Entre las muchas postales que quedaron guardadas en la memoria colectiva de aquellos días aciagos alrededor de 2001, una se recorta en un inquietante segundo plano, como una presencia incómoda, para algunos amenazante y hasta "invasora", según se comprueba en los registros de época. El tren blanco o tren cartonero se instaló en los años sucesivos como un emergente visible de aquella crisis brutal. Y aunque el cartoneo como forma de vida ya existía en la Argentina, fue entonces que miles y miles de nuevos desocupados salieron a las calles con sus carritos, a juntar plásticos y cartón. Tras el estallido del 1 a 1, reciclar además se volvió rentable para las empresas, y por lo tanto se abrió un mercado para esa actividad. De allí al potente desarrollo de un movimiento cartonero que se organizó en cooperativas, logró instalarse como actor central del reciclaje urbano en la Ciudad de Buenos Aires, que hoy tiene representantes en puestos legislativos y de gestión, y que presentó una ley como la de Envases con Inclusión Social, que recoge sus demandas, aparece una trayectoria que tiene mucho que ver con los modos de lucha gestados desde 2001. Y con aquel tren que, paradójicamente, unió a los cartoneros en la pelea para que no lo den de baja, y luego los hizo avanzar cuando fue reemplazado por otra forma de organización del trabajo.
Como hormigas
Los vagones de rezago, los más antiguos y estropeados, sin luces ni asientos, fueron los que se pusieron en circulación hace veinte años en formaciones especiales para transportar a miles de hombres y mujeres desde diversos puntos del Conurbano, con un recorrido que sólo admitía algunas paradas. "Primero era Belgrano R, Lisandro de la Torre. Pero la gente empezó a ser cada vez más, y más. Yo me acuerdo que mirabas y eran como hormigas. Y cada vez con los carros más grandes", rememora Marcelo "Bombín" Ibarra, flamante concejal de Escobar por el Movimiento Evita, y director de Economía Popular del municipio. "Así que se empezaron a abrir otras paradas para el cartoneo: Olivos, Martínez. Porque en Capital ya era imposible juntar para todos", evoca.
"Siempre digo que empezó ahí mi vida de piquetero. Porque de repente tirábamos los carros a las vías para pedir por más vagones, si en un momento era impresionante la cantidad que éramos. Si antes veníamos unos pocos, más para juntar cosas para la reventa, con el cartón ya se transformó en algo muy masivo. Y además había hambre, mucha. Los que veníamos de antes conocíamos todos los recovecos en Capital. Y es feo lo que le voy a decir, pero nosotros le enseñamos a los nuevos compañeros a comer de la basura. Es duro, pero es la realidad: la calle nos dio de comer y nosotros sabíamos dónde había cosas en buen estado", se emociona. Y recuerda que "el 2001 fue bravo, bravo. Porque si antes las panaderías te daban las bolsas de factura que les sobraban, de repente daban numerito para repartir un poquito de pan y alguna factura a cada uno. Fue muy duro".
Bombín ubica en aquellas primeras divisiones acordadas de los barrios de la ciudad y de provincia "para que haya para todos", en las ranchadas esperando el tren de regreso de madrugada, en los "piquetes de carros" para exigir mejores condiciones, y sobre todo en la lucha que dieron cuando se anunció que se cerraría el tren blanco, en 2007, el germen de la organización cartonera. "Siempre fuimos muy solidarios y organizados entre nosotros. Así también logramos que nos pongan una boca de venta en Victoria, para que los que venían de más lejos pudieran alivianarse un poco al regreso. Porque había gente que ahí tomaba otro tren hasta Garín, General Savio, ¡hasta desde Capilla del Señor venían! Con esa gente nos supimos organizar para pasarla un poquito menos mal", sintetiza.
Las mismas historias
También Susana Izaguirre, actual presidenta de la cooperativa Las Madreselvas, recuerda aquellos tiempos de 2001 como críticos; el cartoneo a los 17 años con su hijo recién nacido, sus padres y sus hermanos; las veinte cuadras caminando hasta la estación de Garín, de allí el trasbordo en Victoria, la llegada a Capital. El pasaje de "salir a pedir", con un carrito de mano y acopio circunstancial en la propia casa y vendiendo los sábados en el depósito, a un carro más grande y pesado y una actividad pautada y diaria.
No son buenos ni edulcorados los recuerdos que tiene Susana de aquel 2001 cartoneando. Las horas heladas de madrugada esperando el tren blanco. El acoso de la policía, la denuncia de vecinos que "lo único que querían era que no les afeemos la vered, de solo estar". El mal trato por "el aspecto", la suciedad en los cuerpos que generaba el trabajo entre la basura. La pérdida de un embarazo a término por transitarlo haciendo fuerza tirando del carro. "Capaz otros tenían más suerte, pero para mí la solidaridad de la gente fue buscar una aguja en un pajar. No me tocó. En cambio sí fuimos muy solidarios entre los compañeros. Eso sí, siempre", asegura quien hoy está al frente de una de las doce cooperativas que tienen a su cargo la gestión de residuos sólidos en la Ciudad, integrada por unos 600 recuperadores, con un centro verde propio en Núñez, camiones propios y diversos programas sociales.
Susana menciona la Ley 992, de 2002, que incorpora a los cartoneros y cartoneras al Servicio Público de Higiene Urbana de la CABA, como el primer gran logro de esta lucha colectiva. "A partir de esa ley pudimos caminar la calle tranquilos con nuestros carros", sintetiza el logro concreto y simbólico. Y luego la Ley 1854, conocida como "basura cero", que ubica a las cooperativas de recicladores y a la economía social como actores centrales del tratamiento de la basura en la ciudad. En el medio, el gigantesco acampe cartonero que hicieron para pedir que no saquen el tren blanco. Luego, la inclusión de la perspectiva de género en la promoción ambiental. El listado podría seguir hasta la reciente presentación del proyecto de Ley de Envases con Inclusión Social, que no logró ser tratado este año en el Congreso, pero que abre una disputa concreta a futuro.
"Esa ley tiene que salir porque es inhumano lo que está pasando en las provincias, es inhumano que hoy haya compañeros trabajando en los 5000 basurales a cielo abierto que existen. Esos compañeros hoy están igual o peor que estuvimos nosotros hace veinte años. Si me pongo a pensar, las historias son las mismas. La salida también tiene que ser la misma, y esa salida es colectiva", se planta Susana.
El investigador del Conicet Pablo Schamber, miembro de la Red de Investigación y Acción sobre Residuos (Riar), ubica en la devaluación posterior al 1 a 1 el surgimiento de una industria que incopora al cartoneo como actividad económica. "Las razones por las que la industria recicla no son ecológicas, son económicas. Mientras 1 dólar valía 1 peso, les salía barato usar material virgen. Cuando se sale de la convertibilidad, aparece la demanda del insumo reciclable local", explica. Como todo alrededor de esos años, el proceso fue con forma de estallido: el antropólogo tiene registros de depósitos de Lomas de Zamora donde en menos de un mes el cartón aumentó de 5 a 50 centavos: un 1000 por ciento.
"El cartoneo ya venía desde la enorme desindustrialización y desempleo de los 90, pero es entonces cuando, además de los desocupados, hay gente que deja otras actividades y changas, quizás no tan estigmatizadas pero peor pagas, y se vuelca a esta actividad", evalúa.
Schamber repasa que la estigmatización convivía en la época con una valoración positiva sobre estas personas, que pasaban a ser "trabajadores": "Hay una encuesta de la consultora de Hugo Haime que registra que los cartoneros tenían muy buena imagen en aquel contexto de 'la Argentina solidaria', las asambleas, ollas populares, el 'todos somos maestros', etc. La lectura era: 'esta gente está intentando un trabajo, genera una actividad que no daña a nadie, se está esforzando. Hay una mirada contemplativa y valorativa", analiza el autor de De los desechos a las mercancías. Radiografía de los cartoneros de Buenos Aires.
"Por la patria cartonera y por la lucha de los pobres", acaba de jurar la referenta del Movimiento de Trabajadores Excluidos Natalia Zaracho al asumir como "primera diputada cartonera". Ella recuerda que empezó a cartonear, siendo una niña de 12 años que tuvo que dejar la escuela, en 2001, junto a su mamá y sus hermanos. Recuerda que sentía vergüenza. Y hoy jura en el Congreso de la Nación como "orgullosa cartonera".