El neoliberalismo impone cada día más una práctica social que tiene como fin diluir la política sobre la base de la supervivencia individual. Largos han sido los debates sobre la meritocracia y largos deberán ser ahora los debates sobre el papel de la oposición.

En un escenario donde las provincias más pobres como las del Norte son las más perjudicadas, el diputado Nacional por Catamarca, Francisco Monti (JxC), llamó a restarle importancia al bloqueo del Presupuesto 2022. Mientras más se escucha los argumentos de los legisladores que votaron en contra, más se entiende que el interés de la oposición no fue discutir el Presupuesto, sino propiciarle una derrota ejemplar al oficialismo en medio de las negociaciones con el FMI.

Esto nos lleva a la trillada frase: "El fin justifica los medios". Aunque tal es la desfachatez neoliberal, que a veces hasta se llega a extrañar ciertos genios tenebrosos de la historia política. Recordemos, no ya a Maquiavelo, quien a pesar de sus aportes al pensamiento y la literatura política muere prácticamente olvidado, y al final de sus días llega a confesar: «Desde hace un tiempo a esta parte, yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla».

Estas palabras tienen una resonancia con el estribillo de El cantar de las ranas de Oliverio Girondo: “Creo que creo en lo que creo que no creo y creo que no creo en lo que creo que creo”. Aquello era el Renacimiento; Girondo, lo dice en las puertas de la posmodernidad: la ironía y el cinismo hay que rastrearlas más atrás, pero estas formas siguen con vigencia en nuestros días.

Pero no es Maquiavelo el perfecto canalla, sino un político francés que, además de ser protagonista tras bambalinas, sobrevivió a la Revolución francesa, al absolutismo napoleónico y a la restauración de la monarquía: José Fouché, El Genio Tenebroso, como lo llamó Stefan Zweig.

"Cuesta trabajo imaginarse que el mismo hombre que fue sacerdote y profesor en 1790, saquease iglesias en 1792, fuese comunista en 1793, multimillonario cinco años después y Duque de Otranto algo más tarde".

Así retrata el biógrafo austriaco a este “brillante” político francés, que puso su genio en función de desarrollar un carácter maquiavélico hasta lo abyecto, "el más perfecto de la época moderna", a decir de Stefan Zweig.

Fouché era cura, luego se convirtió en uno de los más fervientes revolucionarios. Creó la poderosa policía francesa y métodos modelos del espionaje moderno. Fue responsable en buena medida de impulsar la carrera del temerario Robespierre, y con igual frialdad definió su caída.

Sobrevivió a la Revolución francesa para ser el único Ministro de Napoleón. Su imprescindible consejero -es Fouché quien le recomienda a Napoleón tomar título de Emperador- hasta la hora en que el poder mengua, para tornarse en uno de los artífices de su caída y de la restauración de la monarquía hasta obtener títulos como Duque de Otranto.

Es decir, sobrevivió a las épocas más convulsa de la historia moderna: "Los girondinos caen, Fouché queda; los jacobinos son arrojados, Fouché queda; el Directorio, el Consulado, el Imperio, el Reino y otra vez el Imperio zozobran y desaparecen, pero siempre queda él, el único, Fouché, gracias a su refinado retraimiento y a su valor audaz para perseverar en la falta absoluta de vanidad".

Al escribir su biografía, publicada en 1929, Stefan Zweig justifica la importancia de traer a la luz este tipo de personalidad:

"Y diariamente vemos de nuevo que en el juego inseguro y a veces insolente de la política, a la que las naciones confían aún crédulamente sus hijos y su porvenir, no vencen los hombres de clarividencia moral, de convicciones inquebrantables, sino que siempre son derrotados por esos jugadores profesionales que llamamos diplomáticos, esos artistas de manos ligeras, de palabras vanas y nervios fríos".

La advertencia -ni esta ni otras más urgentes- no alcanzó para evitar que el Nazismo desplegara en los años siguientes las formas más cínicas de la política.

Sin embargo, ese espíritu que reveló a la historia primero Balzac y luego Zweig; tenía un procedimiento que garantizó el éxito: la discreción, no tomar partido hasta que la balanza estuviera definida y, por supuesto, asegurarse de pertenecer siempre al grupo de los sobrevivientes: catolicismo, proletariado, imperio, monarquía, cada uno a su turno.

La discreción de Fouché pudo contra los hombres más poderosos de su época como Robespierre, Lafayette y nada menos que Napoleón.

Lo temerario en nuestros días, no es que persistan los juegos de traiciones de los que Fouché hizo una pieza de relojería; sino que hoy todo se hace a la luz del día con perfecta impunidad. Quienes endeudaron el país meteóricamente y admitieron que con la plata del préstamo se financió la fuga de capitales, ahora dejaron sin Presupuesto 2022 al Gobierno nacional en medio de las negociaciones de esa deuda con el FMI.