“Si Pinochet estuviera vivo, votaría por mí.”

Esas palabras lapidarias las pronunció José Antonio Kast en Noviembre del 2017, durante su primera campaña para la presidencia de Chile cuando alcanzó casi 8 por ciento de las preferencias.

Es una frase que, cuatro años más tarde, ante la posibilidad real de que ese mismo candidato gane las elecciones que se celebran hoy en Chile, no sólo define a Kast como admirador y émulo del fallecido dictador, sino que también legitima otra pregunta que yo me hice: ¿Qué líder chileno del pasado, si estuviese vivo, votaría por Gabriel Boric?

La respuesta inmediata fue Salvador Allende, nuestro Presidente socialista traicionado por Pinochet y que murió defendiendo la democracia en La Moneda en 1973. Una respuesta inmediata, pero a la vez obvia y fácil y que no nos revela nada que no sepamos ya de quién es Boric o lo que significa dentro de la historia de Chile. Como decir que por Boric, un gran defensor de los derechos humanos, votarían los desaparecidos, los ejecutados, los que murieron en el exilio durante la dictadura.

Así que cuando me puse a pensar en otra figura histórica que iluminara la contienda actual, la primera persona que obsesivamente se me vino a la mente fue Manuel de Salas, uno de los próceres de la Independencia chilena, que falleció, por una coincidencia que puede parecer extraña, hace exactamente 170 años, a fines de noviembre de 1841.

Me dije que razones sobraban que justificarían su adhesión a Boric. ¿No había sido detenido y desterrado en 1812 por los españoles durante el período conocido como la Reconquista, acaso si viviera hoy no reconocería en el régimen de Pinochet el mismo tipo de represión que sufrió él y tantos compatriotas suyos? Y como el intelectual que había redactado en 1818 el documento que estableció la Biblioteca Nacional, la persona que había adquirido los primeros mil volúmenes para esa institución, ¿no estaría espantado ante las hogueras proto-nazis donde los militares de Pinochet quemaron miles de libros después del golpe?

Pero me di cuenta pronto de que algo más significativo me empujaba hacia el nombre de Manuel de Salas como partidario de Boric. El acto más importante de su vida fue cuando, a instancias suyas, los patriotas chilenos promulgaron en 1811 la ley de vientres, convirtiendo a Chile en uno de los primeros países del mundo que se encaminaba hacia la abolición de la esclavitud. Fue una iniciativa que se llevó a cabo, como cada uno de los notables avances nuestros, a pesar de la feroz oposición de los conservadores y los grandes intereses económicos del país.

Si insisto en recordar ese acto fundacional que se debió a la tenacidad y ternura de Manuel de Salas, es porque en esta campaña se ha hablado mucho acerca de cómo Kast y Boric encarnan dos visiones divergentes sobre el futuro de Chile, pero muy poco acerca de cómo se recuerda y propaga el pasado del país que dio nacimiento a estos dos candidatos. Se habla mucho de la novedad. La novedad de que un joven de 35 años, que personaliza una nueva generación y un nuevo modo de hacer política, arraigado en movimientos sociales que están dedicados a la igualdad de género, el feminismo, la ecología, la reivindicación de los derechos de los pueblos originarios, el repudio del desorden neo-liberal, pudiera entrar victoriosamente a La Moneda. Y la novedad de que por primera vez alguien que reivindica la dictadura puede llegar a ser Presidente, ya que Piňera solo pudo ganar dos veces porque había votado No en el referéndum de 1988 que terminó con la perpetuación de Pinochet en el poder. La novedad inaudita, desconcertante, de que un derechista cavernario, que va a contrapelo de todos los progresos alcanzados por Chile desde la Independencia, tenga siquiera la posibilidad de obtener la mayoría de los sufragios.

Pero de Manuel de Salas, que yo sepa, ni una palabra.

Y, sin embargo, fue Manuel de Salas y tantos que lo siguieron, que prepararon la ciudadanía para que alguien como Boric aspirara a la Presidencia con el propósito explícito de crear una sociedad más justa e igualitaria. Millones lucharon para que hubiera un Estado secular y una educación laica, para que los trabajadores pudieran organizarse, para que los campesinos tuvieran tierra y las mujeres el voto, para que el país controlara sus recursos naturales, para que existiera un Servicio Nacional de Salud y la garantía de una pensión, para que los medios de comunicación masiva no estuvieran exclusivamente en manos de los monopolios.

Es apropiado, entonces, que Kast cuente con el voto en el más allá de Pinochet y ahora de su viuda ladrona y consejera maligna, Lucía Hiriart. Y apropiado asimismo que cuente con el voto de quienes masacraron Mapuches y Selknam, obreros del salitre en Iquique y campesinos en Paine, el voto de los que gozaron de fortunas y haciendas mientras tantos sufrían una explotación inmisericorde, es apropiado que Kast cuente con quienes combatieron la laicidad y el sueldo mínimo y un sinnúmero de libertades, la libertad de prensa, la libertad sexual, la transgresiva libertad artística.

Así que en esta elección no se decide tan sólo cuál es el destino del Chile del mañana. También se decide cuál es el pasado con el que Chile más se identifica, si el país se define como heredero de Manuel de Salas o de Augusto Pinochet, si miramos atrás y vemos un país de luz o si divisamos un país lleno de tinieblas.

 

* Ariel Dorfman, el autor de La Muerte y la Doncella, ha publicado recientemente las novelas Allegro y Apariciones.