percibir ya en la noche del 19. “Qué… boludos, qué boludos/ el es-ta-do de sitio/ se lo meten en el culo” cantaba la multitud camino a la Plaza de Mayo.

Martín Vitali, el lateral derecho de Racing, enfiló por el Acceso Oeste desde Morón hacia el Congreso. Wall describe la noche que el futbolista ejerció su derecho ciudadano a la protesta como otros hinchas que brotan de sus páginas (Flavio Nardini, Martín Sharples, Adrián Grana…): “Bajó por la Avenida Entre Ríos y empezó a tocar bocina. El clima lo absorbió…”. Cantó el himno que se entonaba en varias esquinas porteñas y dejó fluir su adrenalina por la situación. “Aquella vez, mientras se dejaba aturdir por las cacerolas, se olvidó por un instante de Racing y de lo que venía. Martin Vitali, el lateral que estaba a punto de ser campeón, vio la Plaza de Mayo repleta y se emocionó. Era su primera vez en una manifestación”.

Unos meses antes jugaba en Independiente. Se había cruzado de un grande de Avellaneda al otro en el invierno del 2001. Le faltaba el título o, en rigor, el partido en que debía definirse ese título estresante. El mismo día en que estaba previsto y se suspendió –el domingo 23 de diciembre– Olé tituló en la tapa: “Ganó Racing”.

Una reunión entre el gerenciador de Blanquiceleste, Fernando Marín, Julio Grondona, el ministro Miguel Angel Toma y el efímero presidente Ramón Puerta decidió la fecha. Pasaba al jueves 27. Loeschbor, el lungo que hizo dos goles claves en el campeonato Apertura –contra Independiente y ese día con Vélez– multiplicó su grito en tantas voces como las que se desgañitaron de Liniers a Avellaneda y que se replicaron por todo el país.

Fue el hecho deportivo del año, aunque no el único. Hubo antes y después un Mundial Juvenil que logró el seleccionado Sub 20 en Vélez –el mismo escenario donde se consagró la Academia-, la segunda Copa Libertadores en fila que ganó el Boca de Carlos Bianchi, la postergada Copa Mercosur que San Lorenzo recién pudo obtener en 2002 contra Flamengo y en otras disciplinas, el nacimiento del –para muchos– mejor equipo nacional de la historia en cualquier disciplina: aquel de la Generación Dorada del básquetbol.

Empezó consagrándose en la FIBA Américas de Neuquén en agosto del 2001. El título le dio el pasaporte para el Mundial de Indianápolis 2002. Salió subcampeón. El ciclo siguió con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Ginóbili y sus compañeros pasarían al fútbol a un segundo plano en el reconocimiento popular.

Pero hubo más. 2001 también fue el año de la decimoctava Liga Nacional que ganó Atenas de Córdoba recién en mayo de 2002. De la 21ª edición del Rally Mundial de la Argentina. Del XXXV Mundial de hockey sobre patines masculino que se jugó en San Juan y España le ganó a Argentina en la final. De la tercera edición de la Copa Mundial de rugby 7 en Mar del Plata que consagró a Nueva Zelanda por primera vez.

Pero nada fue comparable por su tensión emocional con ese título que Racing festejó después de 35 años y terminó con Mostaza Merlo inmortalizado en el bronce. Por la Argentina “Pasaron las grullas”, como en el clásico del cine soviético. Millones de jubilados y empleados estatales tuvieron que soportar una quita del 13 por ciento en sus ingresos. Se cobraba en Lecops o Patacones, las llamadas cuasi monedas. La crisis casi apocalíptica hizo de aquel campeonato uno de los más sufridos de la historia. Un tanto por el estoicismo con que los hinchas vivieron cada partido en todas las canchas. Pero más por un país que se quebró. Como Racing, volvió a construirse de sus cenizas.

Al club le habían declarado su muerte súbita en marzo de 1999 cuando Liliana Ripoll, una síndica platense, anunció que “estaba extinguido”, y que había dejado de “existir como club”. Fue una pesadilla pasajera. Un anuncio que sonó a tragedia griega. Siempre se puede estar peor, dice Pepe Mujica, hincha de Cerro de Montevideo, con su proverbial filosofía de vida. Racing puede dar fe.

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