Martín Galli tenía 26 años el 20 de diciembre de 2001. No militaba pero venía de un hogar politizado. Sus padres eran delegados sindicales y habían enfrentado el ajuste menemista. Su tío Osvaldo Sánchez sobrevivió a la dictadura luego de estar secuestrado en el centro clandestino Mansión Seré, donde ayudó a escapar al deportista Claudio Tamburrini. A Galli le decían Tinta, estudiaba Letras y usaba rastas "porque a las chicas les gustaban". En su barrio, San Justo, no había damnificados por el corralito, había hambre y desempleo. Tuvo dos hijos, ahora adolescentes, con una mujer con quien se encontraba en un bar, ella a corregir y él a estudiar. "Un día llegó y el mozo le dijo 'viste el pibe, lo mató la policía', pero ella leyó en la prensa que yo estaba vivo, me ubicó y nos reencontramos en abril de 2002, formamos una familia, todo muy rápido, como una pulsión de vida después de haber sobrevivido a todo lo que fue el 20". Galli trabó una profunda amistad con quien lo salvó aquel día, Enrique "Toba" García, que dirigía un comedor comunitario en un asentamiento en Ezeiza. Al despertar luego de estar algunos días inconsciente, su hermano le dijo "tenés una bala en la cabeza y Duhalde es presidente".
Paula Simonetti fue herida a pocos metros de él, en el Obelisco. Martín cuenta que habló con ella poco antes de encontrarse con Página12, sobre el fallo de Casación que dejó firmes las condenas a los funcionarios de la Alianza condenados en 2016. Ella hace infografías en el tradicional diario Corriere della Sera en Roma. Se pone mal con la exasperante lentitud y parcialidad de la justicia, pero pudo rehacer su vida. Ambos viven con plomo en sus cuerpos, Galli en su cabeza y Simonetti en su columna.
--¿La imagen de los caballos contra las Madres de Plaza de Mayo te hizo salir?
--Me había quedado con ganas de ir el 19. Era un precarizado, cobraba 250 pesos por mes, el aguinaldo en 12 cuotas, estudiaba Letras en el Joaquín V González, ahí se caían los techos, habíamos tomado el instituto. Me habían robado la moto que ponía para laburar, entonces con 26 años no tenía futuro. Hablé con dos amigos de Boedo, me vine de San Justo en tren hasta Once, que iba lleno de gente. Mi amigo Leo fue muy preciso cuando declaró en el juicio Los abogados de los policías le dijeron "¿usted cómo hizo para ver a esa hora, las siete de la tarde?", y él les respondió que era el día previo al solsticio, por ende era el día más largo del año, es decir que había mucha luz.
--¿Cómo fue esa secuencia?
--Llegamos caminando a Congreso, luego supe que estaba mi vieja con sus compañeras de Suteba, y se volvían en los micros porque ya era todo un descontrol, por experiencia se dieron cuenta que estaba complicada la cosa. Seguimos hasta Plaza de Mayo, por Diagonal Norte, muy inocentes quisimos pasar. La Policía Montada nos corrió hasta el Obelisco, donde había mucha gente y también estaban reprimiendo. No llegué a cruzarme a mi mamá, pero seguro me hubiera dicho que me volviera. Cuando no llegué a casa mi viejo me dijo que él presentía que me había pasado algo malo.
--¿Cuando recibiste el disparo estaban frente al Edificio Del Plata?
--Sí. Me acuerdo que los conserjes del hotel Intercontinental, todos vestidos con sus uniformes, salieron a traernos limones para ponernos en los ojos. Había gente de maletín y traje, y otra con bolsas de comprar el pan, Cavallo logró convocar a todos. Estábamos descansando sentados en el cordón, en 9 de Julio, entre Sarmiento y Perón, tomando agua. En un momento aparecieron dos autos y una camioneta del lado de Constitución, frenaron, bajaron armados con chaleco y empezaron a tirar. Fue un segundo, me levanté para escapar y caí herido. Después de eso no me acuerdo más, lo demás me lo contaron. Hay imágenes, apareció el Toba que me contuvo la herida, me hizo RCP. (N.d.R. El "Toba" era un ex militante del ERP que revivió dos veces a Galli antes de llegar al hospital Argerich) Cayó un patrullero que nos quiso llevar a mí y a Alberto Márquez, que ya estaba muerto. La gente no los dejó, y empezaron a disparar. El Toba ligó un perdigonazo en la mochila. Tuve mucha suerte, apareció un taxista de la nada. El Toba me dijo 'a mi hermana la mataron los milicos, por mí entró al ERP y se comprometió mucho; teníamos una cita envenenada, caí a la casa y ya estaba rodeada, salvarte a vos fue como salvar a mi hermana'. Cuando le agradecía me contestaba que él me agradecía a mí por haberle permitido redimirse de esa manera.
--¿Sentiste culpa de sobreviviente?
--Conocí a Marta, la esposa de Márquez, que lo mataron detrás mío. Me preguntaba cómo estaba vivo con una bala en la cabeza, esa pregunta nunca tuvo respuesta así que me la dejé de hacer. Me daba culpa de haber sobrevivido y Alberto no. Hice terapia para entender que las cicatrices no se van, quedan a fuego. Pero uno puede hacer que no salga sangre. Me llevó mucho tiempo. Cosas que hice a los 40 las tendría que haber hecho a los 30. Tuve la dicha de formar una familia, pero en aquel momento no pude retomar los estudios, estaba pasado de rosca. La epilepsia me quedó como secuela, temía tener convulsiones mientras cuidaba a mi hijo, iba a trabajar y terminaba en el hospital, y revivía el momento del disparo. La vida se me puso en pausa, la internación, la silla de ruedas. De a poco se fue pasando, pude dejar la medicación. Pero recién hace poco me pude realizar. En la jefatura de la Biblioteca de La Boca hice proyectos, ganamos convocatorias, hubo viajes y me recibí en Bibliotecología. Más allá de la parte milagrosa de mi historia, hubo otra más interna, muy dura que duró muchos años.
--El juicio tardó 14 años y la condena otros 5 en quedar firme. Jamás hubo indemnizaciones. ¿El Estado está en deuda con ustedes?
--La verdad es que sí. En el juicio nos hostigaron, me llegaron a decir que iba a ir preso por falso testimonio. En su momento nos recibió Néstor (Kirchner) pero después no hubo un acompañamiento de la Cámara de Diputados al proyecto de ley de indemnizaciones. Lo que pasa es que en los considerandos del proyecto el Estado se hacía cargo de que había habido una represión desmedida, una masacre. Nunca lo iban a aprobar porque cuestionaba a la clase política. Esa ley era como defender el 'que se vayan todos'. Hubo familiares que la hubieran necesitado.
--¿A tus hijos les decís que se cuiden de la policía?
--Sí, al menor, que está empezando a salir. Saben lo que pasó, pero como adolescentes son medio inconscientes. Tampoco quiero traumarlos, pero les digo que lleven documentos, que no salgan corriendo, porque sigue re pasando que los persigan.
--¿Qué pasó con toda aquella rabia de diciembre de 2001?
--Creo que la rabia social sigue estando, pero se canaliza votando a la ultraderecha. Mi rabia vuelve cuando escucho a los condenados en nuestro juicio decir en qué aspectos fueron afectadas sus vidas. Pero estoy con mis hijos, pongo un disco, trabajo en la Biblioteca, que me encanta, y se me pasa.