Las jornadas de aquellos aciagos días de diciembre de 2001 dentro del Congreso eran extensas, extenuantes y en ese momento, infructuosas para las clases medias y bajas que eran las principales perjudicadas por las políticas que implementaba aquel rotundo fracaso conocido como Alianza y que conducía Fernando de la Rúa. Las gruesas paredes del Congreso resultaban eficaces para aquellos que no querían escuchar las protestas diarias frente a los bancos y los saqueos a comercios por parte de los que ya no tenían nada para comer. Ese panorama crecía en las calles de la Capital Federal y el conurbano, pero que se distribuían sin solución de continuidad por todo el país. Es por eso que no resultó extraño que el edificio del Congreso de la Nación y su alrededores, sobre todo luego de la implementación del estado de sitio, fueran uno de los objetivos de repudio de la mayor protesta social que se produjo en lo que va del siglo XXI. Pero también el escenario para la salida institucional del país. Aquí, algunas pequeñas historias de esos días históricos.
* La primera noche
Aquel 19 de diciembre de 2001 tanto diputados como senadores habían sesionado buscando descomprimir la tensión. Para eso aprobaron la derogación de los súper poderes y la libre disponibilidad de salarios y haberes jubilatorios. Estaba entre los papeles el decreto presidencial que implementaba por 30 días el estado de sitio, la única salida que se le ocurrió a un híperdevaluado De la Rúa para frenar los saqueos y las protestas. Los cabildeos entre senadores y diputados fueron tantos que no llegaron a debatir este decreto. A esa altura las calles ya hervían. Era el detonante que llevaría a De la Rúa a renunciar. Los canales transmitían las imágenes de esa marea humana que llegaba al Congreso desde la avenida Callao, se estacionaba por un momento frente al Parlamento para luego dirigirse a Plaza de Mayo. A esa hora no se hacía mucho distingo entre peronistas, radicales, frepasistas y los representantes de partidos provinciales.
Cuando la sesión del Senado había pasado a cuarto intermedio, un grupo de periodistas acreditados en el Congreso mantuvimos una reunión con el entonces presidente del bloque del PJ, el sanjuanino José Luis Gioja. La charla, realizada en el despacho que tiene en el primer piso, se detuvo porque era cada vez más fuerte el rumor que venía desde la calle. La oficina tiene un balcón que da hacia la plaza y por eso varios de los periodistas salimos a ver lo que ocurría. El paisaje era impresionante. Miles de miles de personas caminaban, hacían repiquetear sus cacerolas, batían palmas, protestaban y, sobre todo, puteaban: al gobierno, al Congreso, a los diputados y senadores. Era de noche, en ese momento me suena el celular, era Nora Veiras desde la redacción y le cuento lo impresionante que era lo que veía y escuchaba que voceaba aquella multitud. Entonces le relato: "Gritan, putean mucho y dicen hijos de puta...", le digo y presto más atención a los manifestantes, me doy cuenta y le advierto: "¡Nora! Me dicen hijo de puta". No era para menos, en ese tiempo la mayoría de los periodistas usábamos saco y corbata así que de lejos y en la penumbra éramos lo más parecido a un legislador, al enemigo de esos días.
* Voy a ser candidato
Con De la Rúa renunciado había que definir quién y cuánto tiempo gobernaría. En un principio el entonces peronista Ramón Puerta se hizo cargo del Ejecutivo al ser el presidente provisional del Senado. La primera idea era designar un presidente de transición que llame a elecciones en pocos meses más y, preferiblemente, debía ser un gobernador. A pesar de la crisis, ese nombre apareció rápido: Adolfo Rodríguez Saá. El segundo tema de discusión, algo más difícil de resolver, era cómo se definía la candidatura del PJ sin pasar por internas. La alternativa era ley de lemas que no existe para la elección presidencial. A pesar de que no había una resolución a este inconveniente, el PJ ya tenía aspirantes: Carlos Ruckauf con José Manuel de la Sota, Puerta con Adolfo Rodríguez Saá, Carlos Reutemann era otro.
Cuando finalmente se acordó que Rodríguez Saá se encargaría del gobierno, el anuncio se lo realizó en el salón Gris del Senado. Uno a uno los senadores fueron saliendo junto a los gobernadores que habían participado del acuerdo. Entre ellos estaba Néstor Kirchner que había sido reelecto por segunda vez al frente de Santa Cruz en 1999. Mientras los legisladores y gobernadores se acomodaban para dar el anuncio, el santacruceño se sale de allí y se acerca a un grupo de periodistas. Saluda con afecto y dice sin levantar el tono de voz: "Voy a ser candidato a presidente".
* El certificado
De la Rúa ya había caído y todos los días en la puerta de ingreso a la Cámara de Diputados había un grupo de personas, perjudicadas por las políticas de la Alianza, protestando, buscando a algún diputado. Fue en ese preciso instante que junto a otro periodista intentamos ingresar. Uno de los manifestantes me confronta. Muy nervioso me pregunta quién soy y de qué partido era. Entendí que me confundía con un diputado y le dije que era un periodista. No me cree, insiste, repito mi respuesta, se acerca, pone su cara muy cerca de la mía y me dice: "Mos-tra-me tu car-net". Lo miro y respondo sin pensar: "Antes quiero ver tu certificado de plazo fijo". El hombre se sorprende y pone cara como si se diera cuenta de lo absurda que era la escena y se da vuelta. Los que estaban con él también se dan vuelta, se alejan unos pasos y vuelven a protestar.
* El velocista
El entonces diputado de Acción por la República Franco Caviglia vivía por aquellos días frente al Congreso y estaba regresando a su casa cuando un grupo de ahorristas lo reconoció. No hubo diálogo y Caviglia tampoco dudó. Giró sobres sus talones y corrió, corrió con toda la energía posible para entrar como un suspiro al bar de la esquina de avenida Rivadavia y Riobamba. Fue una sombra que pasó y se metió en la cocina del bar. Los mozos tardaron en reconocerlo, pero cuando lo hicieron salieron en su defensa al impedir que los protestantes llegaran a la cocina. El diputado estuvo allí, guarecido por varias horas hasta que no hubo más moros en la costa.
Hubo cientos de historias que se generaron alrededor de aquel grito sonoro “Piquete y cacerolas, la lucha es una sola”, una frase que le dio magnitud a una crisis que, como pocas veces, unificó la protesta de un amplio abanico social en el país.